Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia. Pero que la paciencia lleve consigo una obra perfecta, para que seáis perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia. (Santiago 1, 2-4)
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Porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. (San Lucas 21, 15)
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Cualquier cosa que hagáis sea sin protestas ni discusiones, así seréis irreprochables y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación perversa y depravada, entre la cual brilláis como lumbreras del mundo. (Filipenses 2, 14-15)
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No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros. Llevad los unos las cargas de los otros y así cumpliréis la ley de Cristo. (Gálatas 5, 26; 6, 2)
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Hombre, se te ha hecho saber lo que es bueno, lo que el Señor quiere de ti: tan solo practicar el derecho, amar la bondad, y caminar humildemente con tu Dios. (Miqueas 6, 8)
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Así tenemos más confirmada la palabra profética y hacéis muy bien en prestarle atención como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y el lucero amanezca en vuestros corazones, pero sabiendo, sobre todo, lo siguiente, que ninguna profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia, pues nunca fue proferida profecía alguna por voluntad humana, sino que, movidos por el Espíritu Santo, hablaron los hombres de parte de Dios. (2ª San Pedro 1, 19-21)
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Él es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular. (Hechos 4, 11)
El mandamiento nuevo
Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero, si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no solo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. En esto sabemos que lo conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo lo conozco”, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él debe caminar como él caminó. (1ª San Juan 2, 1-6)




