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amor, fe, José María Alba Cereceda, Meridiano católico, obediencia
Si me preguntarais qué virtud deberíais cuidar más este verano, os respondería sin titubear que este verano y durante todo el año, la virtud que más debéis cultivar, la que más necesitáis, la que debemos tener siempre delante de los ojos, es la obediencia. La obediencia es una virtud que ella sola engendra en el alma todas las otras virtudes y las conserva arraigadas en lo profundo del alma.
Nuestra Asociación es un todo orgánico y vivo en donde ha de reinar el espíritu de Dios. Por eso, los inferiores debéis estar sometidos a los superiores. ¿Quiénes son los superiores en la Asociación Juvenil? Aquellos que me preceden a mí por antigüedad, por su, edad, por su cargo. Los inferiores deben estar sometidos cordialmente a los directores de las secciones, Los directores de las secciones a los que determinan en la Junta. Y todos al Director. Y todos, unos y otros, a la voluntad de Dios en el cumplimiento exacto de nuestra manera de proceder y en el espíritu del Centro.
Hoy hay muchos que consideran que no hay que someterse más que en las cosas llamadas importantes, olvidando las palabras del Señor que nos advierten: «el que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco vendrá a caer en las mayores. El desobediente, siempre se anda con distinciones entre cosas importantes y cosas pequeñas. Para el que tiene la ley de la obediencia en su corazón, no hay importante y menos importante. No hay más que sujeción en todo, de entendimiento y voluntad, a los gustos de Dios.
Hay otro grupo de jóvenes que se someten a lo que se dice o manda, o es costumbre, si «les parece bien» o rima con su manera de ser» o su educación o punto de vista. Es un error funesto, porque la obediencia no es un tributo a la razón, ni a mi capricho, sino un tributo a la fe y a Dios, a quien me entrego generosamente y con olvido propio en el acto de obediencia. Algunos de vosotros os andáis por las ramas y perdéis miserablemente el tiempo de vuestra santificación por esa falta de generosidad en la obediencia. No tengo que seguir mi parecer ni mi temperamento, sino el gusto de Dios. Y ese gusto de Dios se me manifiesta por otra voluntad que no es la mía. Tengo que abrazarme a ella. Porque no es el fin «acertar con lo mejor», sino obedecer en lo que se me dice, que siempre será lo mejor sobrenaturalmente. Obedecer no es racionalismo, sino amor y fe.
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 51, junio de 1981






