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Para la Historia: Respuesta a la Carta Colectiva del Episcopado Español III

05 martes Mar 2013

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Misiones africanas (Padres Blancos)

Vicariato Apostólico de Ruanda

Eminencia Reverendísima:

El Vicariato Apostólico de Ruanda y sus misioneros han acogido con profunda y cordial satisfacción y leído con emoción intensa y orgullo la admirable Carta de V. Eminencia. y del heroico Episcopado español.

El recuento, tan claro y preciso, y a la vez tan objetivo e imparcial, del espantoso trance y de la terrible situación que asola la valiente y católica España no puede menos de desengañar a cuantos reflexionen y no hayan tomado partido a ojos cerrados.

Como misioneros, estamos al margen de las controversias y luchas políticas; mas eso no nos impide percatarnos de que no se trata de una guerra de partidos, en que únicamente se ventila la suerte de España. Así, pues, no hemos cesado de orar por nuestros hermanos los españoles, cuya constancia y heroísmo en esta persecución sin nombre vemos con admiración.

La admirable Carta de Vuestra Eminencia Reverendísima y del Episcopado español bastaría a disipar nuestras dudas, si las hubiésemos tenido. Con evidencia irrefutable prueba, sin lugar a vacilaciones, que si la noble y católica España lucha por su vida y por su fe, es, además y sobre eso, el baluarte de la civilización cristiana, amenazada por la revolución en Europa entera. Ese y no otro es el motivo de que las fuerzas revolucionarias, azuzadas y sostenidas por el comunismo, empeñado en aniquilar aún la idea de Dios, hayan volcado sobre la España mártir los sacrilegios abominables, los asesinatos horribles y sádicos de sacerdotes, religiosos y fieles, asolando sistemáticamente las iglesias y los tesoros acumulados durante siglos de fe.

Os damos las gracias, Eminencia Reverendísima, por habernos mostrado de modo tan evidente e irrebatible la verdad, que los enemigos de Dios y de toda cultura se esfuerzan en ahogar, sin reparar ni en medios ni en embustes, merced a una propa­ganda que no se avergüenza de torcer y contrahacer los hechos.

Os damos las gracias, Ema. Rvdma., por habernos mostrado con claridad que en España está en tela de juicio la misma vida de la civilización cristiana; por habernos dado a entender que el triunfo de la revolución comunista en España hubiera sido el prólogo y el primer paso obligado para la ruina de Europa entera.

Los miles de mártires que han vertido generosamente su sangre por su fe y su patria son el rescate de España y del mundo. A sus oraciones tan poderosas ante el Corazón de Dios uniremos las nuestras con nuevo fervor y asiduidad, para pedir a Cristo Rey, por medio de la Virgen Inmaculada, Reina de España, que ampare a esa noble tierra y le devuelva la paz, que guarde y proteja a todo el pueblo fiel y a sus heroicos Pastores.

Dignaos, Eminencia Reverendísima, recibir el respetuoso homenaje y profunda veneración con que besa su sagrada Púrpura su humilde servidor en N. S. y Ntra. Señora.

†León Classe, Vicario Apostólico de Ruanda.

Lineline

Desde China

Misión católica. Ichang (Hupeh). Ichang, 31 de octubre de 1937.

Eminentísimo Señor:

A su debido tiempo llegó a nuestras manos la Carta Colectiva que los Obispos españoles escribieron y enviaron a los Obispos de todo el mundo sobre la actual guerra en ese Reino.

No hay católico ni amigo sincero de la noble nación española que no se alegre y os felicite ante la lúcida, objetiva exposición de los hechos, trazada “sine ira et studio”, con plena claridad cristiana y ánimo sereno.

Hace tiempo, ciertamente, que se echaba de menos y se esperaba una solemne declaración como ésa, por la eficacia que había de tener en confirmar el ánimo de los buenos y neutralizar la ponzoña de las calumnias. “Esta Carta Colectiva es consuelo para los buenos, confusión para los enemigos y nota de infamia estampada en la frente del comunismo”.

