Tananarivo, 25 de agosto de 1937.
A S. E. el Cardenal Gomá, Arzobispo de Toledo.
Eminencia:
Acaba de llegarme su carta, junto con el Documento Colectivo, donde Vuestra Eminencia descubre el verdadero carácter de la espantosa guerra que devasta España, y la actitud del Episcopado y del Clero antes y en el fragor de la lucha.
Tengo a dicha, Eminentísimo Señor, se me ofrezca la ocasión de manifestaros los sentimientos de respeto y veneración, de profunda simpatía y ardiente caridad que sentimos hacia vuestra persona y hacia el Episcopado y Clero español. Sentimientos tanto más fuertes, cuanto más grande es la prueba. Todos formamos un cuerpo con Nuestro Señor Jesucristo, y nada de lo que os ataña es para nosotros indiferente.
La Memoria Colectiva expone a las mil maravillas el origen, el desarrollo y el paroxismo de esta guerra infernal de los sin Dios contra Dios y la Iglesia. Pone en luz meridiana la actitud prudente, sabia y conciliadora, y a la vez firme y valiente del Clero español. Firme, como debía serlo, so pena de traición a la causa de su Divino Rey.
Desde aquí hemos seguido atentamente los sucesos de España, y no necesitábamos vuestra Carta para entebder el verdadero sentido de esta acometida, que sobrepuja en impiedad y barbarie a cuanto vuestra heroica patria tuvo que sufrir antaño de los mahometanos. No obstante, creo que el Manifiesto era necesario, y lo esperaban los católicos de todo el mundo. Es la auténtica protesta contra las mentiras y deformaciones de la verdad inventadas por los marxistas y sus aliados descubiertos u ocultos.
Es el testimonio competente Y en verdad inconmovible de los espantosos crímenes, de la devastación bárbara reconocidos por sus propios autores y proclamados por testigos mayores de toda excepción. Ahora se avergüenzan de sus desenfrenos; se sienten rechazados por todo el mundo. Por eso tratan de que la responsabilidad de la furia popular caiga sobre la Iglesia, cuando los verdaderos culpables son quienes de tiempo atrás venían sosteniendo contra la Iglesia una campaña de difamación, de odios y de amenazas. Hacía, pues, falta proclamarlo, por el honor del Episcopado y de la Iglesia. El haberlo hecho vosotros, bien merece nuestra felicitación y nuestra gratitud.
Estamos, venerables señores, íntimamente unidos con vosotros. Desde el comienzo de la guerra no hemos cesado de orar por vosotros y por vuestros fieles, y también por esos desdichados que, ciegos y extraviados de los embustes y provocaciones extranjeras y de sus propias pasiones sin freno, se han convertido en verdugos de sus hermanos. No hemos desperdiciado ocasión de exponer en nuestros diarios el verdadero carácter de la lucha que ensangrienta vuestra patria, y señalar las lecciones graves que sobre sus fines nos ofrece el marxismo revolucionario.
Así hemos de hacerlo también en adelante; y en particular procuraremos difundir copiosamente vuestra Carta, tan luminosa y objetiva.
Loor, pues, a vuestros, Eminentísimos y Excelentísimos Señores, cuya valentía, paciencia y heroísmo y sangre derramada os hace émulos de los mártires y de los confesores de la primitiva Iglesia.
Loor a vuestros sacerdotes y a vuestros religiosos, perseguidos como alimañas y asesinados con suplicios refinados.
Loor a cientos de miles de los católicos de la católica España, que han preferido la muerte a la apostasía.
Una vez más, veremos cumplida la célebre sentencia: Sanguis Martyrum, semen Christianorum.
Beso reverentemente el anillo y la Púrpura sagrada de Vuestra Eminencia y me honro en suscribirme el más insignificante de vuestros Hermanos y el más humilde de vuestros servidores.
† E. Tourcadie, Vicario Apostólico de Tananarivo.