Contracorriente

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La Encarnación

16 miércoles Oct 2013

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contemplación, Dios, divinas personas, Nazaret, san ignacio, voluntad

«El primer día y primera contemplación de la segunda semana es la Encarnación y contiene en sí la oración preparatoria, 3 preámbulos y 3 puntos y un coloquio» (San Ignacio).

La oración preparatoria es pedir gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Su Divina Majestad.

San Ignacio no usa la palabra «contemplación» en su sentido propio, místico, de una vista simple y afectuosa de Dios o de las cosas divinas, sino como sinónima de meditación visible.

El primer preámbulo es «recordar la historia de la cosa que tengo que contemplar; que es aquí cómo las tres personas divinas miraban toda la planicie o redondez de todo el mundo llena de hombres, y cómo viendo que todos descendían al infierno, se determina en la su eternidad que la segunda persona se haga hombre, para salvar el género humano, y así venida la plenitud de los tiempos, enviando al ángel san Gabriel a nuestra Señora».

La anunciación de Jesús.

En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y presentándose a ella, le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y Su reino no tendrá fin.

Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios.

E Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era estéril, porque nada hay imposible para Dios. Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel.

El segundo preámbulo es composición, viendo el lugar: aquí será ver la grande capacidad y redondez del mundo, en la cual están tantas y tan diversas gentes; asimismo, después, particularmente la casa y aposentos de nuestra Señora, en la ciudad de Nazaret, en la provincia de Galilea.

El tercer preámbulo es pedir lo que quiero. Sera aquí pedir conocimiento interno del Señor, que por mi se ha hecho hombre para que más le ame y le siga.

El conocimiento interno de Jesús que debemos pedir, insistentemente, no es un conocimiento meramente intelectual o histórico. Es el conocimiento interno de la gracia, que penetra en lo más íntimo de nuestro corazón y, transformado en sentimiento y en acción, se convierte en obras concretas de amor a Dios y al prójimo.

«El primer punto es ver las personas, las unas y las otras y primero las de la haz de la Tierra, en tanta diversidad, así en trajes como en gestos: unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos nasciendo y otros muriendo, etc. 2°: ver y considerar las tres personas divinas como en el su solio real o trono de la su divina majestad, cómo miran toda la haz y redondez de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad, y cómo mueren y descienden al infierno. 3°: ver a nuestra Señora y al ángel que la saluda, y reflitir para sacar provecho de la tal vista.»

«El segundo punto es oír lo que hablan las personas sobre la haz de la Tierra y las personas divinas en el Cielo. El tercer punto es mirar lo que hacen las personas sobre la haz de la tierra, así como herir, matar ir al infierno; lo que hacen las tres divinas personas, obrando la santísima encarnación; y mirar a Nuestra Señora.»

Ver, oír, mirar: san Ignacio enseña a vivir la contemplación. No somos espectadores, sino actores. En la contemplación del nacimiento, nos dice el santo: «Haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos (a Jesús, la Virgen y san José)… como si presente me hallase… Para que más le ame y le siga.»

San Ignacio expone gráficamente la degradación a la que había llegado el género humano. Lujuria, latrocinio, idolatría,… todos los vicios. Verdaderamente el mundo estaba en manos del diablo. La corrupción de las ideas sobre Dios, la mujer, el niño, el esclavo, hasta del mismo pueblo de Dios era horrible. Así vivían y así morían. El hombre se envilece cuando se aparta de Dios. Hoy como ayer el hombre sin Dios se va asemejando más y más a la bestia de los enemigos de la cruz de Cristo, San Pablo diría a los Filipenses; «El término de esos será la perdición, su dios es el vientre, y la confusión será la gloria de los que solo aprecian las cosa terrenas» (3, 19).

Dice san Ignacio que las tres divinas personas, en su trono de la divina majestad, miran toda la haz y redondez de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad, y como mueren y desciende al infierno. El salmo 14, 1-3, dice; «Al maestro de coro de David dice el necio en su corazón: «No hay Dios». Se han corrompido haciendo cosas abominables, no hay quien haga el bien. Se inclina Yahvé desde los cielos hacia los hijos de los hombres para ver si hay algún cuerdo que busque a Dios. Todos se han descarriado y a una se han corrompido, no hay quien haga el bien; no hay ni uno sólo». San Pablo le escribe lo mismo a los romanos (3, 10-12).

