Por aquellos contornos había unos pastores que pernoctaban al raso y velaban por sus rebaños. Un ángel del S
eñor se les apareció y la gloria del Señor los rodeó de luz, y ellos se llenaron de un gran temor. El ángel les dijo: “No temáis,; mirad que os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido un salvador, que es el Cristo Señor, en la ciudad de David. Y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre”. Al instante apareció junto al ángel una multitud del ejército celestial que alababa a Dios diciendo: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” (Lc. 2, 8-14).
Las señales que dan los ángeles a los pastores del nacimiento del Mesías, el Señor, no pueden ser más desconcertantes: pesebre, pañales, pobreza… Sí, así son las cosas de Dios. Él mismo diría años después: “El que se humillare hasta hacerse como un niño de estos, ese es el más grande en el reino de los cielos” (Mt. 18, 4). Y ése es el camino de la perfección cristiana: sencillez, pobreza, humildad, inocencia… ya en su nacimiento, Jesús muestra su predilección por los pobres y despreciados, como eran los pastores, que en Israel eran tenidos como publicanos.
No temáis, dicen los ángeles, arcángeles y querubines a los sencillos pastores. Temor natural ante lo extraordinario, pero se tranquilizaron cuando oyeron la Buena Nueva que ellos esperaban, como buenos israelitas. No temamos. Dice un misionero que ha recibido varias amenazas de muerte que descubrió que el miedo no se puede vencer con la valentía, el miedo se vence con la caridad, el amor a Dios y al prójimo. Dios humillado en un pesebre y los ángeles proclamando su gloria y alabanza.
Cuando los ángeles se apartaron de ellos hacia el cielo, los pastores se decían unos a otros: “Vayamos a Belén y comprobemos este mensaje que acaba de suceder y que el Señor nos ha manifestado”. Fueron presurosos y encontraron a María, a José y al niño reclinado en el pesebre. Al verlo dieron a conocer lo que se les habían dicho acerca de este niño. Todos los que lo oyeron se admiraron de lo que le decían los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas palabras meditándolas en su corazón. Los pastores regresaron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según les fue dicho” (Lc 2,15-20).
Los pastores dóciles a las palabras de los ángeles se dirigieron a Belén con prisas, ansiosos de ver lo que les habían anunciado. Noche estrellada, las estrellas brillaban en el firmamento, y en sus corazones crecía la alegría a pasos agigantados. ¡Nos ha nacido el Mesías y quiere vernos! San José oye voces y risas y sale de la cueva y, como amigos queridos, los lleva ante el pesebre en que duerme su Hijo Jesús.
“Hallaron a María y a José y al Niño”. María coge al Niño y se lo muestra a los pastores y se lo deja para que acaricien y besen a Jesús. Es la primera manifestación de Jesús y quiere que sea por su Santísima Madre. Jesús viene a salvarnos de la esclavitud del pecado, pero por medio de María, la Niña Hermosa de Nazaret. Ese es el camino para ir a Jesús, María Santísima. Y María guardaba todas estas cosas en su corazón.
Como indignos esclavitos hagámonos presentes en la cueva de Belén con Jesús en los brazos de su Madre. Y como los pastores, postrémonos a los pies del Niño Dios, a los pies de María y José. Yo siempre he pensado que el Niño Jesús no pasó la noche en la cueva -admito que esté equivocado-. Aquellos buenos pastores se disputarían el honor de llevárselo a su casa. Y el más anciano decidió acoger a la Sagrada Familia en la mejor casa de ellos.
¡Quién pudiera haber estado en Belén aquella noche! No nos despistemos, el mismo Jesús que adoraron los pastores, lo tenemos vivo en el Sagrario. Está escondido en la Eucaristía y te pide a ti y a mí que vayamos a hacerle compañía, para tratar de amistad con quien sabemos que nos ama.