combateCombates contra Dios

 

Pasó, al fin, el tiempo de callar; los mercenarios han huido, y el pastor debe levantar la voz. Todo el mundo sabe que desde que soy un proscrito, nunca he dejado de confesar la fe, pero sin rechazar ningún medio aceptable y honroso de establecer la paz. Y pues he guardado el silencio hasta ahora, de suerte que ni la amargura de las injurias ha podido hacerme hablar, es evidente que si al fin levanto la voz con la libertad de un cristiano, no soy impelido por la pasión humana. Quisiera haber vivido en tiempo de Decio y de Nerón. Inflamado por el Espíritu Santo, sostenido por la misericordia de Dios, me hubiera reído de la tortura y del fuego, y ni la cruz misma me hubiera aterrado… Mas he aquí que ahora combatimos contra un perseguidor disfrazado, contra un enemigo que acaricia, con el anticristo Constancio. No nos condena para hacernos nacer a la vida; nos enriquece para llevarnos a la muerte. No nos encierra en una cárcel para hacernos libres; nos honra en su palacio para esclavizarnos. No corta nuestra cabeza con la espada; mata nuestra alma con el oro. No nos amenaza con la hoguera; pero enciende secretamente el fuego del infierno. Reprime la herejía para que no haya cristianos; honra a los sacerdotes para que no haya obispos; edifica iglesias para demoler la fe… Pero yo te declaro, ¡oh Constancio!, lo que hubiera dicho a Nerón, a Decio y a Maximiano: combates contra Dios; te levantas contra su Iglesia; persigues a los santos; odias a los predicadores de Cristo; arruinas la religión; eres un tirano, no de las cosas humanas, sino de las divinas… (San Hilario de Poitiers)