Bien castigó a la humanidad con el diluvio universal, porque «la tierra estaba toda corrompida ante Dios» (Gen. 6, 11). A Sodoma y Gomorra las arrasó por sus aberraciones sexuales con una lluvia de fuego y al pueblo de Israel lo castigó por una infidelidad con la cautividad.

Lo lógico sería un nuevo castigo de Dios, ante tanta corrupción e idolatría. Pero no fue así. Los caminos de Dios son inescrutables. Las tres divinas personas, movidas por su infinita misericordia, decretaron la redención del género humano. El Hijo se ofrece para reparar los pecados de los hombres y aplacar la justa ira de Dios Padre. Dios padre entrega a su Hijo por nuestro amor. «Cuando más abunda el pecado tanto más abunda la gracia» (Rom. 5,20). En el prólogo de su evangelio san Juan dice: «Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios… y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1, 1-20).

En Nazaret, aldea ignorada de Galilea, vivía una niña hermosa, María, la llena de gracia, la Virgen santísima, la purísima, la Inmaculada. La Trinidad Santísima, que había decidido hacer redención, la miro complacida; las tres divinas personas la eligieron como Madre, Hija y Esposa. La pureza virginal de esta doncellita pobre, humilde y santa, arrancó de los cielos al mismo Hijo de Dios, para recibirlo en sus purísimas entrañas y hacerlo hijo suyo.

«He aquí la esclava del señor, hágase en mí según su palabra». Fiat. Ya se ha cumplido la promesa hecha por Dios a su pueblo hace más de setecientos años: «Una Virgen concebirá» y su hijo será Emmanuel, Dios con nosotros (Isaías 7, 14). En aquel instante la Virgen quedó hecha templo vivo del Hijo de Dios. Por la Encarnación Jesús se hace nuestro hermano, nuestro salvador, nuestro redentor, nuestro sumo sacerdote. Hay que llenar el corazón de agradecimiento por la infinita misericordia de Dios. Dios Padre entrega a Su Hijo por nuestro amor. El Hijo de Dios se hace hombre para arrebatar nuestros corazones. Amor con amor se paga. El Hijo de Dios se hizo hombre por mí. No lo olvidemos jamás.

Podemos empezar esta contemplación, enfocando la casita de Nazaret, y allí, absortos, ver el rostro de belleza celestial de nuestra madrecita. Si vemos su rostro pletórico de belleza y alegría, nuestros ojos se purificaran y no querrán mirar nunca nada que pueda manchar la pureza del alma.

En el coloquio podemos decirle a Dios Padre: «Hágase en mí según tu palabra». No según mi capricho, mi gusto, mis comodidades; ni según lo que diga el mundo, ¡Señor yo quiero cumplir siempre tu voluntad! ¡qué dignidad! ¡Hijo de Dios, hermano de Jesucristo, hijo de María santísima! Madrecita del alma querida, en mi pecho yo tengo para ti un altar.

P. Manuel Martínez Cano, mCR

 

El Rey Eternal

03 martes Sep 2013

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amor carnal, amor desordenado, bienestar corporal, Cristo Rey, Manuel Martínez Cano, P.Cano, rey, Rey Eternal, san ignacio, slaud

La segunda parte de la meditación “del rey temporal ayuda a contemplar la vida del rey eternal… consiste, en aplicar el sobredicho ejemplo del rey temporal, a Cristo nuestro Señor, conforme a los punto dichos”

Y en cuanto al primer punto, Si tal vocación consideramos del rey temporal a sus súbditos, cuánto es más digna de consideración ver a Cristo nuestro Señor, rey eterno, y delante de Él todo el universo mundo, al cual y a cada uno llama y dice: “ mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria.

En la primera parte de la meditación, San Ignacio dice que todos los buenos súbditos debían de seguirle, con cuánta más razón debemos seguir a este Rey eterno que nos llama a la empresa más excelente: la santificación propia y la salvación de las almas. El salmo 2,8 dice: “te daré como herencia las gentes todas y como posesión los confines de la tierra” y nuestro Rey y Señor, Jesucristo, afirma: “Me ha sido dado Todo poder en el cielo y en la tierra”. San Juan dice que Cristo: “seducía a las turbas”. Sigamos también nosotros a Cristo Rey.

