Un día San Agustín paseaba por la orilla del mar, dándole vueltas en su cabeza a muchas de las doctrinas sobre la realidad de Dios, una de ellas la doctrina de la Trinidad. De repente, alza la vista y ve a un hermoso niño, que está jugando en la arena, a la orilla del mar. Le observa más de cerca y ve que el niño corre hacia el mar, llena el cubo de agua del mar, y vuelve donde estaba antes y vacía el agua en un hoyo. Así el niño lo hace una y otra vez. Hasta que ya San Agustín, sumido en gran curiosidad se acerca al niño y le pregunta: “Oye, niño, ¿qué haces? «Y el niño le responde: «Estoy sacando todo el agua del mar y la voy a poner en este hoyo». Y San Agustín dice: «Pero, eso es imposible». Y el niño responde: «Más imposible es tratar de hacer lo que tú estás haciendo: Tratar de comprender en tu mente pequeña el misterio de Dios».
«Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti»
«Señor, que todo mi corazón se inflame con amor por ti; Haz que nada en mí me pertenezca y que no piense en mí; Que yo queme y sea totalmente consumido en Ti; Que te ame con todo mi ser, como Incendiado por ti»
-San Agustín, Comentario al salmo 138-