Contracorriente

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El Infierno no existe y si existe está vacío

20 miércoles Sep 2017

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Bautismo, falta de fe, Infierno

Matías Cluet Miceli

images.jpgDurante un tiempo solía confesarme en una parroquia de la diócesis de Barcelona y en una ocasión el sacerdote me dijo que el infierno no existía. Ante mi insistencia y su claro malestar, terminó corrigiendo su desafortunada aserción con una no menos desafortunada frase: «Bueno…y si existe está vacío». De este modo, el sacerdote que me tenía que confesar a mí, terminó confesando él mismo su propia falta de fe. Sigue leyendo →

Misioneros de la Verdad y el Bien

14 lunes Oct 2013

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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barrabás, Bautismo, centroáfrica, Cristo, democracia, escéptico, kelsen, misioneros, Pilatos, virgen

El bautismo nos hace hijos de Dios, herederos del Cielo y miembros de la Iglesia Católica; militantes del Reino de Cristo, apóstoles y misioneros. He recibido una carta de unos misioneros que están en Centroáfrica, donde hay una guerra civil que sufren en sus carnes. Pero son valientes: “de aquí no nos vamos, tenemos que hacer todo lo que podamos por estas pobres gentes”. En la vigilia de oración y penitencia que convocó el Santo Padre Francisco, no solo se rezó por la paz en Siria sino en  todo el mundo. Miles de misioneros llevan la paz de Cristo a muchos rincones de esta tierra.

Nosotros también tenemos el sagrado deber de ser apóstoles, misioneros, en el lugar en el que vivimos. Nadie puede dispensarse. Todos somos necesarios en la misión de recristianizar nuestros ambientes, familias, trabajo, etc. Ser misionero es dar testimonio de Cristo, predicar con la palabra, las obras y el ejemplo que Dios nos ama y nos espera en la vida eterna del Cielo. Cristo suele manifestarse por medio de los bautizados que viven coherentemente su vida sobrenatural.

El Papa nos ha dicho que la vida cristiana tiene una actitud alegre, la alegría del corazón. Y, como la  causa de nuestra alegría es la Virgen María, con Ella debemos ir a todas partes. Ella proclamó la grandeza del Señor y se alegró profundamente en el Señor. Nosotros también, porque el mundo muere de tristeza y desolación.

San Pablo dice en su carta a Timoteo que Dios quiere que todas las almas se salven. Nosotros también, convencidos de que sólo somos instrumentos de la gracia de Dios. Cristo es el único redentor pero, por su infinita misericordia, podemos colaborar con Él en la salvación eterna de las almas.

Hace años le oí decir a un jesuita que San Ignacio decía que mejor que un rey se convierta haciendo Ejercicios Espirituales que predicar unas misiones donde se conviertan muchas personas. El argumento que daba es que un rey católico fomentaría en su reino las buenas costumbres que ayudarían a millones de personas a vivir moralmente y a salvar eternamente sus almas. Cómo estamos muy lejos de ésa tesis; a misionar con la Virgen santísima todos nuestros ambientes!

No es lo mismo que un régimen político sea ateo, laico o católico. El pensador escéptico Kelsen termina su obra “La democracia” transcribiendo el capítulo 18 del evangelio de san Juan en el que Pilato pregunta a Jesús: “¿qué es el verdad?” Kelsen dice: “Y como Pilato no sabe lo que es la verdad y por ser romano está acostumbrado a pensar democráticamente apela al pueblo presente y provoca un plebiscito”. Como sabemos, el pueblo presente pidió la muerte de Cristo y la libertad de Barrabás, que era un bandido. El escéptico Kelsen, comentando esta injusticia, escribe: “Es posible que algunos arguyan que los creyentes, los creyentes políticos, objeten que este ejemplo se pronuncia precisamente más bien en contra de la democracia que en su favor. Y es preciso reconocer el valor de esta objeción, pero con una condición: que estos creyentes estén tan seguros de su verdad política que debe, llegado el caso, ser también realizada por una violencia sangrienta. Como el Hijo de Dios. Nuestros mártires dieron ese testimonio sangriento de la verdad y hacer el Bien siempre.

