Las promesas de un futuro maravilloso, que prometen los politiqueros de turno, nunca llegan. Llegará el día de la «interrupción de la vida» la humana, muerte para todos. Y todos seremos juzgados por Dios justo y misericordioso. Una eternidad de eterna alegría o un infierno de sufrimiento eterno, nos espera.
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Los adoradores de ídolos: dinero, poder, vicios… se engañan a sí mismos o los engaña el demonio. Confunden el bien con el mal. No aceptan la verdad. Autodestruyen cuerpo y alma. Van por el camino que conduce a la eterna condenación.
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Se decía: amarás al prójimo como a ti mismo. Pero Cristo nos dice: «Amaos los unos a los otros como yo os he amado». Amar al prójimo sin límites. ¡Incluso al enemigo! Al enemistado. Volver a hablar con el que no hablo, por esto o aquello. Amarnos como, más pronto o más tarde, nos amaremos en el Cielo.
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Hermoso, en verdad. Me ha contado un joven amigo como el Espíritu Santo actúa hoy en la Iglesia. Una comunidad de religiosos bastante relajada ha vuelto a sus orígenes, a vivir en toda su plenitud, la Regla de su fundador. Tenían varios empleados, cocinera, señora de limpieza, un buen hombre. Todo lo hacen ahora los religiosos; llevan su hábito puesto y transmiten una alegría desconocida. Son pobres en verdad.