Todos aquí, en China, nuestra patria, rogamos fervorosamente para que Dios fiel, os conceda aprovecharos de la tentación. A la vez, Eminencia, encomendad al Señor a China, afligida también con la guerra, a fin de que Dios, Óptimo, Máximo, conceda la paz a nuestros tiempos.

Con la reverencia debida, beso la Púrpura sagrada y me suscribo de V. Ema. humilde servidor en el Señor.

Nadal Gubbels, O. F. M., Vicario Apostólico

Recuerdos Familiares del Padre José María Alba Cereceda, SJ

16 miércoles Ene 2013

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P.Alba, Loles y su padreLoles Alba Cereceda es una de las dos hermanas menores de nuestro querido padre José María Alba Cereceda, jesuita cien por cien. San Ignacio no quería -no quiere- que sus hijos rompan los vínculos con sus familiares. Pide, eso sí, que purifiquen su afecto, lo perfeccionen y espiritualicen. El padre Alba siempre mantuvo una relación estrecha y cariñosa con su familia. Sus dos hermanas estuvieron con él hasta el final. Pocos días después de su muerte, acaecida el pasado 11 de enero de 2002, acudimos al domicilio particular de Loles, en la barcelonesa Rambla de Cataluña, para que nos hablara de aspectos de la personalidad del padre Alba que desconocíamos; sobre todo en su infancia y su juventud. Con la emoción serena en el ambiente por la reciente pérdida, Loles respondió a AVE MARIA.

-¿Puede describirnos cómo era la familia?

– Éramos mis padres, Luis Fidel y Rufina, y cuatro hermanos, Finuca, José María, Luisa y yo. La mayor de las hermanas, Finuca, murió muy joven, a los 21 años, víctima de una septicemia tuberculosa. Mi padre era contable de una empresa de tabacos y, después de un tiempo en Filipinas, fue destinado a Barcelona, antes de casarse. De ahí que la familia viviera, salvo los años de la guerra, siempre en Barcelona; primero en la calle Asturias, luego en la Travesera de Gracia, más tarde en el barrio de Horta y, por fin, tras la guerra, en esta casa. El alzamiento cogió a la familia en Santander, excepto a mi padre, que pasó a Francia, a donde se trasladó la Compañía de tabacos. Liberada la zona norte, regresó a San Sebastián, donde residimos la familia durante un año, hasta la liberación de Barcelona.

-Sin embargo, el Padre Alba nació en Cantabria.

-No solamente él, tres de nosotros nacimos allí. Por entonces no había clínicas maternales como hoy día, y se solía nacer en casa. Así, cuando mi madre iba a dar a luz, marchaba a Vargas o a Cabezón de la Sal, para estar con sus hermanas. En Vargas nació mi hermano José María, en casa del tío Luis, sacerdote.

-La suya, ¿era una familia religiosa?

-Mucho, sobre todo la rama de mi madre, los Cereceda. Mi abuela quedó viuda con nueve hijos, el mayor de los cuales tenía quince años, y eso la marcó profundamente, acercándola más a Dios. Recuerdo que mi madre contaba cómo la abuela acudía a la iglesia a las seis de la mañana Para oír dos misas, una por ella y otra por su marido.

-¿Cómo era su hermano de niño?

-Era un muchacho muy normal: movido, pero no en exceso; estudioso, pero sin llegar a ser una lumbrera.  Enseguida que llegamos a Barcelona, tras la guerra, en el año cuarenta, se hizo de las Congregaciones Marianas, que dirigía por entonces el padre Bassols. Estuvo varios años de congregante, hasta que marchó al seminario de Veruela. En la Congregación dedicaba el poco tiempo que le dejaban los estudios a dar catequesis a niños pobres del Somorrostro y de Casa Antúnez, los domingos Por la mañana.

PADRE ALBA

-¿Cómo nace su vocación sacerdotal y jesuítica?

