Contracorriente

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Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XV

17 miércoles Abr 2013

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Modo de discernir la verdadera devoción a la Santísima Virgen,
de la falsa y aparente

CUARTA VERDAD

83. Lo más perfecto, porque es lo más humilde, es no acercarnos a Dios por nosotros mismos, sin tomar un mediador. Estando tan corrompida nuestra naturaleza, como acabo de demostrar, si nos apoyamos en nuestros trabajos, industrias y preparaciones para llegar a Dios y agradarle, ciertamente serán impuros todos nuestros actos de justicia, o de poco peso delante de Dios para empeñarle a que se una a nosotros y nos escuche. Por esto no sin razón nos ha dado Dios mediadores para con Su Majestad; ha visto nuestra indignidad e incapacidad y ha tenido piedad de nosotros, y para proporcionarnos medios de que alcancemos sus misericordias, nos ha provisto de intercesores poderosos cerca de su grandeza; de modo que despreciar estos mediadores y aproximarse a Su Majestad directamente sin ninguna recomendación, es faltar a la humildad, es faltar al respeto debido a un Dios tan alto y tan santo, es hacer menos caso de este Rey de los reyes que se haría de un rey o príncipe de la tierra, a quien nos guardaríamos de acercarnos sin acompañarnos de algún amigo que hablase por nosotros.

84. Jesucristo Nuestro Señor es nuestro abogado y nuestro mediador cerca de Dios Padre; por medio de El debemos orar con toda la Iglesia triunfante y militante; por El tenemos acceso cerca de Su Divina Majestad, y no debemos comparecer jamás delante de El sin ir apoyados y revestidos de sus méritos, como el joven Jacob con las pieles de cabrito delante de su padre Isaac para recibir su bendición.

85. Mas ¿no hemos menester de un mediador para con el mismo Mediador? ¿Es bastante grande nuestra pureza para unirnos directamente a El y por nosotros mismos? ¿No es Dios igual en todo a su Padre, y, por consiguiente, el Santo de los Santos, tan digno de respeto como su Padre? Si por su caridad infinita se ha hecho nuestro Fiador y Mediador cerca de Dios su Padre, para aplacarle y pagarle lo que nosotros le debemos, ¿debemos por esto tener menos respeto y temor hacia Su Majestad y Santidad?
Digamos, pues, valientemente con San Bernardo, que necesitamos de un mediador para con el Mediador mismo, y que la divina María es la más capaz de desempeñar este oficio de caridad; por medio de Ella vino Jesucristo a la tierra y por Ella debemos ir a su divino Hijo. Si tememos ir directamente a Jesucristo nuestro Dios por temor de su infinita grandeza o por nuestra bajeza y por nuestros pecados, imploremos confiadamente la ayuda e intercesión de María nuestra Madre; Ella es buena, es tierna Madre; nada hay en Ella de austero ni terrible, nada que no deba movernos a la esperanza y al amor. Al verla, vemos nuestra propia naturaleza. No es el sol que por la vivacidad de sus rayos podría deslumbrarnos a causa de nuestra debilidad, sino que es bella y dulce como la luna, que recibe su luz del sol, y la templa para hacerla conforme a la debilidad de nuestros ojos. María es tan caritativa, que no rechaza a ninguno de los que demandan su intercesión por más pecadores que sean, porque, como dicen los Santos, no se ha oído decir, desde que el mundo es mundo, que haya sido desechado nadie que haya recurrido a la Virgen con confianza y perseverancia. Es tan poderosa, que jamás ha sido desairada en sus peticiones; no necesita más que presentarse a su Hijo en demanda de algo para que El la reciba y le otorgue lo pedido, pues siempre es amorosamente vencido por las entrañas e instancias de su amadísima Madre.

