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Catecismo Social VIII

10 miércoles Abr 2013

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19 -Así, pues, ¿el cristiano puede limitarse a una vida de fe privada?

No, también el orden social es de Dios. No hay tierra de nadie en las actividades ni en los planos de la política, de la cultura, de la economía. Aunque en sí tengan autonomía estas actividades, jamás son independientes de Dios. El cristiano debe santificarse en su vida personal, familiar, profesional. Pero, también, en la órbita de sus posibilidades, debe proyectarse a la vida social. Porque sin Jesucristo, ni la política, ni la cultura, ni la economía, solucionan los problemas humanos, antes bien los agravan y los complican. Pío XII lo recordó el 13 de abril de 1953, con palabras que restallan como un desafío permanente: «Mirad bien, desde que la humanidad ha efectuado su progresiva apostasía lejos de Jesús, muchos maestros han pretendido sustituirse a El para instruirla y guiarla; muchos constructores han tratado de suministrarle las estructuras necesarias; muchos médicos se han empleado en curarle las enfermedades y llagas. Pero todos, al fin, se han encontrado delante de la humanidad desorientada, desanimada, sin fuerza. Sin embargo, es necesario, con tanta mayor premura, llevar a los hombres a la persuasión de que hay un único maestro, que es Cristo (Mt., XXIII, 11), Y de que sólo en El se puede encontrar la salud del mundo con sus estructuras y del hombre con sus problemas. No hay en ningún otro salud. Un tal estado de cosas reclama la intervención no sólo -como es evidente- de la Iglesia docente y jerárquica, sino también de todos los cristianos empeñados en el campo social. Se trata de subrayar la necesidad de impregnar de sentido cristiano todos los campos de la vida humana. Tal ha sido siempre la voluntad de Cristo y es la expectativa de una parte de la humanidad, cansada de vivir en las construcciones ruinosas del mundo de hoy».

 

20 -¿Cuál es la actitud que debe tener el católico de hoy?

La que nos recuerda Pablo VI: «El cristianismo tiene la virtud de infundir esperanza y de dar vida, y no solamente en su orden propio, el religioso y sobrenatural, sino de infundirla también en el orden profano y natural» (20-XII-1968). y el orden natural y profano está malogrado, destrozado, pervertido principalmente por el liberalismo, en el orden político, y por el marxismo. De ahí que un cristiano no pueda ser ni liberal ni marxista, como ideologías que son incompatibles con la fe. Y que su profesión entraña pecado grave. El ideal católico, en lo personal y en lo social, se expresa para siempre con estas palabras de San Pablo: «Nadie, pues, se gloríe en los hombres, que todo es vuestro; ya Pablo, ya Apelo, ya Cefas; ya el mundo, ya la vida, ya la muerte; ya lo presente, ya lo venidero, todo es vuestro; y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios» (1 Cor., III, 22). O sea, todo es para el hombre, pero los hombres somos para Cristo. Ni la vida personal ni la colectividad tienen salvación fuera de Jesucristo, como intentan el liberalismo y el comunismo. Estas doctrinas -simbolizando en ellas todos los errores- son mentiras, barbarie, catástrofe y frente a tanta apostasía, que arranca desde el Renacimiento, pasando por el protestantismo, el liberalismo, el comunismo, Jesucristo triunfará y vencerá a los aliados del Anticristo. Así lo dice San Pablo: «Por lo que hace a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, os rogamos, hermanos, que no os turbéis de ligero, perdiendo el buen sentido, y no os alarméis ni por espíritu, ni por discurso, ni por epístola, como si fuera nuestra, como si el día del Señor estuviera inminente. Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse dios a sí mismo. ¿Nos os recordáis que, estando entre vosotros, ya os decía esto? Y ahora sabéis qué es lo que le contiene hasta que llegue el tiempo de, manifestarse. Porque el misterio de iniquidad esta ya en acción; sólo falta que el que le retiene sea apartado del medio. Entonces se manifestará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, destruyéndole con la manifestación de su venida. La venida del inicuo irá acompañada del poder de Satanás, de todo género de milagros, señales y prodigios engañosos, y de seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición por no haber recibido el amor de la verdad que los salvaría. Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacen en la iniquidad. Pero nosotros debemos dar incesantes gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, a quienes Dios ha elegido desde el principio para haceros salvos por la santificación del Espíritu y la fe verdadera. A ésta precisamente os llamó por medio de nuestro evangelio, para que alcanzaseis la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las tradiciones que recibisteis, ya de palabra, ya por nuestra carta. El mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que de gracia os amó y os otorgó una consolación eterna, una buena esperanza, consuele vuestros corazones y los confirme en toda obra y palabra buena» (II Tes., II,1-17).

