D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973
En este tiempo pascual resuena, incitante, la groo noticia: Cristo, el que murió hace veinte siglos, ha resucitado. Está presente, sin límites de espacio .ni de tiempo. Es nuestra luz, es nuestra esperanza.
Asistimos a fas manifestaciones de Cristo resucitado ante sus testigos; por cierto, nada inclinados a la credulidad, más bien recelosos frente a los primeros avisos de las mujeres; solamente ganados por fa evidencia: «Comimos y bebimos con El» (1).
Asistimos a la transformación radical de aquellos hombres. Se levantan de la postración en que les había dejado la muerte del Señor a man.os de sus enemigos, en una aparente impotencia, cuando vieron disiparse su ilusión de que por su poder milagroso iba a restablecer el reino de Israel, es decir, iba a realizar sus aspiraciones sociales, políticas y económicas. Todavía poco antes de la Ascensión le preguntarán: ‘»¿Es esta la hora en que vas a restablecer el reino de Israel? » ¡Dejad eso! «Vosotros seréis mis testigos en toda la tierra» (2). «Yo estaré con vosotros hasta el fin de los tiempos» (3). Y ellos aceptan un reino que se instaura a través de la muerte: Cristo reina, aun que ellos sigan en un mundo lleno de dolor. Renace en ellos verdaderamente una alegría y una esperanza nuevas.
Notas:
(1) Hechos de los Apóstoles (que se citarán con la abreviatura: Act.) 10, 41. Son palabras de San Pedro en casa del centurión Cornelio. Entre otras cosas, dijo: «Nosotros somos testigos de todo lo que hizo (Jesús) en la tierra de .los judíos y en Jerusalén y de cómo le dieron muerte suspendiéndole de un madero. Dios le resucitó al tercer día y le dio manifestarse, no a. todo el pueblo, sino a los testigos de antemano elegidos por Dios, a nosotros, que comimos y bebimos con El después de resucitado de entre los muertos…» (Act. 10, 39-41).
(2) Act. 1, 6-8.
(3) Evangelio de San Mateo (se citará: Mt.) 28, 20. Es el final de este Evangelio.