-Creo que son varios los factores que contribuyeron a la vocación de mi hermano. Sin duda, la formación religiosa recibida en casa, la influencia del padre Bassols, jesuita, y las profundas convicciones forjadas en la época de congregante. Por otro lado, hay un hecho en la infancia que yo creo que le marcó el camino: cuando estalló la guerra nos encontrábamos, como ya he dicho, en Santander. A los pocos días, nuestro tío Luis, sacerdote, párroco de Astillero -un pequeño pueblo cercano a la capital cántabra-, fue detenido y conducido, primero al famoso barco Alfonso Pérez, en el que se hacinaban los presos, y luego al penal de Santoña. Durante el año y picó que duró la ocupación comunista, el tío Luis fue sometido a todo tipo de vejaciones. Hasta tal punto fue así que, cuando salió de prisión, sus hermanas apenas le conocieron y murió a los pocos días. Tenía entonces treinta o treinta y dos años. Mi hermano José María tenía entonces unos trece años, y estos hechos le impresionaron sobremanera, pues estaba muy unido al tío Luis. Estoy convencida de que lo ocurrido debió de influir posteriormente en su vocación.

-¿Cuándo comunicó su intención de marchar al seminario?

-Justo al terminar el bachillerato. Mi madre aceptó encantada, pero mi padre quiso que se asegurase en la vocación, por lo que le instó para matricularse en la Facultad de Filosofía y Letras. Acabado el primer año, mi padre le preguntó si seguía con el mismo pensamiento y, como efectivamente a sí era; dio su consentimiento.

-¿Qué recuerdos tiene de la época de seminarista?

-La verdad es que no muchos. No pudimos acompañarle ni visitarle en Veruela, puesto que por entonces mi hermana Finuca comenzó a encontrarse mal. Su enfermedad duró casi dos años, con períodos de mejoría, pero se agravó y murió el 6 de octubre de 1945. Pero sí que mantuvimos una larga relación epistolar. Escribía mucho y por las cartas sabíamos de sus progresos en el seminario; de sus tiempos de maestrillo, de sus salidas por parejas a pedir limosna… De Veruela regresó a Barcelona para continuar Filosofía en Sarriá y en Sant Cugat del Vallés (1948-1951). Después estuvo en el colegio de Orihuela, donde realizó el magisterio, y de ahí a Palma de Mallorca, para terminar en Sant Cugat, donde hizo la Teología, y donde fue ordenado el 30 de julio de 1958.

-Y de los primeros años de sacerdote, ¿guarda más recuerdos?

-Tampoco demasiados; estaba tan ocupado que, a pesar de estar destinado en Barcelona, sólo podía visitarnos un par de veces al año. Eran visitas muy entrañables, en las que siempre hablaba de sus planes de futuro. Cuando estuvo de junior en Sant Cugat era distinto: entonces todos los domingos iba la familia al completo a pasar el día con él.

-Usted estuvo a su lado en el hospital durante su enfermedad, ¿qué nos puede contar de sus últimos días con su hermano?

-No sé, muchas cosas. Pasaba días muy malos, de angustia y de desazón, pero cuando venían amigos y familiares siempre tenía una palabra de cariño y afecto. El deseaba que le dieran el alta para volver a su amado colegio junto a todos los suyos, pero tuvo mucha paciencia a la espera de la decisión del médico. Con las enfermeras, y enfermos que Padre alba con mapatuvo en la cama de al lado, fue cariñoso y amable, y aprovechaba el momento oportuno para imponerles el escapulario del Carmen. La palabra fantástico que repetía muy a menudo, no era sino una jaculatoria que él sabía con qué intención la decía. Su pensamiento estaba centrado en su colegio, en sus infinitos proyectos, en el futuro de todos los estudiantes. Muchos que fueron a verle volvían confortados. Nunca tuvo una palabra de reproche.

La entrevista llega a su término. Loles nos invita a visitar la casa, que recorremos con creciente emoción. En la que fue la habitación del padre Alba se encuentra todavía el buró en el que estudiaba, la cama en la que dormía… Han pasado desde entonces sesenta años, pero puede respirarse aún el aroma de su espíritu apostólico.

