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Me palpita el corazón siempre que constato la incoherencia
de ciertos católicos – eclesiásticos y políticos incluidos- que alaban y ponderan las excelencias de la democracia y al mismo tiempo, deploran y rechazan las leyes antinaturales y anticristianas que promueve y promulga esta democracia endiablada: ¡Misterio insondable!
En 1982, en su viaje a nuestra patria el Beato Juan Pablo II dijo que los católicos debemos luchar para que las leyes y costumbres no vuelvan la espalda al sentido trascendental del hombre ni a los aspectos morales de la vida, que es precisamente lo que están imponiendo las democracias modernas en las antiguas naciones cristianas, como España. Por tanto debemos rechazar esa democracia que descristianiza a los pueblos porque si Su Santidad Pío XII habló de una democracia sana, fundamentada en la ley natural y divina, tras el Beato Juan Pablo II se nos advirtió que la democracia no es verdadera si puede atentar contra valores absolutos que no dependen del orden jurídico o del consenso. Y las democracias modernas han instituido el holocausto permanente de los niños y niñas inocentes e indefensos. ¡Demoníaco!
La acción política de los católicos debe estar supeditada a la moral objetiva, a la Ley de Dios. No se debe legislar ni gobernar contra la ley moral grabada por Dios en el corazón del hombre. Todo lo contrario es lo que está haciendo la clase política del consenso en España. Ahí están las leyes del divorcio, el aborto, la experimentación con embriones, la homologación del matrimonio a las uniones homosexuales, etc. La clase política española está convencida que es moralmente lícita cualquier ley que se declare conforme a las reglas de la constitución que confeccionaron nueve políticos.
Hay otros sistemas políticos compatibles con la doctrina social y política de la Iglesia. Y España es un ejemplo muy reciente. En 1943, el Vicario de Cristo en la tierra, S.S Pio XII dijo: hemos visto a Cristo triunfar en las escuelas, resurgir la Iglesia de las ruinas abrasadas y penetrar el espíritu cristiano en las Leyes, en las instituciones y en todas las manifestaciones de la vida oficial.
Establecida la democracia suicida, Monseñor José Guerra Campos, afirmó la verdad histórica que más han tergiversado los sin Dios y sin Patria. El Obispo de Cuenca afirmó rotundamente: La Iglesia sí estaba con Franco y lo elogiaba, no solo por su acción liberadora y favorecedora de la acción de la Iglesia, sino por su propósito de someter la política contingente a un Principio superior que incluía: reverencia a Dios, respeto a la trascendencia de la persona humana, supremacía del orden moral de las leyes y gobierno, e interés por el bienestar de los ciudadanos con la mayor participación posible de los mismos. En esto la Iglesia ejercitó su influencia iluminadora y estimulante.
Jóvenes que habéis leído este artículo: ahora entenderéis
los gritos fervorosos de los españoles que gritaban: ¡Franco, Franco, Franco, viva Franco! Y también entenderéis mejor la compaña de los corruptos y sin Dios contra este católico ejemplar, legítimo jefe de Estado, que legisló siempre con la doctrina social y política de la Iglesia en sus manos.
P. Manuel Martínez Cano, mCR
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