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El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a
Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar dellas, quanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas, quanto para ello le impiden. Por lo qual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados. San Ignacio dedica dos días a los puntos de meditación del Principio y Fundamento. Unas diez meditaciones.
El Cardenal Pallacini meditó durante 17 años el Principio y Fundamento. En esta meditación está puesta toda la base moral del edificio espiritual.
El gran convertido, Padre W. Faber, en su obra El creador y la criatura o las maravillas del amor divino, se admira de que una verdad tan esencial como la de Dios creador sea tenida en tampoco entre los cristianos.
Nuestro nuevo Doctor de la Iglesia, San Juan de Ávila, dice: Ya que estaba todo hecho, dijo Dios: “Hagamos al hombre” (Gen 1,26). Como cuando un buen padre tiene aparejada una casa muy bien aderezada con mucho ajuar y todo lo que es menester dice: No falta ya sino que mi hijo venga y goce de su casa. Así había Dios creado todo el universo, para ajuar, para servicio del hombre. ¡Y todo lo que Dios hizo era muy bueno!
Arthur Compton (1892-1962) Premio Nobel de física en 1927, dijo: Para mí, la fe comienza con la comprensión de que una inteligencia suprema dio forma al universo y creó al hombre. No me cuesta tener esa fe, porque el orden e inteligencia del cosmos dan testimonio de la más sublime declaración jamás hecha: “En el principio creó Dios”. La historia de la ciencia está repleta de nombres de científicos que creyeron y creen en Dios.
Algunos de estos científicos, contestando a los sabiondos de este mundo, que tachan de imbéciles y estúpidos a los creyentes, poniéndose a la altura de su lenguaje le han contestado en estos términos: Creo que sólo un idiota es capaz de ser ateo. Christian B. Anfinsen (1916-1995), premio Nobel de Química en 1972. Max Born (1882-1970), premio Nobel de Física, afirmó: Sólo la gente boba dice que el estudio de la ciencia lleva al ateísmo. Así de tajante es Derek Barton (1918- 1998) que compartió el premio Nobel de Física en 1981: No hay incompatibilidad alguna entre la ciencia y Dios… La ciencia demuestra la existencia de Dios.
Los creyentes no somos ni imbéciles ni estúpidos. Los bobos e
idiotas, si acaso, son los que niegan la existencia de Dios. En el
Antiguo Testamento leemos varias veces que solo el necio afirma que no hay Dios. Y San Pablo dice que los ateos son inexcusables
porque, a través de la contemplación de las cosas creadas, se llega al conocimiento del Creador.
Nadie niega a Dios, sino quien tiene interés en que Dios no exista (San Agustín).
P. Manuel Martínez Cano, mCR
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