86. Todo esto está sacado de San Bernardo y de San Buenaventura; de modo que, según estos Santos Doctores, tenemos tres grados que subir para llegar a Dios: el primero, el más próximo y el más conforme a nuestra capacidad, es María; el segundo es Jesucristo, y el tercero es el Eterno Padre. Para llegar a Jesús es preciso ir a María, que es nuestra Mediadora de intercesión; para ir al Padre Eterno es menester ir a Jesús, que es nuestro Mediador de redención. Este es el orden, pues, que perfectamente se observa en la devoción que más adelante indicaré.

Imitación de Cristo XV

17 miércoles Abr 2013

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corazón, corporales, Dios, duros, este, hombre, humana, interior, líbrame, locos, miseria, mundo, necesidades, profeta, santos de Dios, Señor

Capítulo 22

Consideración de la miseria humana

 1. Miserable serás dondequiera que fueres y dondequiera que te volvieres si no te conviertes a Dios.
¿Por qué te turbas de que no te sucede lo que quieres y deseas? ¿Quién es que tiene todas las cosas a medida de su voluntad? Por certo, ni yo, ni tú, ni hombre alguno sobre la tierra.
No hay hombre en el mundo sin tribulación o angustia, aunque sea rey o papa.
Pues, ¿quién es el que está mejor? Ciertamente, el que puede padecer algo por Dios.

2. Dicen muchos flacos y imperfectos: ¡Mirad cuán buena vida tiene aquel hombre! ¡Cuán rico! ¡Cuán poderoso y ensalzado!
Mas tú levanta la atención a los bienes del cielo, y verás que todas estas cosas temporales nada son, sino muy inciertas y gravosas, porque nunca se poseen sin cuidado y temor.
No está la felicidad del hombre en tener abundancia de lo temporal; bástale una medianía.
Verdadera miseria es vivir en la tierra.
Cuanto más espiritual quiere ser el hombre, tanto más amarga le será la vida, porque siente mejor y ve más claro los defectos de la corrupción humana.
Porque comer, beber, velar, dormir, reposar, trabajar y estar sujeto a toda necesidad natural, en verdad es grandísima miseria y pesadumbre al hombre devoto, el cual desea ser desatado de este cuerpo y libre de toda culpa.

3. Porque el hombre interior está muy agravado con las necesidades corporales de este mundo; por eso ruega devotamente el profeta verse libre de ellas, diciendo: «Líbrame, Señor, de mis necesidades» (Sal 24,17).
Mas, ¡ay de los que no conocen su miseria!, y mucho más, ¡ay de los que aman esta miserable y corruptible vida!
Porque hay algunos tan abrazados con ella, que aunque con mucha dificultad, trabajando o mendigando, tengan lo necesario, que si pudiesen vivir aquí siempre no cuidarían del reino de Dios.

4. ¡Oh locos y duros de corazón los que tan profundamente yacen en la tierra, que nada gustan sino de las cosas carnales!
Mas estos desgraciados en el fin sentirán gravemente cuán vil y nada era lo que amaron.
Los santos de Dios y todos los devotos amigos de Cristo no tenían cuenta de lo que agradaba a la carne ni de lo que florecía en la vida temporal; mas toda su esperanza e intención suspiraba por los bienes eternos.
Todo su deseo se levantaba a lo duradero e invisible, porque no fuesen abatidos a las cosas bajas con el amor de lo visible.
No pierdas, hermano, la confianza de aprovechar en las cosas espirituales; aún tienes tiempo y ocasión.

5. ¿Por qué quieres dilatar tu propósito? Levántate y comienza en este momento y di: ahora es tiempo de obrar; ahora es tiempo de pelear; ahora es tiempo conveniente para enmendarme.
Cuando no estás bueno y tienes alguna tribulación, entonces es tiempo de merecer.
Conviene que pases «por fuego y por agua» antes que llegues al descanso (Sal 65,12).
Si no te hicieres fuerza, no vencerás el vicio.
Mientras estamos en este frágil cuerpo no podemos estar sin pecado ni vivir sin fatiga y dolor.
De buena gana tendríamos descanso de toda miseria; pero como por el pecado perdimos la inocencia, perdióse la verdadera felicidad.
Por eso nos importa tener paciencia y esperar la misericordia de Dios hasta que se acabe la malicia y la vida destruya a la muerte (Sal 66,3; 2Cor 5,4).