                                                                                                                              P. Manuel Martínez Cano mCR

 

Vida de San José III: Su Edad

03 miércoles Jul 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Bautismo, Belén, concupiscencia, edad de san josé, Egipto, israelita, jeremías, Jerusalén, libros apócrifos, movimientos de la carne, Nazaret, padre nutricio, protector de la Sagrada Familia, pureza, San Alfonso Maria de Ligorio, Suárez, verbo encarnado, Virgen Maria

Sobre la edad que tenía San José al contraer matrimonio con la Virgen María, no nos dicen nada los Evangelios. Unos san-jose-de-nazaretsostienen que era joven hermoso y adornado de toda virtud, y otros lo presentan como si fuera ya viejo y hasta octogenario, y en esta opinión tal vez hayan influenciado los libros apócrifos que hablan exageradamente en este sentido; pero esto no puede sostenerse, porque no es conforme con los Evangelios que reflejan la personalidad de San José como el protector de la Sagrada Familia y padre nutricio de la misma, que exigía fortaleza en su misión, como era el acompañarles vg. en sus viajes penosos, de Belén a Egipto, de Egipto a Nazaret, de Nazaret a Jerusalén, etc., y el desempeño de oficio de carpintero. Su edad estaba sin duda alguna en relación con la de la Virgen María.

Una israelita solía casarse alrededor de los quince años, y un israelita alrededor de los dieciocho o veinte años, y esta (tal vez pocos años más) tuvo que ser la de San José, y es la que sostenemos, porque las costumbres de entonces como las de ahora tenían que reprobar una unión tan desigual como sería la de un anciano con una adolescente y sería algo injurioso a San José.

Los que sostienen que San José era de edad avanzada para afirmar mejor la virginidad perpetua de María, miran muy humanamente esta cuestión, pues tenemos que decir como enseña Santo Tomás que «cuando Dios elige a un hombre para determinado cargo, entonces derrama sobre él todas las gracias conducentes para adquirir idoneidad en aquel cargo», y éstas pudo concedérselas a San José en su plena juventud.

San Alfonso María de Ligorio nos dice que «al disponer Dios que José ejerciese el oficio de padre respecto de la persona del Verbo encarnado débese tener la certidumbre que le confirió todas las dotes de sabiduría y santidad que para tal cargo se requerían; ni cabe poner en duda que le enriqueció además con todos los privilegios y gracias a los demás santos concedidos.

En sentir de Gersón y de Suárez (y otros teólogos), tres fueron los privilegios especiales que caracterizaron a José:

1.° El ser santificado desde el vientre de su madre, como Jeremías y el Bautista.

2.° El de haber sido asimismo confirmado en gracia.

3.° El de estar exento de los apetitos de la concupiscencia; de cuyo privilegio suele San José, por los méritos de su pureza, hacer participantes a sus devotos, librándolos de los movimientos de la carne».

Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XXIII

12 miércoles Jun 2013

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a Jesús por María, alma, Bautismo, buena acción, buena accións, buenas obras, consagrados a Jesucristo, consagrarse a María, consiste en estar conformes, devoción, devoción a la santísima virgen, devoción más excelente, Dios, entrega el alma a María, entregarle, entregarse enteramente, impetratorio, maría, más conforme a Jesucristo, mérito, merece la gracia y la gloria eterna, modelo de toda santidad, nuestra alma, nuestra perfección, nuestro cuerpo, nuestro Redentor, Nuestro Señor, nuestros bienes exteriores, nuestros bienes interiores y espirituales, obtiene alguna nueva gracia, orden de la naturaleza, orden de la racia, Orden religiosa, perfecta consagración, perfecta consagración a Jesucristo, perfecta y entera consagración de sí mismo, por toda la eternidad, promesas, renovación de los votos, santísima virgen, satisfacción, satisface la pena debida al pecado, ser todo de Jesucristo, sin reserva ninguna, Su Santa Madre, unidos, valor meritorio, valor satisfactorio

Parte Segunda

DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN

En qué consiste la perfecta consagración a Jesús por María

120. Toda vez que nuestra perfección consiste en estar conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, la más sagrados corazonesperfecta de todas las devociones es sin duda alguna la que nos conforma, une y consagra más perfectamente a este acabado modelo de toda santidad; y pues que María es entre todas las criaturas la más conforme a Jesucristo, es consiguiente que entre todas las devociones, la que consagra y conforma más un alma a Nuestro Señor, es la devoción a la Santísima Virgen, Su Santa Madre, y cuanto más se consagre un alma a María, más se unirá con Jesucristo, y, he aquí por qué la perfecta consagración a Jesucristo no es otra cosa que una perfecta y entera consagración de sí mismo a la Santísima Virgen, y ésta es la devoción que yo enseño; o con otras palabras, una perfecta renovación de los votos y promesas del santo Bautismo.

