Una Epopeya misionera

P. Juan Terradas Soler C. P. C. R.

Hemos dicho que el Faro de la Verdad ha iluminado la historia con su luz clara y radiante. Algunos textos de los Soberanos Pontífices, escogidos entre los más significativos, ilustrarán a continuación esta verdad.

En apartado paralelo añadiremos, para cada uno de los sucesos históricos seleccionados, juicios errados de los hijos de las tinieblas. En contraste con la descarada falsedad, la luz romana aparecerá más refulgente y pura. Y las patrañas del adversario más manifiestas, justificando plenamente el dicho de León XIII: “El arte de la historia en estos tiempos no parece ser sino la conjura de los hombres contra la verdad”.

Asimismo el lector echará de ver cuán deshonrosa es la posición de aquellos católicos liberales que no temen admitir, aplaudir y propagar los graves y patentes errores del enemigo, favoreciendo de esta manera sus depravados designios.

Dos, pues, serán los apartados, que formarán una sinopsis  aleccionadora, y que serán presentados en el siguiente orden:

  1. º Cátedra de fuego y humo: juicios históricos de los hijos de las tinieblas: protestantes, masones, judíos, laicistas y toda la restante ralea.
  2. º Cátedra de la Verdad: juicios históricos de los Papas.

Edicto de Milán

Cátedra de fuego y humo

Las pasiones religiosas se han apoderado de la persona de Constantino para idealizarlo. A los ojos de los escritores eclesiásticos es, ante todo, el primer emperador cristiano, no ven las manchas de su vida.

Su conversión llevó consigo, es verdad, la del imperio; pero este beneficio se compró con grandes males: la hipocresía, la corrupción, la intolerancia. El espíritu, y aun el verdadero interés de la religión cristiana, exigían que ésta se estableciese y se propagase por sus propias fuerzas.

(F. Laurent, librepensador belga del pasado siglo: Historia de la Humanidad).

Cátedra de la Verdad

Constantino, intrépido caudillo de ejércitos y prudente gobernante de pueblos, no menos que fundador de paz, doblegó y venció tras ruda batalla las fuerzas del paganismo…  

(Pío XII, discurso al X Congreso internacional de Ciencias Históricas, 7-IX-1955.)

La Inquisición

(Especialmente la española)

Cátedra de fuego y humo

Un tribunal abominable, denominado Inquisición, fue organizado por los Papas para juzgar a todo aquel que era acusado de hereje… La Inquisición, sembrando en todas partes el terror, e impidiendo que los hombres pensaran, funcionó durante siglos en los países católicos.

(Aulard et Debidour: Cours moyen d’Histoire).

La guerra de los albigenses con todos sus horrores no es el crimen mayor de la Iglesia. Los herejes tenían armas para defenderse, y las usaron con valor, con heroísmo. Después de la derrota, empieza otra guerra oculta, a la sombra de las prisiones, en la cual el acusador es juez y verdugo; el nombre de Inquisición dice más que lo que pudieran decir todas las lenguas humanas… La Iglesia no puede rechazar la Inquisición sin rechazarse a sí misma. ¿No es ella la que ha dado a este terrible tribunal el nombre de “Santo”?

En la Iglesia católica la persecución es permanente, como la justicia en la sociedad civil; la Inquisición no es cristiana, es católica. Es tan cierto que aquel tribunal famoso se confunde con el catolicismo, que en medio del siglo XIX vemos a los ciegos partidarios del pasado rehabilitar aquella institución de odiosa memoria, mientras esperan que las circunstancias les permitan restablecerla. ¿Por qué los protestantes, a pesar de predicar y practicar la intolerancia, no han tenido inquisición? La razón está en que la Reforma no ha tenido nunca la pretensión de ser un poder, de gobernar la sociedad en nombre del dogma, mientras que la ambición inmutable de la Iglesia católica es dominar a los reyes y a los pueblos en nombre de una pretendida delegación de Dios. La Inquisición ha sido el instrumento más eficaz y más terrible de esta dominación.

(F. Laurent: Historia de la Humanidad).

Cátedra de la Verdad

Es muy grato para nosotros que os conforméis con nuestro deseo de castigar las ofensas a la Divina Majestad con tanto cuidado y devoción…

Mientras tanto, muy amada hija, tened buen espíritu y no ceséis en proseguir este piadoso trabajo, tan agradable a Dios y a Nos, con vuestra habitual devoción y diligencia…

(Sixto IV, carta a Isabel la Católica, 23-II-1483.)