6. ¡Oh, cuánta es la flaqueza humana, que siempre está inclinada a los vicios!
Hoy confiesas tus pecados y mañana vuelves a cometer lo confesado.
Ahora propones de guardarte y de aquí a unas horas haces como si nada hubieras propuesto.
Con mucha razón, pues, podemos humillarnos, y no sentir de nosotros cosa grande, pues somos tan flacos y tan mudables.
Presto también se pierde por descuido lo que con mucho trabajo dificultosamente se ganó por gracia.

7. ¿Qué será de nosotros al fin, pues ya tan temprano estamos tibios?
¡Ay de nosotros, si así queremos ir al descanso, como si ya tuviésemos paz y seguridad, cuando aún no parece señal de verdadera santidad en nuestra vida!
Bien sería necesario que aún fuésemos instruidos otra vez como dóciles novicios en buenas costumbres, si por ventura hubiese esperanza de enmienda y de mayor aprovechamiento espiritual.

Catecismo Social VIII

10 miércoles Abr 2013

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19 -Así, pues, ¿el cristiano puede limitarse a una vida de fe privada?

No, también el orden social es de Dios. No hay tierra de nadie en las actividades ni en los planos de la política, de la cultura, de la economía. Aunque en sí tengan autonomía estas actividades, jamás son independientes de Dios. El cristiano debe santificarse en su vida personal, familiar, profesional. Pero, también, en la órbita de sus posibilidades, debe proyectarse a la vida social. Porque sin Jesucristo, ni la política, ni la cultura, ni la economía, solucionan los problemas humanos, antes bien los agravan y los complican. Pío XII lo recordó el 13 de abril de 1953, con palabras que restallan como un desafío permanente: «Mirad bien, desde que la humanidad ha efectuado su progresiva apostasía lejos de Jesús, muchos maestros han pretendido sustituirse a El para instruirla y guiarla; muchos constructores han tratado de suministrarle las estructuras necesarias; muchos médicos se han empleado en curarle las enfermedades y llagas. Pero todos, al fin, se han encontrado delante de la humanidad desorientada, desanimada, sin fuerza. Sin embargo, es necesario, con tanta mayor premura, llevar a los hombres a la persuasión de que hay un único maestro, que es Cristo (Mt., XXIII, 11), Y de que sólo en El se puede encontrar la salud del mundo con sus estructuras y del hombre con sus problemas. No hay en ningún otro salud. Un tal estado de cosas reclama la intervención no sólo -como es evidente- de la Iglesia docente y jerárquica, sino también de todos los cristianos empeñados en el campo social. Se trata de subrayar la necesidad de impregnar de sentido cristiano todos los campos de la vida humana. Tal ha sido siempre la voluntad de Cristo y es la expectativa de una parte de la humanidad, cansada de vivir en las construcciones ruinosas del mundo de hoy».

 

20 -¿Cuál es la actitud que debe tener el católico de hoy?