Cristo Rey nos dice hoy: “Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos y así entrar en la gloria del Padre”. Sí, porque Dios Padre: “quiere que todos los hombres se salven y vengan  al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Para ser fieles a Cristo, debemos “ser perfectos como vuestro Padre es perfecto” (Mt. 5,8). Cristo nos llama al vencimiento propio, a la conquista de uno mismo, a la santidad. Debemos, pues, luchar contra el mundo, el demonio y nuestra propia carne. La empresa a que nos llama el Rey eternal no puede ser más noble y trascendental: la eterna felicidad en el cielo y el Reinado Social de Cristo en la tierra “venid conmigo”, nos dice nuestro Rey y Señor. Si vamos solos a conquistar el mundo, no haremos nada; pero con Cristo lo podemos todo. Él venció primero a sus enemigos con su muerte y resurrección ¡con Cristo seremos santos y salvaremos muchas almas! “Trabajar conmigo! Nos dice. Si, con su gracia, todo lo podemos, como san Pablo y todos los santos. “prometiste reinar en España, fiel promesa que tú cumplirás”. Sí, aunque nosotros en el combate muramos mártires ¡Cristo triunfará!

El segundo punto es: “considerar que todos los que tuvieren juicio y razón ofrecerán todas sus personas al trabajo”

¿He procedido siempre en mi vida sobrenatural con sentido común? ¡Me ha movido el juicio y la razón o la pasión desordenada? De hoy en adelante ofreceré toda mi persona al trabajo de mi santificación y la salvación de las almas. San Juan de Ávila nos dice: “No huyáis de la guerra, que sin falta veréis venir sobre vosotros el socorro del cielo. No os espanten los muchos enemigos que tenéis, más consuelos da un solo amigo que os ama que todos los enemigos os aborrecen y Él sólo puede más que todos juntos.

Los que tienen algo más que juicio y razón se entregarán en cuerpo y alma al apostolado. Si Cristo hubiera sido mezquino con nosotros ¿qué sería de nosotros? Fuera mezquindad, a Cristo hemos de darle todo, toda la vida. Cuanto mayor entusiasmo tengamos al divino llamamiento, más frutos de santidad y gloria de Dios daremos. No se trata de resistir a los enemigos del alma y de la Iglesia, sino de  combatirlos “agere de contra”, nos dice san Ignacio. El santo vivía “deseando más morir con Cristo que vivir con otro”.

Los sordos que no quieren oír el llamamiento del Rey eternal a la santidad y a la salvación de las almas, son unos locos, porque ponen en peligro su propia salvación y no quieren colaborar con Cristo para establecer su Reinado Social en la tierra.

El tercer punto es: Los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y Señor universal, no solamente ofrecerán sus personas al trabajo, más aun haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo…

San Ignacio nos dice que el verdadero soldado de Cristo debe ejercitarse “contra su propia sensualidad, y contra su amor carnal y mundano”. La propia sensualidad es nuestra desordenada inclinación al placer de los sentidos exteriores o interiores. A la libertad en cosas no prohibidas en el uso de la vista, el oído, el tacto; el juicio temerario, la imaginación deshonesta.

El amor carnal es buscar la comodidad del cuerpo; especialmente el amor desordenado a la salud, buscando siempre el bienestar corporal, huyendo de todo esfuerzo; que no soporta las molestias del hambre y la sed, el frio o el calor. También se ha de purificar el amor a los parientes y amigos, cuando no es puramente espiritual.

El amor mundano que hemos de combatir es el amor o lo que el mundo ama: riquezas, honores, vanagloria, lujo, diversiones… Amor mundano que siente vivamente las humillaciones, las injurias, los desprecios: “¡que cuesta! – ya lo sé. Pero ¡adelante!: “nadie será premiado –y ¡qué premio! – sino el que padece con bravura.” (San José María Escrivá)

“Pues tenemos Rey poderoso y tan gran Señor que todo lo puede y a todos sujeta, no hay que temer, andando… en verdad delante de su Majestad, no hay quien sea contra nosotros” (Santa Teresa de Jesús).

San  Ignacio termina la meditación, diciendo que los que le siguen han de hacer “oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo: Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los santos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado.

