Etiquetas
amistad, caridad, Cristo, doctrina común, dones, espíritu santo, gracias actuales, jaculatorioas, oración, oración de súplica, perfección cristiana, talentos, vida santa
Es doctrina común que el cristiano que es fiel a las inspiraciones del Espíritu
Santo, se hace digno de recibir nuevas gracias actuales. Seamos agradecidos a Dios y aprovechemos bien sus dones, los talentos que nos da abundantemente; sabiendo que por fragilidad, podemos cometer faltas que el Señor no las tiene en cuenta, porque no halla malicia en nuestros corazones. A veces tenemos distracciones en la oración, debidas a la debilidad de nuestra naturaleza caída. Reparémoslas con actos de amor a Dios y jaculatorias fervorosas; y sigamos firmes en la oración. Lo que no debemos consentir son las faltas deliberadamente hechas. Caeríamos en la tibieza, grave enfermedad espiritual.
En el trabajo físico, cuanto más se trabajan más nos cansamos. No ocurre así en el trabajo espiritual. Cuanto más rezamos bien, más consuelo y gozo siente el corazón.
La mortificación y penitencia fortalecen el alma; la generosidad ensancha el corazón. Debemos evitar las paradas en el progreso de la vida espiritual, en la práctica de las virtudes, porque se pierde el fervor y la devoción, y los corazones se enfrían y endurecen.
Hasta en las mismas sequedades y tribulaciones, las almas maduran y son felices.
La riqueza del pobre espiritual es la oración de súplica. “Pedid y recibiréis”, nos dijo el Señor. El que más suplica es el que se hace santo. Si orásemos bien no tendríamos complejos. Hay que ser exagerados en la oración. No unos ratitos al día. Vivir todo el día en espíritu de oración. Así viviremos espontáneamente, sin miedos, ni encogimientos espirituales. Súplica y contemplación. Si no se es contemplativo, nunca se olvida uno de sí mismo. Y si nos dejamos llevar por el orgullo, Dios se ausenta de nuestra vida. Lo único que vale en esta vida es lo que se hace por amor de Dios.
Siempre hemos de estar convirtiéndonos. Cada día más, más y más; hasta que Cristo llene el vacio del alma. Cuando el alma tiene experiencia de Cristo, ya está en el camino de la santidad. Sólo nos hemos de apoyar en la caridad de Cristo. Seguir a Cristo, con todas las consecuencias. Porque lo más grande que hay en este valle de lagrimas, es la experiencia del amor de Cristo y de la Virgen santísima.
Vida santa, es la vida de amistad con Cristo. Corredentor con Cristo para purificar mis pecados y los del mundo entero.
Nuestro deber es amor a Dios y al prójimo. Cuando amamos a los hermanos, amamos a Cristo en ellos. Las cosas de esta vida no tienen sentido sin caridad. La caridad que Cristo nos enseñó. Porque la caridad sin ley lleva a la corrupción. Y la ley sin caridad lleva al rigorismo. La caridad es eminentemente difusiva y fecunda. Fracasamos en la vida de perfección cristiana, cuando nos amamos a nosotros mismos desordenadamente, egoístamente. La vida espiritual es amistad con Jesús y amor al prójimo. Siempre bajo la mirada de vuestra Madre, la santísima Virgen María.
P. Manuel Martínez Cano, mCR






