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5 de Abril de 1938, alzamiento militar, Buenos Aires, católicos argentinos, episcopado argentino, leyes de la guera, obispos de españa, octubre de 1936, revolución comunista
Carta del Emmo. Sr. Arzobispo de Westminster (esta carta se recibió escrita en castellano)
Archbishop’s House, Westminster, London, S. W. I. Septiembre de 1937.
A Su Eminencia Rvdma. Isidro Gomá y Tomás, Arzobispo de Toledo.
Eminencia:
La Jerarquía de Inglaterra y de Gales se une a mí para dar acogida a la Carta de Su Eminencia y de los Arzobispos y Obispos de España a los Obispos de todo el mundo con motivo de la guerra de España.
Agradecemos este noble documento, que expone clara e imparcialmente el origen histórico y las causas del conflicto que ya durante más de un año ha devastado vuestra hermosa y amada Patria.
Nosotros, los Arzobispos y Obispos de Inglaterra y Gales, con nuestro Clero y nuestro pueblo, hemos oído con profundísimo dolor cuán horriblemente ha sufrido el Episcopado español en sus miembros, en su Clero y en sus fieles seglares. Os hemos “abierto nuestros corazones” y en nuestras oraciones hemos rogado por vosotros y por vuestro rey, que Dios extendiese la fuerza de su Diestra misericordiosa y devolviese la paz a la Iglesia perseguida en España. Pronto nos dimos cuenta de que ésta no es una guerra civil cualquiera a favor de tal dinastía o de tal régimen especial, ni tampoco, como falsamente se ha dicho, a favor de la democracia del pueblo español. Vimos en esta deplorable lucha fratricida “una conmoción tremenda que sacude los cimientos de la vida social”, como tan bien explicáis, y “que ha puesto en peligro hasta vuestra existencia como nación”. Sí; reconocemos que la conflagración en la Península española estaba destinada por los que la empezaron a ser el comienzo de una conflagración universal, en la cual la civilización cristiana estaba condenada a consumirse. No hemos titubeado en advertir a nuestros compatriotas que la paz social y las instituciones cívicas de nuestra propia patria estaban en peligro de los fuegos encendidos en España, pues dice el refrán: “cuando la pared medianera del vecino arde, nuestra propia casa puede pronto incendiarse”.
No queremos mezclarnos en política, pero vemos y hemos visto desde el principio que no sólo el catolicismo, sino la religión en cualquier forma ha sido el blanco principal para el ataque de las fuerzas anti-Dios, que están resueltas a hacer de España el centro estratégico de una revolución mundial contra la misma base de la sociedad civilizada en Europa. La caridad o el amor fraternal nos hacen volvernos hacia aquella sección del pueblo español que, en una tierra de profundas tradiciones católicas, se ha dejado engañar por las doctrinas “importadas por orientales de espíritu perverso” o ha sido subyugada por los odios salvajes que forman el corazón de aquel sistema exótico del comunismo ateo. Que la gracia de Dios sea dada a estos hijos descarriados para que vuelvan a ver la luz de Su Verdad y para que tengan fuerza para volver a los brazos de Su Amor. Seguramente los excesos de la revolución comunista española, “su salvajismo colectivo”, como bien lo llamáis, “contra los derechos fundamentales de Dios, de la sociedad y de la persona”, acabarán por devolver las inteligencias y los corazones sinceros a los deberes sagrados de la religión y del patriotismo.
La mayor parte de aquellos que han cometido excesos y han sido sentenciados se han arrepentido, nos lo aseguráis, en sus últimas horas y se han reconciliado con el Dios de sus antepasados. De esta manera ellos mismos han dado fe del engaño y de la ilusión sufrida por ellos y sus compatriotas. A la vez que no podemos menos de horrorizarnos de los asesinatos y de los crueles tormentos y ultrajes sacrílegos que han cometido los perseguidores, nos orgullecemos también de la constancia victoriosa de aquellos miles de españoles, clérigos, religiosos y seglares, que derramaron su sangre por Cristo Rey y por España.
Firmado: † Arthur, Arzobispo de Westminster.