 

Catecismo Social IV

13 miércoles Mar 2013

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7 -¿Qué entendemos por alma? El alma es, según Aristóteles «aquello por lo cual en último término, la fotovivimos, sentimos, nos movemos y entendemos». O sea, el alma es lo que nos hace obrar racionalmente, así como sentir, pensar, querer y querer con libertad. El alma es lo que da unidad de ser y de operación. El secreto radical del pensar y del existir. Y el alma está unida al cuerpo en todos los planos de la naturaleza y de la gracia. Por esto el hombre necesita comer y trabajar, divertirse e investigar, pero también pensar, y mediante todo este conjunto divinizarse por la gracia que nos alcanzó Jesucristo con su Redención.

8 ¿Cómo es el alma?

El alma goza de unicidad, sustancialidad, espiritualidad, simplicidad e inmortalidad. Es única porque rige toda la vida vegetal, sensible, intelectual del hombre. Es sustancial porque es el soporte de todo el hombre. La separación de alma y cuerpo, produce la muerte del cuerpo. Y el alma es espiritual, o sea, es capaz de la abstracción, de captar conceptos inmateriales, de sentir la atracción por lo que está por encima de todo el universo. Esto reclama la simplicidad del alma, que no puede estar compuesta de lo que se pesa, de lo que se mide, de lo que se toca, de lo que se divide. Y explica que el alma debe ser inmortal. El fondo más profundo del hombre reclama la felicidad, el premio, el castigo, la justicia. Estos postulados exigen la inmortalidad del alma. De otra suerte Dios no sería ni bueno, ni omnipotente, ni sabio, ni justo. Imaginar esto, es pura blasfemia. Y lo que la inteligencia humana toca como infaliblemente reclamado por su propio ser, y esto avalado por el consentimiento de todos los tiempos y de todos los pueblos con una convicción irrefutable, maravillosamente responde a la realidad. Jesucristo, en su Encarnación, vino para que los hombres se hicieran dignos de la felicidad inmortal del alma. Recordemos estos textos evangélicos: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no la pueden matar> (Mt. X, 28). «Si quieres entrar en la vida, guarda los Mandamientos» (Mt. XIX, 17). «¿Qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?» (Mt. XVI, 26). «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc, XXIII, 43).

9 ¿ Cómo somos los hombres y cómo es Dios?

Los hombres no somos buenos, como enseñan Rousseau y el liberalismo. Los hombres no somos malos, como afirman Lutero y todos los pesimistas. El hombre es libre, víctima de consecuencias del pecado original que le hacen ignorante, apasionado, concupiscente, pero que con la razón recta y, sobre todo, con la gracia, es superior a cualquier tentación. Ni esencialmente bueno, ni fatalmente malo. Sino dotado de una libertad perfectible y guiada para liberarnos meritoriamente de nuestras luchas y así cumplir perfectamente nuestros deberes con Dios, el prójimo y nosotros mismos. Y Dios, ¿cómo es? Dios es infinitamente Amor. Lo más cierto y claro que podemos decir de Dios es esto: ¡Qué bueno es Dios! Dios me ama. Cuando nos convencemos de esto, dichosamente nos enamoramos de Dios. Y ya en esta vida participamos de migajas de verdadera felicidad. Y el que ama a Dios le adora, le da gracias, le pide, se arrepiente de sus pecados. La desgracia del hombre es enamorarse de sus vicios, de sus miserias, de las cosas, de la materia. Entonces nos convertimos en unos desdichados que vamos vagabundeando por el laberinto de la sinrazón. No basta saber que existe Dios. Hay que enterarse de que Dios nos ama a cada uno personalmente con amor infinito. Y, oportunamente, tenemos la clave de todos los problemas. Porque amar a Dios alegra y pacifica nuestro interior. Así como el ateísmo y el indiferentismo sólo producen oscuridades, mala conciencia y amarguras.

10 En definitiva, ¿cuál es el fin de la vida humana?

Al hombre, además de haberle dado la vida natural, Dios le ha elevado a la vida sobrenatural. Esta maravilla se realiza en el sacramento del Bautismo. Aquí podemos recordar lo que nos dice el evangelista San Juan: «Mirad qué amor más entrañable nos ha manifestado el Padre, pues ha querido que nos llamáramos hijos de Dios y lo somos en efecto» (1 Jn., III, 1). Por eso el cristiano, al mismo tiempo que desarrolla los bienes naturales -la cultura, la técnica, el trabajo, las artes, el deporte, la investigación-, pone su acento en la evolución y plenitud de la vida sobrenatural. Esta no es un freno para el progreso humano, en su sentido verdadero, sino la que le da una trascendencia por encima de toda cortedad temporal y transitorio quehacer. Con la gracia santificante -participación de la vida divina- nos convertimos en hijos de Dios. Y el mundo es el taller en donde se lucha y se alcanza esta talla divina de nuestra existencia.