Esta entrega a Cristo Rey consiste, además del trabajo personal en la propia santificación y en el apostolado, la entrega de los bienes de fortuna y la propia honra. El Concilio Vaticano ll dice: “todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad con la cual, en la sociedad terrena, se promueve un modo de vivir más humano” (Lumen gentium, 40,2) y en el decreto Apostolicam actuositatem, el concilio nos dice: “Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen de todo apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado de los seglares depende de su unión vital con Cristo, porque dice el Señor: “El que permanece en Mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí nada podéis hacer” (Jn 15,5; AA, 4,1)

El fin de la contemplación del Rey eternal es “hacernos prestos y diligentes para cumplir la divina voluntad” (San Ignacio)

P. Manuel Martínez Cano mCR

El llamamiento del rey temporal ayuda a contemplar la vida del rey eternal

28 miércoles Ago 2013

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eternal, eterno, llamamiento, rey, rey temporal, san ignacio

Con esta meditación, inicia san Ignacio la segunda semana de Ejercicios. Es el fundamento de todas las meditaciones de la vida de nuestro Señor Jesucristo que iremos meditando hasta “la contemplación para alcanzar amor”, con la que el santo termina las cuatro semanas de ejercicios espirituales. Cristo nos llama a seguirle de cerca, a imitarle, a amarle de todo corazón, a compartir sus alegrías y sufrimientos. Nos llama a trabajar para establecer en el mundo su reinado de paz, alegría, gozo, amor.

San Rafael María nos pregunta: “Suponte que estás en tu casa, enfermo, lleno de cuidados atenciones, pero un día vieras pasar debajo de tu ventana a Jesús, seguido de una turba de pecadores, de pobres, de enfermos, de leprosos… Si vieras que Jesús te llamaba y te daba un puesto en su séquito, y te mirase con esos ojos divinos que desprendían amor, ternura y perdón y te dijera: “¿Por qué no me sigues?” ¿Qué harías? ¿Acaso le ibas a responder: Señor, te seguiría si me dieses un enfermero, te seguiría si estuviese sano y fuerte para poderme valer? No, Si hubieras visto la dulzura de los ojos de Jesús te hubieras levantado de tu lecho sin pensar en ti para nada, te hubieras unido a la comitiva de Jesús y le hubieras dicho: Voy, Señor, no me importan mis dolencias, ni la muerte, ni comer ni dormir; si Tú me admites, voy; si Tú quieres puedes sanarme; no me importa que el camino por donde me lleves sea abrupto, difícil y esté lleno de espinas; no me importa si quieres que muera contigo en la cruz, voy Señor, porque eres Tú el que me promete una recompensa eterna, eres Tú el que perdona, el que salva, eres Tú el único que llena mi alma. Ni aun sufrir hasta el fin del mundo, merece la pena de dejar de seguir a Jesús.

La oración preparatoria sea la sólita: “pedir gracia, a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad.” No nos cansemos de pedir. Nuestro Señor nos dice: “Pedid y recibiréis”. Una y mil veces, la oración de petición no se ha de dejar nunca, aunque el alma haya alcanzado la perfección, el matrimonio místico.

El primer preámbulo es “composición viendo lugar. Será aquí ver, con la vista imaginativa, sinagogas, villas y castillos, por donde Cristo nuestro Señor predicaba”. Ver y oír a Cristo que nos habla hoy por boca del Sumo Pontífice Francisco, por los obispos en comunión con él, los sacerdotes, religiosos, el director espiritual. Y, sobre todo, que nos habla en la Eucaristía, en el Santísimo Sacramento del altar.” ¡Oh rey mío! ¡Quien supiera ahora representar la majestad que tenéis cuando habláis al alma!” (Sta. Teresa de Jesús).

El segundo preámbulo es: “demandar la gracia que quiero. Será aquí pedir aquí la gracia a Nuestro Señor, para que no sea sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su santísima voluntad”. Jesús nos llama a cumplir su santísima voluntad. A dejar, de una vez por todas, nuestra mundanizada voluntad, para cumplir siempre y en todo la voluntad de Dios. En la primera semana conocimos que nos apartamos de nuestro fin. San Ignacio nos invita ahora a volver al buen camino para perseverar siempre en él. Con la gracia de Dios y la maternal protección de la Virgen María, conseguiremos imitar a Dios nuestro Señor hasta donde pueden las fuerzas humanas. Cristo cuenta con nosotros para la salvación de las almas, para la nueva evangelización.

