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Bien sabemos cuál ha sido la actitud de la Jerarquía española y su desprendimiento de las consideraciones mundanas de riqueza y poder político. A pesar de las confiscaciones de sus bienes, a pesar de vejaciones y de medidas injustas, la Iglesia de España ha luchado, aunque con medíos inadecuados y con poca o ninguna asistencia del Poder público civil, para educar a sus hijos y para cuidar de los pobres y de los enfermos; también ha dado ejemplo de sumisión a las autoridades constituidas, trabajando siempre por la paz y la armonía a favor del bien común. Ninguna sombra de rebeldía o de agresión o de culpa de guerra ensombrece las almas de sus legítimos ministros. De esto no nos cabe duda ninguna. La Iglesia no está entregada a la orientación política de este o de aquel poder seglar; no está avasallada a ninguna forma de gobierno. Pero habiendo sido amenazada por el peligro de perecer totalmente a manos de los comunistas, como ha sucedido en las regiones donde éstos imperaban, la Iglesia se acoge a la protección de un poder que hasta ahora ha garantizado la libertad y los principios fundamentales de la sociedad ordenada.
Damos oída a vuestro llamamiento, más particularmente en cuanto nos viene de nuestros Hermanos y colaboradores en la viña de Cristo.
Tenéis nuestra compasión. Nunca podremos olvidar la compasión práctica del pueblo español cuando la Iglesia de este país sufría bajo el fuego de la persecución. Tenéis nuestras oraciones y las de nuestro pueblo desde el principio de vuestras tribulaciones hasta ahora y hasta el final. Todo esfuerzo se usará para dar a conocer la verdad sobre las cosas de España.
Con un dolor sólo superado por el vuestro, hemos notado las tergiversaciones, las mentiras, los subterfugios y las interpretaciones torcidas de los hechos. Hace tiempo que nos hemos dado cuenta de que la violencia y la mendacidad eran el brazo derecho o izquierdo del comunista militante anti-Dios; aprendimos esto del programa de uno de sus corifeos. Desgraciadamente, nuestra prensa ha aceptado con demasiado afán la propaganda bien pagada de los rojos.
Con profunda emoción hemos leído vuestra declaración última. Nos asociamos fervorosamente a ella. Proclamáis el amor, el perdón, la paz para todos aquellos quienes, sin saber lo que hacían, han inferido daño gravísimo a la Iglesia y a su Patria, Suplicáis al Todopoderoso que dé fecundidad a la sangre de vuestros Obispos asesinados y de los miles de vuestros sacerdotes y religiosos martirizados y de las decenas de miles de vuestros seglares martirizados, para que aproveche igualmente a sus amigos y a sus enemigos inconscientes. Que aquella marea preciosa de sacrificio generoso apague los odios desencadenados por agentes diabólicos. Que vuelvan las almas a acercarse y que sean unidas en el vínculo de la caridad.
Eminencia, otra vez le aseguramos que el noble documento que habéis dirigido a los Obispos del mundo nos es gratísimo porque nos llega con vuestra autoridad y porque es una defensa convincente de la Iglesia católica y de la España católica. Nos proponemos darlo a conocer a nuestro pueblo y a todos los que quieran escuchar una exposición imparcial de hechos verídicos y de principios morales dignos de confianza.
Vuestras palabras iluminarán la ignorancia que oscurece lo que está pasando en España. Demostrarán que el espíritu anticristiano está empeñando un conflicto de vida y muerte contra la religión de Cristo y la civilización cristiana. Pondrán de relieve la obra tendenciosa de poderes internacionales ocultos. Esperamos que esta Carta Colectiva de Su Eminencia y de los demás Arzobispos y Obispos de España hará caer las vendas de los ojos de algunos escritores, quienes en ciertas publicaciones católicas se han demostrado ciegos hacia los sagrados intereses que se ventilan en el triste conflicto, que está dividiendo a vuestra patria.
Con profundo respeto para su Augusta Persona y reverencia para la Púrpura que reviste, como prenda de su espíritu de mártir, soy de Su Eminencia devotísimo y obedientísimo siervo en Cristo.
Firmado: † Arthur, Arzobispo de Westminster.