La que nos recuerda Pablo VI: «El cristianismo tiene la virtud de infundir esperanza y de dar vida, y no solamente en su orden propio, el religioso y sobrenatural, sino de infundirla también en el orden profano y natural» (20-XII-1968). y el orden natural y profano está malogrado, destrozado, pervertido principalmente por el liberalismo, en el orden político, y por el marxismo. De ahí que un cristiano no pueda ser ni liberal ni marxista, como ideologías que son incompatibles con la fe. Y que su profesión entraña pecado grave. El ideal católico, en lo personal y en lo social, se expresa para siempre con estas palabras de San Pablo: «Nadie, pues, se gloríe en los hombres, que todo es vuestro; ya Pablo, ya Apelo, ya Cefas; ya el mundo, ya la vida, ya la muerte; ya lo presente, ya lo venidero, todo es vuestro; y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios» (1 Cor., III, 22). O sea, todo es para el hombre, pero los hombres somos para Cristo. Ni la vida personal ni la colectividad tienen salvación fuera de Jesucristo, como intentan el liberalismo y el comunismo. Estas doctrinas -simbolizando en ellas todos los errores- son mentiras, barbarie, catástrofe y frente a tanta apostasía, que arranca desde el Renacimiento, pasando por el protestantismo, el liberalismo, el comunismo, Jesucristo triunfará y vencerá a los aliados del Anticristo. Así lo dice San Pablo: «Por lo que hace a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, os rogamos, hermanos, que no os turbéis de ligero, perdiendo el buen sentido, y no os alarméis ni por espíritu, ni por discurso, ni por epístola, como si fuera nuestra, como si el día del Señor estuviera inminente. Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse dios a sí mismo. ¿Nos os recordáis que, estando entre vosotros, ya os decía esto? Y ahora sabéis qué es lo que le contiene hasta que llegue el tiempo de, manifestarse. Porque el misterio de iniquidad esta ya en acción; sólo falta que el que le retiene sea apartado del medio. Entonces se manifestará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, destruyéndole con la manifestación de su venida. La venida del inicuo irá acompañada del poder de Satanás, de todo género de milagros, señales y prodigios engañosos, y de seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición por no haber recibido el amor de la verdad que los salvaría. Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacen en la iniquidad. Pero nosotros debemos dar incesantes gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, a quienes Dios ha elegido desde el principio para haceros salvos por la santificación del Espíritu y la fe verdadera. A ésta precisamente os llamó por medio de nuestro evangelio, para que alcanzaseis la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las tradiciones que recibisteis, ya de palabra, ya por nuestra carta. El mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que de gracia os amó y os otorgó una consolación eterna, una buena esperanza, consuele vuestros corazones y los confirme en toda obra y palabra buena» (II Tes., II,1-17).

 

Imitación de Cristo XIV

10 miércoles Abr 2013

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alma, buena alegría, conciencia, corazón, Dios, disipación, libre, pelea como varon, peligros, temor, una costumbre vence a otra costumbee, vanos conetentos, verdadera libertad

Capítulo 21

De la compunción del corazón

 1. Si quieres aprovechar algo, consérvate en el temor de Dios y no quieras ser demasiado libre; mas con severidad refrena todos tus sentidos y no te entregues a vanos contentos.
Date a la compunción del corazón, y te hallarás devoto.
La compunción causa muchos bienes, que la disipación suele perder en breve.
Maravilla es que el hombre pueda alegrarse alguna vez perfectamente en esta vida si considera su destierro y piensa los muchos peligros de su alma.

2. Por la liviandad del corazón y por el descuido de nuestros defectos no sentimos los males de nuestra alma; mas muchas veces reímos vanamente, cuando con razón deberíamos llorar.
No hay verdadera libertad ni buena alegría sino en el temor de Dios con buena conciencia.
Bienaventurado aquel que puede desviarse de todo estorbo de distracción y recogerse a lo interior de la santa compunción.
Bienaventurado el que renunciare todas las cosas que pueden mancillar o agravar su conciencia.
Pelea como varón; una costumbre vence a otra costumbre.
Si tú sabes dejar los hombres, ellos bien te dejarán hacer tus buenas obras.

3. No te ocupes en cosas ajenas, ni te entremetas en las causas de los mayores.
Mira siempre primero por ti, y amonéstate a ti mismo más especialmente que a todos cuantos quieres bien.
Si no eres favorecido de los hombres, no te entristezcas por eso, sino aflígete de que no te portas con el cuidado y circunspección que conviene a un siervo de Dios y a un devoto religioso.
Muy útil y seguro es que el hombre no tenga en esta vida muchas consolaciones, mayormente según la carne.
Pero de no tener o gustar rara vez las cosas divinas, nosotros tenemos la culpa, porque no buscamos la compunción ni desechamos del todo las vanas y exteriores.

