PADRE ALBARvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 216, abril de 1997

Os escribía en los meses pasados que nuestra santificación consiste en la santificación de la vida ordinaria y en las obras ordinarias de cada día.

La primera de nuestras ocupaciones es abandonar el lecho en el que hemos descansado durante la noche, del trabajo del día anterior, en el mismo momento de que nos ha llegado la hora sin concesión alguna a la pereza del primer minuto. Un libro precioso de piedad infantil, “EL NIÑO AMANTE DE MARÍA”, enseñaba a los niños la doctrina de San Juan Clímaco, quien decía a los cristianos que al principio del día hay un demonio a nuestra cabecera, para apartarnos de las inspiraciones de nuestro ángel de la guarda, a fin de apoderarse con la pereza de los principios del día. ¡Qué gran verdad! Si comienza el día con una derrota, derrota que parece muy pequeña, ¿Cómo no vamos a ser derrotados a lo largo de la jornada en otras mil ocasiones? Se ha llamado “minuto heroico” a ese momento en el que la diligencia triunfa sobre la pereza. Crearnos un hábito de diligencia cuando suena la hora de levantarse es comenzar a santificar el día, ofreciéndole todos los actos que siguen para dar gusto a Dios.

¿Sabes Teresa lo que es amarme de verdad?, le preguntó un día Nuestro Señor Jesucristo. Amarme de verdad es saber que es mentira todo lo que no sea de mi agrado. El hombre debe comer para vivir y no vivir para comer. De la misma manera debe descansar para vivir y no vivir para descansar. Dormir para trabajar con renovadas fuerzas para dar gloria al Señor y ganar méritos para el cielo.

En cuanto hemos tenido el razonable tiempo de descanso, debemos levantarnos para obtener ya el primer galardón del día con el vencimiento de la pereza.

La liturgia de la Epifanía nos recuerda el viaje de los santos Magos del Oriente, que ofrecieron al Señor el oro, el incienso y la mirra, que pueden referirse al ofrecimiento de nuestros sentidos, nuestras obras y nuestro corazón. Deberíamos adquirir la costumbre cristiana de cantar al Señor al oír la señal del despertador o de quien nos viene a llamar: Ésta es la señal del gran Rey. Levantémonos y ofrezcámosle el oro, incienso y la mirra, que son nuestros sentidos, obras y corazones”. Y a continuación una brevísima oración de acción de gracias por el descanso nocturno y las tres avemarías de nuestra consagración a la Santísima Virgen. Si el refrán nos dice que a quien madruga, Dios le ayuda, cuánto más sentirá la ayuda del Señor durante el día, el que a Él se ha dedicado desde el primer acto consciente.

La vida de perfección y la vida de Pereza no se pueden conciliar. El que es vencido por la pereza al comenzar el día es que ha renunciado a la vida de perfección.

Una vez vestidos y aseados, ante una imagen o cuadro de la Virgen que tengamos en nuestra casa, hagamos nuestro ofrecimiento de obras, arrodillados y sir prisas, con la mayor devoción. La oración humilde del ofrecimiento de obras matutino es muy agradable a Dios Nuestro Señor, que a quienes son fieles a ella, suele concederles el don de sentirse durante las obras del día en su Orina presencia. Vivir en la presencia de Dios es el regalo de Dios a los humildes de corazón.

En el manual del Pueblo de Dios tenemos las oraciones matutinas ideales para todos nosotros y para toda la vida.