José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata del “Boletín Oficial del Obispado de Cuenca”
septiembre de 1974
IV
Las palabras de la Iglesia corresponden en Franco no tanto a declaraciones como a un lenguaje de hechos y actitudes: de ejemplaridad personal; de gobernante que da culto a Dios (entrega su espada a Cristo, pone a la Patria en manos del Apóstol Santiago, la consagra al Corazón Inmaculado de María, la ofrenda reiteradamente a Jesucristo en el Santísimo Sacramento) y que Legisla y gobierna con inspiración cristiana y la intención puesta en el bien integral del pueblo.
Pero, para captar sus motivaciones y descubrir al mismo tiempo todo él alcance de los juicios jerárquicos, no será inútil evocar también unas pocas manifestaciones del mismo Jefe del Estado en esta materia.
– Una idea muy repetida, y que coincide con la síntesis que hemos visto formulada por Pío XII y con la preocupación habitual de la Jerarquía, es la que se condensa en esta frase de un discurso en Vich, 1949: «Por ser religiosos nos sentimos profundamente sociales».
Tarragona, 1963: «La obra mejor del Movimiento no es el bienestar y la riqueza que produce, ni los bienes materiales que bajo su acción se crean, sino precisamente el haber salvado a España del materialismo ateo y haber sabido unir lo espiritual con lo social». «No puede haber bienestar social si no se edifica sobre los principios de la Ley de Dios, sobre los principios del Evangelio».
Al Congreso Sindical, 1945: «No es un Estado caprichoso el que salió de nuestra Cruzada, sino un Estado católico, eminentemente social, constituido sobre la base de cuanto nos une, en el que todos los españoles son iguales ante la ley y tienen acceso a los puestos del Estado, que por considerar al hombre como portador de valores eternos, ampara su libertad y lo dignifica».
A las Cortes, 1946: «El Estado perfecto para nosotros es el Estado Católico». En 1953: «Nuestra fe católica, piedra básica de nuestra nacionalidad; identificada la fe cristiana con el fin supremo del hombre elevado al orden sobrenatural». «Si somos católicos, lo somos con todas sus obligaciones. Para las naciones católicas las cuestiones de la fe pasan al primer plano de las obligaciones del Estado. La salvación o perdición de las almas, el renacimiento o la decadencia de la fe, la expansión o reducción de la fe verdadera, son problemas capitales ante los cuales no se puede ser indiferente».
Al inaugurar la Ciudad Universitaria de Madrid, 1943: «Funesto y suicida es levantar el nivel de la vida si ésta no se hace cristiana y digna, si no se le imprime una huella de reforma interior». Y proponía como fruto de la educación cristiana y española una España «donde por el imperio de la cultura vayamos hacia Dios y seamos todos mejores para su servicio y homenaje».