4. Reconócete por indigno de la divina consolación; antes bien, créete digno de ser atribulado.
Cuando el hombre tiene perfecta contrición, luego le es grave y amargo todo el mundo.
El que es bueno halla bastante materia para dolerse y llorar, porque ora se mire a sí, ora piense en su prójimo, sabe que ninguno vive aquí sin tribulación.
Y cuanto con más verdad se mira, tanto más halla por qué dolerse.
Materia de justo dolor y entrañable contrición son nuestros pecados y vicios, en que estamos tan caídos, que pocas veces podemos contemplar las cosas celestiales.

5. Si con más frecuencia pensases en tu muerte que en vivir largo tiempo, no hay duda que te enmendarías con mayor fervor.
Si ponderases también en tu corazón las penas del infierno o del purgatorio, creo que de buena gana sufrirías cualquier trabajo y dolor, y no rehusarías ninguna austeridad. Pero como estas cosas no pasan al corazón y amamos siempre el regalo, permanecemos demasiado fríos y perezosos.
Muchas veces por falta de espíritu, se queja el cuerpo miserable.
Ruega, pues, con humildad al Señor que te dé espíritu de contrición y di con el profeta: «Dame, Señor, a comer pan de lágrimas, y a beber en abundancia el agua de mis lloros» (Sal 79,6).

Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XIV

10 miércoles Abr 2013

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25, acciones, agua pura, alimentados del pecado, alma, amor propio, bien útil, capaces de todo pecado, concebidos en el pecado, corrompidas, corrupci´n, cuerpo, cuerpos de pecado, debilidad, devoción, devociones, Dios, enfermedad, espíritu santo, facultades, glotones, gracia, incapacidad, inconstancia, indignidad, infierno eterno, infinitamente, iniquidad, ira, jesucristo, Jn 12, justicia, levadura, limpa, luces, mala, malas reliquias, mandamientos, mejores acciones, miseria, nubes, Nuestro Señor, oír como si no se oyese, operaciones, orgullososo, pasiones rebeldes, pecado, perezosos, perfección, primer padre, propi voluntad, puro, quotidie morior, rarzón, salvación, san pablo, santísima, sentimientos, sucias, tortugas, tratado, unión, vasija, ver como si no se viese, verdadera, vino, virgen

Parte Primera

DE LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
EN GENERAL

Modo de discernir la verdadera devoción a la Santísima Virgen,
de la falsa y aparente

TERCERA VERDAD

78. Nuestras mejores acciones suelen comúnmente ser sucias y corrompidas por el mal fondo que hay en nosotros. Cuando se pone agua pura y limpia en una vasija que huele mal, o vino en una cuba cuyo interior está maleado por otro vino que en ella hubo, el agua clara y el buen vino se malean y toman fácilmente su mal olor. Asimismo, cuando Dios pone en nuestra alma, maleada por el pecado original y el actual, sus gracias y celestiales rocíos o el vino delicioso de su amor, sus dones son ordinariamente maleados y corrompidos por la mala levadura y el mal fondo que el pecado ha dejado en nosotros; nuestras acciones, aun las virtudes más sublimes, se resienten de eso. Es, por tanto, de la mayor importancia, a fin de alcanzar la perfección, que no se adquiere sino por la unión con Jesucristo, vaciarnos de lo malo que hay en nosotros; no siendo así, Nuestro Señor, que es infinitamente puro y detesta infinitamente la menor suciedad en el alma, nos rechazará de ante sus ojos y no se unirá a nosotros.