Antonio Sáez

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Carta Colectiva del Episcopado Español IV

09 miércoles Ene 2013

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Orientaciones Episcopales

Carta Colectiva del Episcopado Español 1-7-1937 (IV)            Ave María- Abril 2007

5.- EL ALZAMIENTO QUE PRECEDIÓ A LA GUERRA

El 18 de julio del año pasado se realizó el alzamiento militar y estalló la guerra que aún dura. Pero nótese, primero, que la sublevación militar no se produjo, ya desde sus comienzos, sin colaboración con el pueblo sano, que se incorporó en grandes masas al movimiento, que por ello debe calificarse de cívico-militar; y segundo, que este movimiento y la revolución comunista son dos hechos que no pueden separarse si se quiere enjuiciar debidamente la naturaleza de la guerra. Coincidentes en el mismo momento inicial del choque, marcan desde el principio la división profunda de las dos Españas que se batirán en los campos de batalla.

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Aún hay más: el movimiento no se produjo sin que los que lo iniciaron intimaran previamente a los poderes públicos a oponerse por los recursos legales a la revolución marxista inminente. La tentativa fue ineficaz y estalló el conflicto, chocando las fuerzas cívico-militares, desde el primer instante, no tanto con las fuerzas gubernamentales que intentaron reducirlo como con la furia desencadenada de unas milicias populares que, al amparo, por lo menos, de la pasividad gubernamental, encuadrándose en los mandos oficiales del ejército y utilizando, además del que ilegalmente poseían, el armamento de los parques del Estado, se arrojaron como avalancha destructora contra todo lo que constituye un sostén en la sociedad,

Esta es la característica de la reacción obrada en el campo gubernamental contra el alzamiento cívico-militar. Es, ciertamente, un contraataque por parte de las fuerzas fieles al Gobierno; pero es, ante todo, una lucha en comandita con las fuerzas anárquicas que se sumaron a ellas y que con ellas pelearán juntas hasta el final de la guerra. Rusia, lo sabe el mundo, se injertó en el ejército gubernamental tomando parte en sus mandos, y fue a fondo, aunque conservándose la apariencia del Gobierno del Frente Popular, a la implantación del régimen comunista por la subversión del orden popular establecido. Al juzgar de la legitimidad del movimiento nacional, no podrá prescindirse de la intervención, por la parte contraria, de estas milicias anárquicas incontrolables -es palabra de un ministro de gobierno de Madrid-, cuyo poder hubiese prevalecido sobre la nación.

Y porque Dios es el más profundo cimiento de una sociedad bien ordenada -lo era de la nación española-, la revolución comunista, aliada de los ejércitos del Gobierno, fue, sobre todo, antidivina.

Se cerraba así el ciclo de la legislación laica de la Constitución de 1931 con la destrucción de cuanto era cosa de Dios. Salvamos toda intervención personal de quienes no han militado conscientemente bajo este signo; sólo trazamos la trayectoria general de los hechos.

Quema de iglesias Mayo 1931

Por esto se produjo en el alma nacional una reacción de tipo religioso, correspondiente a la acción nihilista y destructora de los sin-Dios. Y España quedó dividida en dos grandes bandos militantes; cada uno de ellos fue como el aglutinante de cada una de las dos tendencias profundamente populares y a su alrededor, y colaborando con ellos, polarizaron, en forma de milicias voluntarias y de asistencias y servicios de retaguardia las fuerzas opuestas que tenían dividida la nación.

La guerra es, pues, como un plebiscito armado. La lucha blanca de los comicios de febrero de 1936, en que la falta de conciencia política del gobierno nacional dio arbitrariamente a las fuerzas revolucionarias un triunfo que no habían logrado en las urnas, se transformó, por la contienda cívico-militar, en la lucha cruenta de un pueblo partido en dos tendencias: la espiritual, del lado de los sublevados, que salió a la defensa del orden, la paz social, la civilización tradicional y la patria, y muy ostensiblemente, en un gran sector, para la defensa de la religión; y de la otra parte, la materialista, llámese marxista, comunista, o anarquista, que quiso sustituir la vieja civilización de España, con todos sus factores, por la novísima “civilización” de los soviets rusos.

Las ulteriores complicaciones de la guerra no han variado más que accidentalmente su carácter: el internacionalismo comunista ha corrido al territorio español en ayuda del ejército y pueblo marxista como, por la natural exigencia de la defensa y por consideraciones de carácter internacional, han venido en ayuda de la España tradicional armas y hombres de otros países extranjeros.