121. Consiste, pues, esta devoción en entregarse enteramente a la Santísima Virgen para ser todo de Jesucristo por medio de María. Es menester entregarle: 1.º, nuestro cuerpo con todos sus sentidos y sus miembros; 2.º, nuestra alma con todas sus potencias; 3.º, nuestros bienes exteriores, o sea nuestra fortuna presente y futura; 4.º, nuestros bienes interiores y espirituales, o sea nuestros méritos, nuestras virtudes y nuestras buenas obras pasadas, presentes y futuras; en una palabra: todo lo que tenemos en el orden de la naturaleza y en el orden de la gracia, y todo lo que lleguemos a tener en lo porvenir en el orden de la naturaleza, de la gracia y de la gloria, y esto sin reserva ninguna, ni de un céntimo, ni de un cabello, ni de la menor buena obra, y además por toda la eternidad, y sin pretender ni esperar ninguna otra recompensa de nuestra ofrenda y de nuestros servicios, que la honra de pertenecer a Jesucristo por María y en María, aun cuando esta amable Senora no fuere, como lo es siempre, la más liberal y reconocida de las criaturas.

122. Es preciso notar aquí que en todas las buenas obras que hacemos, hay dos cosas, a saber: la satisfacción y el mérito, o sea el valor satisfactorio o impetratorio, y el valor meritorio. El valor satisfactorio o impetratorio de una buena obra, es una buena acción en tanto en cuanto satisface la pena debida al pecado, o que obtiene alguna nueva gracia; el valor meritorio, o el mérito, es una buena acción en cuanto merece la gracia y la gloria eterna.
Así es que en esta consagración de nosotros mismos a la Santísima Virgen le damos todo el valor satisfactorio, impetratorio y meritorio, o sea las satisfacciones y los méritos de todas nuestras buenas obras; le damos nuestros méritos, nuestras gracias y nuestras virtudes, no para comunicarlas a otros (porque nuestros méritos, gracias y virtudes son, propiamente hablando, incomunicables, y no ha habido más que Jesucristo, que, haciéndose nuestro fiador para con su Padre, nos haya podido comunicar sus méritos), sino para que nos las conserve, aumente y embellezca, como diremos más adelante; le damos nuestras satisfacciones para que las comunique a quien más sea de su agrado, y para la mayor gloria de Dios.

123. De todo esto se deduce, que: 1.º, por esta devoción se da uno a Jesucristo de la manera más perfecta, por lo mismo que se da por manos de María, y entrega el alma a María, y todo lo que se le puede dar, y mucho más que por las demás devociones, por las que se da, o una parte del tiempo, o una parte de sus buenas obras, o una parte de sus satisfacciones y mortificaciones. Por esta devoción todo se da y se consagra, hasta el derecho de disponer de los bienes interiores y de las satisfacciones que se ganan por sus buenas obras diariamente, lo que no se hace en ninguna Orden religiosa. En las Ordenes religiosas se dan a Dios los bienes de fortuna por el voto de pobreza, los bienes del cuerpo por el voto de castidad, la propia voluntad por el voto de obediencia, y algunas veces la libertad del cuerpo por el voto de clausura; más no se le da la libertad o el derecho que se tiene de disponer del valor de las buenas obras, y no se despoja, en cuanto es posible, de lo que el cristiano tiene de más precioso y caro, que son sus méritos y satisfacciones.

124. 2.º Una persona que así se consagra y sacrifica voluntariamente a Jesucristo por María, no puede ya disponer del valor de ninguna de sus buenas acciones, todo lo que sufre, todo lo que piensa, dice y hace de bueno, pertenece a María, a fin de que de ello disponga María según la voluntad de su Hijo y a su mayor gloria, sin que esta dependencia perjudique, sin embargo, de ninguna manera a las obligaciones del estado en que setotus tuus esté actualmente, o en el que se pueda estar en adelante, v. gr., a las obligaciones de un sacerdote que por su oficio o de otra manera debe aplicar el valor satisfactorio e impetratorio de la Santa Misa a un particular, porque no se hace esta ofrenda sino según el orden de Dios y los deberes del propio estado.

125. 3.º Todo justo se consagrará a la Santísima Virgen y a Jesucristo: a la Santísima Virgen, como el medio más perfecto que Jesucristo ha escogido para unirse a nosotros y unirnos con El, y a Nuestro Señor, como a nuestro último fin, al que debemos todo lo que somos, como a nuestro Redentor y nuestro Dios.