79. Para despojarnos de nosotros mismos, es menester:
1.º Conocer bien, por las luces del Espíritu Santo, nuestro mal fondo, nuestra incapacidad para todo bien útil a nuestra salvación, nuestra debilidad en todo, nuestra inconstancia siempre, nuestra indignidad para toda gracia y nuestra iniquidad en todas partes. El pecado de nuestro primer padre nos ha maleado, agriado, fermentado y corrompido, como la levadura agría, fermenta y corrompe la maga en que se pone. Los pecados que actualmente cometemos, sean mortales o veniales, por más que estén perdonados, han aumentado nuestra concupiscencia, nuestra debilidad, nuestra inconstancia y nuestra corrupción, y han dejado en nuestra alma malas reliquias. Nuestros cuerpos están tan corrompidos, que el Espíritu Santo los llama cuerpos de pecado, concebidos en el pecado, alimentados del pecado, capaces de todo pecado; cuerpos sujetos a mil y mil enfermedades, que diariamente se corrompen y no engendran más que miseria y corrupción.
Nuestra alma, unida a nuestro cuerpo, ha llegado a ser tan carnal, que se la ha llamado carne: toda carne ha corrompido su camino (Gen. 6,12). -No tenemos por herencia más que orgullo y ceguera en el espíritu, endurecimiento en el corazón, debilidad e inconstancia en el alma, la concupiscencia, las pasiones rebeldes y las enfermedades en el cuerpo. Somos naturalmente más orgullosos que los pavos reales, más adheridos a la tierra que los reptiles, más envidiosos que las serpientes, más glotones que los animales inmundos, más coléricos que los tigres, más perezosos que las tortugas, más débiles que las cañas, más inconstantes que las nubes. No tenemos en nuestro fondo más que la nada y el pecado, y no merecemos de Dios más que su ira y el infierno eterno.

80. Después de esto, ¿debemos sorprendernos de que Nuestro Señor haya dicho que el que quiera seguirle debe renunciarse a sí mismo, y aborrecer su alma; que aquel que ame su alma, la perderá, y que el que la aborrezca, la salvará? (Jn. 12,25). Esta sabiduría infinita, que no establece mandamientos sin razón, no nos ordena aborrecernos sino porque somos dignos en alto grado de aborrecimiento; nada tan digno de amor como Dios, nada tan digno de aborrecimiento como nosotros mismos.

81. 2.º Para vaciarnos de nosotros mismos es menester morir a nosotros mismos todos los días; es decir, es menester renunciar a las operaciones de las facultades de nuestra alma y de los sentimientos de nuestro cuerpo; es menester ver como si no se viese, oír como si no se oyese, servirse de las cosas de este mundo como si no se sirviese uno de ellas, lo cual llama San Pablo morir todos los días: Quotidie morior (1 Cor. 15,31). Si al caer el grano de trigo en la tierra no muere, permanece solo y no produce fruto bueno (Jn. 12,24). Si no morimos a nosotros mismos y si nuestras devociones más santas no nos conducen a esta muerte necesaria y fecunda, no produciremos fruto alguno, y serán inútiles nuestras devociones; todos nuestros actos de justicia estarán mancillados por el amor propio y la propia voluntad, lo que hará que Dios tenga por abominación los mayores sacrificios y las mejores acciones que podamos ejecutar, y a nuestra muerte nos hallaremos con las manos vacías de virtudes y de méritos, y no tendremos una centella del amor puro que sólo se comunica a las almas muertas a sí mismas, cuya vida se esconde con Jesucristo en Dios.

82. 3.º Es menester escoger entre todas las devociones a la Santísima Virgen, la que más nos lleve a esta muerte propia, como que es la mejor y más santificante, porque ni es oro todo lo que reluce, ni miel todo lo dulce, ni lo más factible y practicado por la mayoría es lo más perfecto.
Como en el orden de la naturaleza hay operaciones que se hacen a poca costa y con facilidad, asimismo en el de la gracia hay secretos que se ejecutan en poco tiempo, con dulzura y facilidad, operaciones sobrenaturales y divinas que consisten en vaciarse de sí mismo y llenarse de Dios, y lograr así la perfección.
La práctica que quiero enseñar es uno de los secretos de la gracia, desconocido de la mayor parte de los cristianos, conocido por pocos devotos, practicado y gustado por menos. Para comenzar a descubrir esta práctica, he aquí una cuarta verdad que es consecuencia de la tercera

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