Democracia Totalitaria Anticristiana

05 martes Mar 2013

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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13, 23, 41, aborto, acción directa del demonio, anticultural, asesinar niños y niñas, asesinatos de personas inocentes, asesinos, único soberano, beato juan pablo II, Centesimus annus, contracultura, corazones, Cristo Rey, crucifícale, cultura, cultura de la muerte, demócratas, democracia, democracia moderna, demonio, dios de este mundo, estudiar, eutanasia, experimentación con embriones, familias, hipócritas, Iglesia, Inmortale Dei, interrupción del embarazo, jesús, jesucristo, Jn 8, león XIII, lesbianas, Luc 11, malos, matrimonio, medios de comunicación social, mentira fundamental, mentirosos, misión, naciones, no queremos que éste reine sobre nosotros, nuestro rey y señor, padre de la mentira, pío XII, perversidad, Pilato, primer papa santo del siglo XX, propagarla, pueblo soberano, restaurar en Cristo todas las cosas de los cielos y la tierra, San Pío X, sin dios, totalitarismo, unión de homosexuales, unión de un hombre con una mujer para siempre, verdad católica, vosotros sois malos

La democracia moderna, la única moderna que existe en nuestros días, se ha implantado en muchas naciones por la totalitarismoacción directa del demonio y sus colaboradores. Porque esta democracia está fundada en la mentira diabólica de la no existencia de Dios. Lo dijo nuestro Rey  y Señor, Cristo: “Satanás es el padre de la mentira”; y también “el dios de este mundo”, democrático o partitocrático, que es lo mismo. El primer Papa santo del siglo XX, san Pio X, dijo que los demócratas llegan al grado de perversidad de afirmar que el pueblo es soberano. El único soberano es Cristo, Rey de las familias, de las naciones y de los corazones.

La perversidad de la soberanía del pueblo, que está corrompiendo las costumbres de las personas y de los pueblos, es la mentira fundamental de estas democracias modernas demoníacas. De esa perversa mentira, siguen las infinitas mentiras que, los demócratas sin Dios, difunden por todos los medios de comunicación social. Así se puede asesinar a niños y niñas inocentes en el vientre de sus madres, con la ley del aborto en la mano, porque el aborto es sólo la “interrupción del embarazo”. Hipócritas, asesinos y mentirosos.

El matrimonio ha sido siempre la unión de un hombre con una mujer para siempre. A la unión de  homosexuales o lesbianas no puede llamársele matrimonio; sencillamente porque no lo es. Los demócratas que mienten son malos: “vosotros sois malos “(Luc 11,13), pues “hacéis las obras de vuestro padre” – el demonio – ( Jn 8,41).

Indiscutiblemente, lo más necesario y fundamental en nuestros días es estudiar la verdad católica y propagarla incansablemente por todos los medios disponibles.

¡Me indigno cuando oigo o leo: “cultura de la muerte” porque el aborto, la eutanasia y la experimentación con embriones, son asesinatos de personas inocentes; esto es anticultura, contracultura! Cultura es lo que hace al hombre más hombre, más persona; no más asesino o más endemoniado. Sólo “la verdad nos hace libres”, como enseñó nuestro Rey y Señor, Jesucristo. La Iglesia no puede renunciar al ejercicio de su misión que consiste en: “realizar en la tierra el plan divino de restaurar en Cristo todas las cosas de los cielos y la tierra” (Pío XII). Y no olvide nadie que la Iglesia somos todos los bautizados.

Los demócratas del tiempo de Jesús, lo condenaron a muerte, y una muerte de cruz. “No queremos que éste reine sobre nosotros”, dijeron a Pilato “¡crucifícale!”.

Los católicos sí queremos que Cristo reine sobre nosotros, en nuestros pueblos, en nuestras naciones. ¡Nada sin Dios! Tenemos el sagrado deber de luchar para: “reconstruir sociedades y naciones cristianas, que lo sean , no sólo por la vida de sus miembros, sino también por su plasmación en sus instituciones, en sus leyes y en toda su actividad política y social” (León XIII, Immortale Dei, 23).

El beato Juan Pablo II condenó a las democracias modernas fundamentadas en el agnosticismo y el relativismo porque: “una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia” (Centesimus annus, 46).

¡Por Cristo, por María, por la Iglesia, por España, combatamos los nobles combates de la fe!

P. Manuel Martínez Cano, mCR

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