TRATADO DE LA VERDADERA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN (4)
Parte Primera
DE LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
EN GENERAL
Excelencia y necesidad de la devoción a la Santísima Virgen
20. El Espíritu Santo, que no produce otra persona divina, se ha hecho fecundo por María, con quien se ha desposado. Con Ella, en Ella y de Ella ha producido su obra maestra, que es un Dios hecho hombre; produce todos los días y producirá hasta el fin del mundo los predestinados, que son los miembros del cuerpo de esa cabeza adorable; por eso cuanto más encuentra a María su cara e indisoluble Esposa, en una alma, tanto más deseoso y decidido se muestra a producir a Jesucristo en esa alma, y a esa alma en Jesucristo.

21. No se quiere por esto decir que la Santísima Virgen da fecundidad al Espíritu Santo, cual si de ella careciese, puesto que, siendo Dios, posee la fecundidad infinita; sino que el Espíritu Santo, por la mediación de la Santísima Virgen, de la que tiene a bien valerse, aunque no la necesite absolutamente, pone por obra su fecundidad, produciendo en Ella y por Ella a Jesucristo y sus miembros; misterio de gracia desconocido hasta de los cristianos más sabios y espirituales.
22. Y la conducta que las tres Personas de la Santísima Trinidad han observado en la Encarnación y en la primera venida de Jesucristo, la siguen todos los días, de una manera invisible, en la Santa Iglesia, y la observarán hasta la consumación de los siglos, aun en la última venida del Señor.
23. Dios Padre, que ha hecho un conjunto de todas las aguas, que ha llamado mar, ha hecho un conjunto de todas sus gracias, que ha llamado María. Este gran Dios tiene un tesoro o un depósito muy rico, en el que ha encerrado cuanto hay de hermoso, de radiante, de raro y de precioso, hasta su mismo Hijo; y este inmenso tesoro no es otra cosa sino María, que los Santos llaman el tesoro del Señor, y de cuya plenitud se enriquecen los hombres.
24. Dios Hijo ha comunicado a su Madre cuanto ha adquirido por su vida y su muerte, sus méritos infinitos y sus virtudes admirables, y la ha hecho tesorera de todo lo que su Padre le ha dado en herencia; por Ella aplica sus méritos a sus miembros; por Ella comunica sus virtudes y distribuye sus gracias; es su canal misterioso, es su acueducto de oro por el que hace pasar suave y abundantemente sus misericordias.
25. Dios Espíritu Santo ha comunicado a María, su fiel Esposa, sus dones inefables, y la ha escogido como dispensadora de todo lo que posee; de manera que Ella distribuye a quien quiere, cuanto quiere, como quiere y cuando quiere, todos sus dones y sus gracias, y ningún don celestial se hace a los hombres sin que pase por sus manos virginales, pues tal ha sido la voluntad de Dios, que ha querido que lo tengamos todo por María; así será enriquecida, enaltecida y honrada por el Altísimo, la que se ha empobrecido, humillado y ocultado hasta el fondo de la nada por su profunda humildad durante toda su vida. He aquí los sentimientos de la Iglesia y de los Santos Padres.
26. Si hablase con los espíritus fuertes de estos tiempos, todo lo que sencillamente manifiesto, lo probaría más extensamente por las Santas Escrituras y por los Santos Padres, cuyos pasajes en latín citaría; probaría todo esto con razones que pueden verse citadas por el Rdo. P. Poiré, de la Compañía de Jesús, en su Triple corona de la Santísima Virgen; pero como hablo particularmente con los sencillos, que siendo gentes de buena voluntad y que tienen más fe que la generalidad de los sabios, creen con más sencillez y con más mérito, me contento con declararles simplemente la verdad sin detenerme a citarles los pasajes latinos que no entienden. Prosigamos.

27. Perfeccionando la gracia a la naturaleza, y perfeccionando la gloria a la gracia, es cierto que Nuestro Señor, hasta en el cielo, es tan Hijo de María como lo era en la tierra, y que, por consiguiente, ha conservado la sumisión y la obediencia más perfecta de todas las criaturas hacia la mejor de todas las madres. Pero conviene no ver en esta dependencia la menor humillación o imperfección en Jesucristo, pues encontrándose María muy por debajo de su Hijo, que es Dios, no le manda como una madre de la tierra mandaría a su hijo, que es inferior a ella; María, transformada toda en Dios por la gracia y por la gloria que transforma a todos los Santos en El, no pide, no quiere ni hace cosa alguna que sea contraria a la eterna e inmutable voluntad de Dios. Así, cuando se lee en los escritos de los Santos Bernardo, Buenaventura, Bernardino, etc., que en el cielo y en la tierra, todo, incluso el mismo Dios, está sometido a la Santísima Virgen, se entiende que la autoridad que Dios ha tenido a bien confiarle es tan grande, que parece que posee el mismo poder que Dios, y que sus ruegos y peticiones tienen tanto poder para con Dios, que siempre pasan como mandatos de un Dios que nunca desoye el ruego de su querida Madre, porque siempre respeta y se conforma con su voluntad.
Si Moisés, por la fuerza de su ruego contuvo la ira de Dios sobre los israelitas de un modo tan poderoso, que no pudiendo el Altísimo y misericordioso Señor desestimarlo, le dijo que le dejase encolerizarse y castigar a ese pueblo rebelde, ¿qué debemos pensar nosotros, con más motivo, de las súplicas de la humilde María y digna Madre de Dios, que tiene más influencia para con su Majestad que las oraciones e intercesiones de los ángeles y de los Santos todos del cielo y de la tierra? (Exodo 32,10).
28. María manda en el cielo a los ángeles y a los bienaventurados. Como recompensa de su profunda humildad, Dios le ha dado el poder y el encargo de llenar de Santos los tronos vacíos de los ángeles apóstatas caídos por el orgullo. Tal es la voluntad del Altísimo, que engrandece a los humildes, que el cielo, la tierra y el infierno se sujetan de bueno o de mal grado a los mandatos de la humilde María, a quien ha hecho Soberana del cielo y de la tierra, generala de sus ejércitos, tesorera de su hacienda, dispensadora de sus gracias, obradora de sus grandes maravillas, reparadora del género humano, mediadora de los hombres, exterminadora de los enemigos de Dios y fiel compañera de sus grandezas y de sus triunfos.
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