Ha dicho una «consagrada» que «Dios no condena, Él sólo ama y salva». Mi ignorante catequista, de Primera Comunión, me engañó. Ella dijo que Jesús ha de venir «a juzgar a los vivos y a los muertos». Que Dios premia a los buenos y castiga a los malos; es una respuesta de catecismo de primer grado.
San Pedro, el primer Vicario de Cristo en la tierra, en su segunda carta, dice: «En efecto, Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitándolos en las tenebrosas cavernas del infierno, los entregó reservándolos para el juicio». En el mismo Cielo, Dios condena la desobediencia de Luzbel y los ángeles que le imitaron. Sigue San Pedro: «y no perdonó al mundo antiguo provocando el diluvio sobre un mundo de impíos, aunque preservó a Noé, el pregonero de la Justicia, y otros siete; condenó a la catástrofe a las ciudades de Sodoma y Gomorra reduciéndolas a cenizas y dejándolas como ejemplo para los impíos del futuro, libró al justo Lot, acosado por la conducta libertina de los corruptos… Así pues, bien sabe el Señor librar de la prueba a los piadosos y guardar a los impíos para castigarlos en el día del juicio».
El Concilio IV de Letrán dice que los réprobos reciben con el diablo castigo eterno y los elegidos con Cristo gloria sempiterna.
En el evangelio de San Juan, leemos: «Él les replicará: En verdad os digo: lo que no hiciste con uno de estos, los más pequeños, tampoco lo hiciste conmigo». Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna». (San Juan 25, 45- 46) Cristo, pronunció estas palabras: «Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno» (San Mateo 25, 41)
El beato Pablo VI, dijo muy triste: «estamos en los tiempos de la autodemolición de la Iglesia»; afirmó: “Uno de los principios fundamentales de la vida cristiana es que debe vivirse en función de su destino escatológico, futuro y eterno. Sí, hay algo por lo que temblar. Pero de nuevo la voz profética de san Pablo nos pone en guardia: … trabajad con temor y temblor por vuestra salvación (Flp 2, 12). La gravedad y la incerteza de nuestra suerte final siempre han sido objeto abundante de meditación y fuente de energías sin igual para la moral y también para la santidad de la vida cristiana” (28 de abril de 1971). El mismo Papa resaltará: “Se habla raramente y poco de las postrimerías, pero el Concilio nos recuerda las solemnes verdades escatológicas que nos afectan, incluida la terrible verdad de un posible castigo eterno que denominamos infierno, del que Cristo habla sin reticencias. (cf. Mt 22, 13; 25, 41. Constitución Lumen gentium, 48)” (8 de septiembre de 1971).
¡Dios mío! No os engañéis, no engañes a nadie. No escandalicéis. Dios premia a los buenos con el Cielo y castiga a los malos con al infierno. Seamos buenos. Acudamos a la Virgen Santísima, Refugio de los pecadores, para que el demonio no nos engañe.
