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El cristiano debe santificar su vida personal, familiar, laboral y social. Las actividades humanas, que por sí mismas tienen su propia autonomía, no son independientes de Dios. Una política sin Dios, no puede solucionar los problemas humanos y sociales. La ciencia y la técnica no hacen a los hombres mejores. No hay auténtico humanismo sin Dios. Sin la gracia de Dios, el hombre no puede santificarse, ni cumplir con sus obligaciones: quitad lo sobrenatural y sólo quedará lo antinatural (Chesterton). Desde la creación de Adán y Eva, hay una lucha constante entre los hijos de Dios y los hijos de las Tinieblas. El diablo y sus secuaces persiguen y tientan a los hombres para que se aparten de Dios. Por el pecado original tendemos hacia el mal, pero con las gracias actuales que recibimos podemos hacer el bien y santificarnos. La mayor desgracia para el hombre es vivir en pecado mortal.
El renacimiento que exaltó la naturaleza humana y despreció la vida sobrenatural; el protestantismo con su explosión de orgullo y pesimismo; la Revolución Francesa, que separa definitivamente la política del orden establecido por Dios; son fracasos históricos del hombre que han confinado con el comunismo, intrínsecamente perverso; el narcisismo pagano; el socialismo inhumano y el liberalismo del non serviam y su capitalismo salvaje. Todas estas ideologías han pervertido el orden natural y sobrenatural establecido por Dios. Así ha llegado hasta nuestros días la corrupción y confusión que nos envuelve a todos.
El cardenal francés Pie decía: se ha ensayado todo. ¿No habrá llegado la hora de ensayar la verdad?.
La mayor obcecación del hombre, el peor pecado es no vivir en la única verdad. La verdad que perfecciona al hombre y lo eleva a la vida sobrenatural: la verdad evangélica.
El venerable Papa Pablo VI decía: El cristianismo tiene la virtud de infundir esperanza y de dar vida, y no sólo en un orden propio, el religioso y sobrenatural, sino de infundirla también en el orden profano y natural.
La nueva evangelización nos apremia, combatamos los nobles combates de la fe; ¡por Cristo, por María, por España, más, más y más!
P. Manuel Martínez Cano, mCR.
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