Pero los núcleos nacionales siguen igual aunque la contienda, siendo profundamente popular, haya llegado a revestir caracteres de lucha internacional.

Por esto, observadores perspicaces han podido escribir estas palabras sobre nuestra guerra: Es una carrera de velocidad entre el bolchevismo y la civilización cristiana, Una etapa nueva y tal vez decisiva en la lucha entablada entre la Revolución y el Orden, Una lucha internacional en un campo de batalla nacional; el comunismo libra en la Península una formidable batalla, de la que depende la suerte de Europa.

Revolución-y-contrarrevolución

No hemos hecho más que un esbozo histórico del que deriva esta afirmación: El alzamiento cívico-militar fue en su origen un movimiento nacional de defensa de los principios fundamentales de toda sociedad civilizada; en su desarrollo lo ha sido contra la anarquía coaligada con las fuerzas al servicio de un gobierno que no supo o no quiso tutelar aquellos principios.

Consecuencia de esta afirmación son las conclusiones siguientes:

Primera: Que la Iglesia, a pesar de su espíritu de paz y de no haber querido la guerra ni haber colaborado en ella, no podía ser indiferente en la lucha; se lo impedían su doctrina y su espíritu, el sentido de conservación y la experiencia de Rusia. De una parte se suprimía a Dios, cuya obra ha de realizar la Iglesia en el mundo y se causaba a la misma un daño inmenso en personas, cosas y derechos, como tal vez no lo haya sufrido institución alguna en la historia; de la otra, cualesquiera que fuesen los humanos defectos, estaba el esfuerzo por la conservación del viejo espíritu español y cristiano.

Segunda: La Iglesia, con ello, no ha podido hacerse solidaria de conductas, tendencias o intenciones que, en el presente o en el porvenir, pudiesen desnaturalizar la noble fisonomía del movimiento nacional en su origen, manifestaciones y fines.

Tercera: Afirmamos que el levantamiento cívico-militar ha tenido en el fondo de la conciencia popular un doble arraigo: el del sentido patriótico, que ha visto en él la única manera de levantar a España y evitar su ruina definitiva, y el sentido religioso, que lo consideró como la fuerza que debía reducir a la impotencia a los enemigos de Dios, y como la garantía de la continuidad de su fe y de la práctica de su religión.

Cuarta: Hoy por hoy, no hay en España más esperanza para reconquistar la justicia y la paz y los bienes que de ella derivan que el triunfo del movimiento nacional. Tal vez hoy menos que en los comienzos de la guerra, porque el bando contrario, a pesar de todos los esfuerzos de sus hombres de gobierno, no ofrece garantías de estabilidad política y social.

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El Beato Pere Tarrés y Franco

09 miércoles Ene 2013

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beato-pedro-tarresOfrezco la siguiente lectura espiritual histórica a Monseñor Xavier Novell, Miró Ardèvol y a todos los habitantes del mundo universal.

En 1938, Pere Tarrés tenía 33 años y vivía en Barcelona; pertenecía, como miembro destacado y ferviente a Jóvenes cristianos de Cataluña, Asociación perseguida y disuelta por los defensores de las libertades democráticas; por los demócratas de toda la vida, como se llaman ahora a sí mismos. A los 23 años había hecho voto de castidad perfecta y se confirmaba en su vocación sacerdotal. Terminada la guerra de España –Cruzada para los católicos– ingresó en el seminario y fue ordenado sacerdote.

El joven Pere Tarrés fue movilizado por el ejército republicano de Cataluña el 27 de marzo de 1938. Desde ese día hasta el 26 de enero de 1939 dócil a un consejo recibido escribió El meu diari de guerra, escrito en catalán. La editorial de Barcelona, Casals, publicó tres ediciones en catalán y una en español. El prólogo del libro está escrito por el Arzobispo de Barcelona, cardenal Narcís Jubany, el 24 de septiembre de 1987. Durante varios años, el Cardenal y el Beato, fueron compañeros en la residencia sacerdotal de Balmesiana.

Transcribimos los dos últimos días del diario de guerra del Beato Pere Tarrés.

25 de enero:

«Vivimos horas de emoción. Se acerca la hora de la redención para Cataluña.» Pendientes de la radio. Noticias del avance de los «facciosos». Los centros oficiales abandonan Barcelona. «Todo el mundo desea que llegue pronto la hora de la liberación.»

