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Capítulo 25(II)
De la fervorosa enmienda de toda nuestra vida
6. Acuérdate de la profesión que tomaste, y propónte por modelo al Crucificado.
Bien puedes avergonzarte mirando la vida de Jesús, porque aún no te has esforzado en conformarte más con Él, aunque ha muchos años que estás en el camino de Dios.
El religioso que se ejercita intensa y devotamente en la santísima vida y pasión del Señor, halla allí todo lo útil y necesario cumplidamente para sí, y no necesita buscar cosa mejor fuera de Jesús.
¡Oh, si viniese a nuestro corazón Jesús crucificado, cuán presto y cumplidamente seríamos enseñados!
7. El fervoroso religioso acepta todo lo que le mandan, y lo lleva muy bien.
El negligente y tibio tiene tribulación sobre tribulación, y de todas partes padece angustia; porque carece de la consolación interior y no le dejan buscar la exterior.
El religioso que vive fuera de la observancia, cerca está de caer gravemente.
El que busca vivir más ancho y descuidado, siempre estará en angustias, porque lo uno o lo otro lo descontentará.
8. ¿Cómo lo hacen tantos religiosos que están encerrados en la observancia del monasterio?
Salen pocas veces, viven abstraídos, comen pobremente, visten ropa basta, trabajan mucho, hablan poco, velan largo tiempo, madrugan muy temprano, tienen continuas horas de oración, leen a menudo y guardan en todo exacta disciplina.
Mira cómo los cartujos, los cistercienses y los monjes y monjas de diversas órdenes se levantan cada noche a alabar al Señor.
Y por eso sería torpe que tú empezases en tiempo tan santo, donde tanta multitud de religiosos comienzan a alabar a Dios.
9. ¡Oh, si nunca hubiésemos de hacer otra cosa sino alabar a Dios nuestro Señor con todo el corazón y con la boca!
¡Oh, si nunca tuvieses necesidad de comer, beber y dormir, sino que siempre pudieses alabar a Dios, y solamente ocuparte en cosas espirituales!
Entonces serías mucho más dichoso que ahora, cuando sirves a cualquier necesidad de la carne.
¡Pluguiese a Dios que no tuviésemos estas necesidades, sino solamente las refecciones espirituales, las cuales, ¡ay!, gustamos bien raras veces!
10. Cuando el hombre llega al punto de no buscar su consuelo en ninguna criatura, entonces comienza a gustar de Dios perfectamente; y entonces está contento con todo lo que le sucede.
Entonces ni se alegra en lo mucho, ni se entristece por lo poco; mas pónese entera y confiadamente en Dios, el cual lo es todo en todas las cosas, para quien ninguna perece ni muere, sino que todas viven y le sirven sin tardanza.
11. Acuérdate siempre del fin, y que el tiempo perdido jamás vuelve. Nunca alcanzarás las virtudes sin cuidado y diligencia.
Si comienzas a ser tibio, comenzará a irte mal.
Mas si te excitares al fervor, hallarás gran paz, y sentirás el trabajo muy ligero por la gracia de Dios y por el amor de la virtud.
El hombre fervoroso y diligente, a todo está dispuesto.
Mayor trabajo es resistir a los vicios y pasiones que sudar en los trabajos corporales.
El que no evita los defectos pequeños, poco a poco cae en los grandes.
Te alegrarás siempre a la noche si gastares bien el día.
Vela sobre ti, despiértate a ti, amonéstate a ti y sea de los otros lo que fuere, no te descuides de ti.
Tanto aprovecharás cuanto más fuerza te hicieres. Amén.