Padre Alba, Padre Piulachs y Mossèn Ricart

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 229, junio de 1998

Recientemente, entre los escombros de una casa de Varsovia que formaba parte de la zona habitada por judíos, se encontró una botella cerrada con un texto impresionante de afirmación de la fe. Un hombre judío, de 43 años, Yissek Rackover, hundido en el horror de la guerra que destruyó media ciudad da Varsovia, escribe así: “A pesar de todas mis dudas, yo muero con una fe inquebrantable en Ti… Éstas son las últimas palabras que te dirijo a Ti, Señor, antes de caer en la lucha. Bendito seas por toda la eternidad, Tú, Señor, que pronto manifestarás tu rostro al mundo entero.”

Este piadoso judío, perdido su cadáver entre los escombros de la ciudad aplastada por las explosiones de la metralla, dejó como un náufrago para los supervienes su oración, su fe y su esperanza en un mundo mejor, donde el santo nombre de Dios sería honrado.

Algunos con malicia, otros con conmiseración, nos dicen que nosotros somos ya los últimos cristianos de una época que ya no volverá. ¿Los últimos cristianos? La historia no da marcha atrás, es verdad. Las épocas pasadas no se reproducen. Por eso el porvenir, que pertenece a los planes adorables de Dios, no será de épocas pesadas, sino de cristianos nuevos, que unidos a la toda la tradición de la Iglesia, vivirán la misma fe, misma esperanza en los bienes eternos y la caridad que les hará hermanos de sus contemporáneos y de cuantos les precedieron en la señal de la fe.

El optimismo cristiano nos empuja hacia adelante, al encuentro con nuestro Señor Jesucristo, porque sabemos que aquí no tenemos ciudad permanente. Nunca habrá últimos cristianos, fuera de los de la última generación que preceda al juicio final.

No caigamos en el engaño satánico de querer acomodarnos a este mundo. Eso sería, sí, el triunfo de Satanás, y el final de los verdaderos cristianos: cristianos mundanos, light, a la carta, de la negación de la cruz de Cristo. No, mientras seamos, pocos o muchos, eso no importa, los cristianos fieles a Jesús crucificado, formaremos el ejército inmortal de los que saben que en cada generación, por encima de las ruinas de este mundo, se manifestará el rostro de Dios a los buenos de sus hijos y les infundirá la confianza certísima de su resurrección y vida eterna junto a Él.