Se refugia en casa de un amigo. Vida espiritual. «Virgen María, pronto resonarán las salves en tu honor por todas las calles y plazas; muy pronto serán rehechos tus templos y capillas y ermitas. Madre mía, que te alaben todos los pueblos, todos los hombres y sobre todo España, y de España, Cataluña. Que pronto regresen a Montserrat tus monjes…» «Ha podido escapar también del infierno rojo mi amigo Montfort, por quien estaba preocupado.»

rosariodeliberacion26 de enero:

Noticias. Ruido de combate. «La misma expectación de ayer, pero todavía más fuerte. Casi temblaba de emoción. ¡Dios mío, salva a la Patria! Cuando pienso que todo este ruido es el mismo que oía antes de ocupar los pueblos de Cataluña en los que hacíamos resistencia, y que ahora lo oigo a las puertas de Barcelona, no sé qué me ocurre de tanta alegría…» «El ruido se acerca… ¡Se acerca la primavera y con ella la tan suspirada paz y el restablecimiento del Reino de Cristo!»

Los partidos comunista, socialista, CNT, invitan al pueblo a la resistencia… «Palabras que caían en el vacío… Casi daba risa. ¡Quién quieren que se levante, si toda la juventud ha sido asesinada o ha muerto en la guerra! ¿Quién puede levantarse para defender un terrible régimen de tiranía y de terror bajo la estrella roja y la bandera roja y negra o encarnada, del odio a muerte y la lucha de clases?»

«Estoy convencido de que se acercan para España horas de gloria y de luz y de reconciliación, de fuerza creadora.» «Estoy convencido de que renacerá la llama viva del cristianismo, más viva que nunca.»

«Son las cuatro de la tarde. Vivimos momentos únicos. Momentos de emoción sublime. Saltaría de gozo. Lloraría de alegría.» Noticias de que han comenzado a entrar… «Barcelona reconquistada para España y para Cristo. Barcelona liberada del infierno rojo. El marxismo, bajo todos los aspectos, ha sufrido el golpe más decisivo. Cataluña, Cataluña está ya salvada…»

«Dios mío, ¿es posible que llegue la hora de la liberación?… Cuando todo parecía hundido, Tú has resurgido lleno de gloria. ¡Señor, es tu gloria lo único que me interesa…! ¡Dios mío, Dios mío, gracias por haberme permitido presenciar tanto gozo, la alegría de un pueblo que resucita!…»

Noticia de la «entrada del Ejército Nacional liberador de España en las Ramblas. Ha sido algo grandioso. A los gritos de «Arriba España» y «Viva Franco»… han anunciado a los cuatro vientos la conquista de Barcelona… La emoción y el entusiasmo populares han lanzado a la calle han sido formidables. No he podido resistir la alegría… hemos salido a la calle… La gente aclamaba por la calle a las tropas y las columnas motorizadas que iban llegando, aclamando a Franco y a la España única, libre y grande. Nos abrazábamos en plena calle. La gente te paraba en medio de felicitaciones y gritos de alegría… ¡Ha sufrido tanto Cataluña! ¡Ha llegado la hora de su liberación!…» Rezo ante el Santísimo. Encuentro de amigos… El padre Torrents «nos ha recibido lleno de alegría».

liberacion bcn

Tarrés da vivas a Cristo Rey, a la Virgen de Montserrat, a la Purísima, Patrona de España. «Me he sentido profundamente español y nunca como hoy me sale del corazón un grito bien alto de: ¡Viva España! ¡Viva Cataluña española! España está destinada a ser una gran fuerza. Ella será el nuevo hogar del cristianismo. Dios mío, ilumina a Franco y los otros dirigentes, para que todos sus actos estén informados por las doctrinas de amor y de paz cristianas, como hasta ahora.»

«¡Dios mío, salva a la Patria… Que estos años de sufrimientos sirvan para tu gloria y para la santificación de mi alma.»

«Los generales del Ejército han pronunciado ahora una alocución formidable, que ha encendido nuestro corazón, hablando de amor, de paz y de justicia.»