 

Catecismo Social IV

13 miércoles Mar 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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7 -¿Qué entendemos por alma? El alma es, según Aristóteles «aquello por lo cual en último término, la fotovivimos, sentimos, nos movemos y entendemos». O sea, el alma es lo que nos hace obrar racionalmente, así como sentir, pensar, querer y querer con libertad. El alma es lo que da unidad de ser y de operación. El secreto radical del pensar y del existir. Y el alma está unida al cuerpo en todos los planos de la naturaleza y de la gracia. Por esto el hombre necesita comer y trabajar, divertirse e investigar, pero también pensar, y mediante todo este conjunto divinizarse por la gracia que nos alcanzó Jesucristo con su Redención.

8 ¿Cómo es el alma?

El alma goza de unicidad, sustancialidad, espiritualidad, simplicidad e inmortalidad. Es única porque rige toda la vida vegetal, sensible, intelectual del hombre. Es sustancial porque es el soporte de todo el hombre. La separación de alma y cuerpo, produce la muerte del cuerpo. Y el alma es espiritual, o sea, es capaz de la abstracción, de captar conceptos inmateriales, de sentir la atracción por lo que está por encima de todo el universo. Esto reclama la simplicidad del alma, que no puede estar compuesta de lo que se pesa, de lo que se mide, de lo que se toca, de lo que se divide. Y explica que el alma debe ser inmortal. El fondo más profundo del hombre reclama la felicidad, el premio, el castigo, la justicia. Estos postulados exigen la inmortalidad del alma. De otra suerte Dios no sería ni bueno, ni omnipotente, ni sabio, ni justo. Imaginar esto, es pura blasfemia. Y lo que la inteligencia humana toca como infaliblemente reclamado por su propio ser, y esto avalado por el consentimiento de todos los tiempos y de todos los pueblos con una convicción irrefutable, maravillosamente responde a la realidad. Jesucristo, en su Encarnación, vino para que los hombres se hicieran dignos de la felicidad inmortal del alma. Recordemos estos textos evangélicos: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no la pueden matar> (Mt. X, 28). «Si quieres entrar en la vida, guarda los Mandamientos» (Mt. XIX, 17). «¿Qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?» (Mt. XVI, 26). «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc, XXIII, 43).

9 ¿ Cómo somos los hombres y cómo es Dios?

Los hombres no somos buenos, como enseñan Rousseau y el liberalismo. Los hombres no somos malos, como afirman Lutero y todos los pesimistas. El hombre es libre, víctima de consecuencias del pecado original que le hacen ignorante, apasionado, concupiscente, pero que con la razón recta y, sobre todo, con la gracia, es superior a cualquier tentación. Ni esencialmente bueno, ni fatalmente malo. Sino dotado de una libertad perfectible y guiada para liberarnos meritoriamente de nuestras luchas y así cumplir perfectamente nuestros deberes con Dios, el prójimo y nosotros mismos. Y Dios, ¿cómo es? Dios es infinitamente Amor. Lo más cierto y claro que podemos decir de Dios es esto: ¡Qué bueno es Dios! Dios me ama. Cuando nos convencemos de esto, dichosamente nos enamoramos de Dios. Y ya en esta vida participamos de migajas de verdadera felicidad. Y el que ama a Dios le adora, le da gracias, le pide, se arrepiente de sus pecados. La desgracia del hombre es enamorarse de sus vicios, de sus miserias, de las cosas, de la materia. Entonces nos convertimos en unos desdichados que vamos vagabundeando por el laberinto de la sinrazón. No basta saber que existe Dios. Hay que enterarse de que Dios nos ama a cada uno personalmente con amor infinito. Y, oportunamente, tenemos la clave de todos los problemas. Porque amar a Dios alegra y pacifica nuestro interior. Así como el ateísmo y el indiferentismo sólo producen oscuridades, mala conciencia y amarguras.

10 En definitiva, ¿cuál es el fin de la vida humana?

Al hombre, además de haberle dado la vida natural, Dios le ha elevado a la vida sobrenatural. Esta maravilla se realiza en el sacramento del Bautismo. Aquí podemos recordar lo que nos dice el evangelista San Juan: «Mirad qué amor más entrañable nos ha manifestado el Padre, pues ha querido que nos llamáramos hijos de Dios y lo somos en efecto» (1 Jn., III, 1). Por eso el cristiano, al mismo tiempo que desarrolla los bienes naturales -la cultura, la técnica, el trabajo, las artes, el deporte, la investigación-, pone su acento en la evolución y plenitud de la vida sobrenatural. Esta no es un freno para el progreso humano, en su sentido verdadero, sino la que le da una trascendencia por encima de toda cortedad temporal y transitorio quehacer. Con la gracia santificante -participación de la vida divina- nos convertimos en hijos de Dios. Y el mundo es el taller en donde se lucha y se alcanza esta talla divina de nuestra existencia.

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