«Virgen María…, continúa velando por nuestra Patria… Hazme un gran apóstol… Consuela a tantas madres…» «Jesús mío, te ofrezco a Ti todo este sufrimiento, este sufrimiento colectivo…»

«¡Viva Cristo Rey! ¡Viva España cristiana! ¡Viva Cataluña española!»

«Y pongo fin a mi Diario de guerra.»

18julio2

P. Manuel Martínez Cano, mCR

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Carta Colectiva del Episcopado Español 1-7-1937 (III)

02 miércoles Ene 2013

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Orientaciones Episcopales

Carta Colectiva del Episcopado Español 1-7-1937 (III)          Ave María- Marzo 2007

 

4.- EL QUINQUENIO QUE PRECEDIÓ A LA GUERRA

Afirmamos, ante todo, que esta guerra la han acarreado la temeridad, los errores, tal vez la malicia o la cobardía de quienes hubiesen podido evitarla gobernando la nación según justicia.

Dejando otras causas de menor eficiencia, fueron los legisladores de 1931 y luego el poder ejecutivo del Estado con sus prácticas de gobierno los que se empeñaron en torcer bruscamente la ruta de nuestra historia en un sentido totalmente contrario a la naturaleza y exigencias del espíritu nacional, y especialmente opuesto al sentido religioso predominante en el país. La Constitución y las leyes laicas que desarrollaron su espíritu fueron un ataque violento y continuado a la conciencia nacional.

Anulados los derechos de Dios y vejada la Iglesia, quedaba nuestra sociedad enervada, en el orden legal, en lo que tiene de más sustantivo la vida social, que es la religión. El pueblo español, que en su mayor parte mantenía viva la fe de sus mayores, recibió con paciencia invicta los reiterados agravios hechos a su conciencia por leyes inicuas; pero la temeridad de sus gobernantes había puesto en el alma nacional, junto con el agravio, un factor de repudio y de protesta contra un poder social que había faltado a la justicia más fundamental, que es la que se debe a Dios y a la conciencia de los ciudadanos.

Junto con ello, la autoridad, en múltiples y graves ocasiones, resignaba en la plebe sus poderes. Los incendios de los templos de Madrid y provincias en mayo de 1931, las revueltas de octubre de 1934, especialmente en Cataluña y Asturias, donde reinó la anarquía durante dos semanas; el período turbulento que corre de febrero a julio de 1936, durante el cual fueron destruidas o profanadas 411 iglesias y se cometieron cerca de 3000 atentados graves de carácter político y social, presagiaban la ruina total de la autoridad pública, que se vio sucumbir con frecuencia a la fuerza de poderes ocultos que mediatizaban sus funciones.

Nuestro régimen político de libertad democrática se desquició, por arbitrariedades de la autoridad del Estado y por coacción gubernamental que trastocó la voluntad popular, constituyendo una máquina política en pugna con la mayoría de la nación, dándose el caso, en las últimas elecciones parlamentarias, febrero de 1936, de que, con más de medio millón de votos de exceso sobre las izquierdas, obtuviesen las derechas 118 diputados menos que el Frente Popular, por haberse anulado caprichosamente las actas de provincias enteras, viciándose así en su origen la legitimidad del Parlamento.

Y a medida que se descomponía nuestro pueblo por la relajación de los vínculos sociales y se desangraba nuestra economía y se alteraba sin tino el ritmo del trabajo y se debilitaba maliciosamente la fuerza de las instituciones de defensa social, otro pueblo poderoso, Rusia, empalmando con los comunistas de aquí, por medio del teatro y del cine, con ritos y costumbres exóticas, por la fascinación intelectual y el soborno material, preparaba el espíritu popular para el estallido de la revolución, que se señalaba casi a plazo fijo.

Inseparables

El 27 de febrero de 1936, a raíz del triunfo del Frente Popular, el Komintern ruso decretaba la revolución española y la financiaba con exorbitantes cantidades. El 1 de mayo siguiente, centenares de jóvenes postulaban públicamente en Madrid “para bombas y pistolas, pólvora y dinamita para la próxima revolución”. El 16 del mismo mes se reunían en la Casa del Pueblo de Valencia representantes de la URSS con delegados españoles de la III Internacional, resolviendo, en el noveno de sus acuerdos: “Encargar a uno de los radios de Madrid, el designado con el número 25, integrado por agentes de policía en activo, la eliminación de los personajes políticos y militares destinados a jugar un papel de interés en la contrarrevolución”. Entre tanto, desde Madrid a las aldeas más remotas, aprendían las milicias revolucionarias la instrucción militar y se las armaba copiosamente, hasta el punto de que al estallar la guerra contaban con 150.000 soldados de asalto y 100.000 de resistencia.

Os parecerá, Venerables Hermanos, impropia de un Documento episcopal la enumeración de estos hechos. Hemos querido sustituirlos a las razones de derecho político que pudiesen justificar un movimiento nacional de resistencia. Sin Dios, que debe estar en el fundamento y en la cima de la vida social; sin autoridad, a la que nada puede sustituir en sus funciones de creadora del orden y mantenedora del derecho ciudadano; con la fuerza material al servicio de los sin-Dios y sin conciencia, manejados por agentes poderosos de orden internacional, España debía deslizarse hacia la anarquía, que es lo contrario del bien común y de la justicia y orden social. Aquí han venido a parar las regiones españolas en que la revolución marxista ha seguido su curso inicial.

Estos son los hechos. Cotéjese con la doctrina de Santo Tomás sobre el derecho a la resistencia defensiva por la fuerza y falle cada cual en su justo juicio. Nadie podrá negar que al tiempo de estallar el conflicto, la misma existencia del bien común -la religión, la justicia, la paz- estaba gravemente comprometida y que el conjunto de las autoridades sociales y de los hombres prudentes que constituyen el pueblo en su organización natural y en sus mejores elementos, reconocían el público peligro. Cuanto a la tercera condición que requiere el Angélico, de la convicción de los hombres prudentes sobre la probabilidad del éxito, la dejamos al juicio de la historia: los hechos, hasta ahora, no le son contrarios.

Respondemos a un reparo, que una revista extranjera concreta al hecho de los sacerdotes asesinados y que podría extenderse a todos los que constituyen este inmenso trastorno social que ha sufrido España. Se refiere a la posibilidad de que, de no haberse producido el alzamiento, no se hubiese alterado la paz pública:

A pesar de los desmanes de los rojos –leemos-, queda en pie la verdad de que si Franco no se hubiese alzado, los centenares o millares de sacerdotes que han sido asesinados hubiesen conservado la vida y hubiesen continuado haciendo en las almas la obra de Dios. No podemos suscribir esta afirmación, testigos como somos de la situación de España al estallar el conflicto. La verdad es lo contrario; porque es cosa documentalmente probada que en el minucioso proyecto de la revolución marxista que se gestaba y que habría estallado en todo el país si en gran parte de él no lo hubiese impedido el movimiento cívico-militar, estaba ordenado el exterminio del clero católico como el de los derechistas calificados, como la sovietización de las industrias y la implantación del comunismo. Era por enero último cuando un dirigente anarquista decía al mundo por radio: Hay que decir las cosas tal y como son, y la verdad no es otra que la de que los militares se nos adelantaron para evitar que llegáramos a desencadenar la revolución.

Quede, pues, asentado, como primera afirmación de este escrito, que un quinquenio de continuos atropellos de los súbditos españoles en el orden religioso y social puso en gravísimo peligro la existencia misma del bien público y produjo enorme tensión en el espíritu del pueblo español; que estaba en la conciencia nacional que, agotados ya los medios legales, no había más recurso que el de la fuerza para sostener el orden y la paz; que poderes extraños a la autoridad tenida por legítima decidieron subvertir el orden constituido e implantar violentamente el comunismo; y por fin, que por lógica fatal de los hechos no le quedaba a España más que esta alternativa: o sucumbir en la embestida definitiva del comunismo destructor, ya planeada y decretada, como ha ocurrido en la regiones donde no triunfó el movimiento nacional, o intentar, en esfuerzo titánico de resistencia, librarse del terrible enemigo y salvar los principios fundamentales de su vida social y de sus características nacionales.

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