“El primer punto es poner delante de mi, un rey humano, elegido de la mano de Dios nuestro Señor, a quien reverencia y obedecen todos los príncipes y todos los hombres cristianos”. Un rey, como san Fernando o una reina como Isabel la castilla que nos llaman, una vez más, a la reconquista de España para Dios. Un hombre de Dios que nos llama a una cruzada contra el aborto y todas las leyes antihumanas y anticristianas de esta democracia agnóstica y atea. Un rey fuerte y valiente, afable y recto que le hace amable y digno de respeto a los suyos y terrible a los enemigos.

“El segundo punto es mirar como este rey habla a todos los suyos, diciendo: “Mi voluntades de conquistar toda la tierra de infieles. Por tanto, quien quisiere venir conmigo ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y vestir, etc. Asimismo ha de trabajar conmigo en el día, y vigilar en la noche, etc.; porque así después tenga parte conmigo en la victoria, como ha tenido en los trabajos”

Este rey humano no dice ¡Marchad! ¡Sino venid! Nadie marchara delante de mi ¡seguidme!

El tercer punto, “es considerar que deben responder buenos súbditos, a rey tan liberal y tan humano, y por consiguiente, si alguno no aceptase la petición de tal rey, cuanto seria digno de ser vituperado por todo el mundo y tenido por perverso caballero”, mal militar, soldado cobarde.

San Ignacio no dice nada de la respuesta de los buenos súbditos a la llamada de su rey. La historia nos enseña que la unión de reyes y súbditos católicos han realizado gestas grandiosas en honor de dios y de la patria. Hoy hacen falta jefes de Estado católicos que emprendan grandes campañas en defensa de la verdad y la justicia, a las que corresponderían fieles católicos alistándose para combatir en primera línea. El Papa Francisco, nos ha dicho que tenemos que ser valientes en esta “guerra de Dios”, en la que el diablo y sus sicarios están haciendo grandes maldades.

Que la Virgen Santísima suscite a los hombres y mujeres que, fieles al Magisterio emprenda una nueva cruzada en defensa de los derechos de Dios y de la Iglesia. No seamos sordos a su llamamiento más prestos y diligentes para combatir los nobles combates de la fe por la salvación de las almas.

 

                                                       P. Manuel Martínez Cano mCR

 

El Infierno y la Eternidad

03 miércoles Jul 2013

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En la primera semana de Ejercicios, san Ignacio propone cinco meditaciones que terminan con la meditación del san-ignacio-de-loyolainfierno. Pero ya, desde los primeros tiempos, los hijos de san Ignacio, añadían otras meditaciones en sus directorios. Así la Vulgata de los Ejercicios Espirituales dice: “Si le pareciese al que da los Ejercicios convenir al aprovechamiento de los que se ejercitan añadir a éstas otras meditaciones, como de la muerte y de otras penas del pecado, del juicio, etc., no piense que se le prohíbe, aunque no se ponga aquí”. Y bien sabemos cuánto estimaba y quería que se estimase la Vulgata, san Ignacio.

A santa Teresa de Jesús y san Antonio Mª Claret, desde muy niños, les impresionaba pensar en la eternidad. El santo nos dice, en su autobiografía: “Las primeras ideas de que tengo memoria son que cuando tenía unos cinco años, estando en la cama, en lugar de dormir, yo siempre he sido muy poco dormilón, pensaba en la eternidad, pensaba siempre, siempre, siempre; me figuraba unas distancias enormes, a éstas añadía otras y otras, y al ver que no alcanzaba el fin, me estremecía y pensaba: los que tengan la desgracia de ir a la eternidad de penas, ¿jamás acabarán de penar?- ¡Sí, siempre, siempre tendrán que penar! (nº8).

Es de fe que hay cielo para los buenos e infierno para los malos, es de fe que las penas del infierno son eternas… Al ver la multitud que están continuamente en pecado mortal, y que van así caminando a la muerte y al infierno, no puedo tener reposo, tengo que correr y gritar y me digo: Si yo viera que uno se cae en un pozo, en una hoguera, seguro que correría y gritaría para avisarle y preservarle de caer; ¿Por qué no haré otro tanto para preservarle de caer en el pozo y en la hoguera del infierno? (nº12). “Los otros sacerdotes ¿por qué no han de gritar el fuego del infierno para despertar a tantos que están aletargados en el sueño del pecado, que cuando se despertarán se hallarán ardiendo en las llamas del fuego eterno?”(nº14).

“Esa idea de la eternidad desgraciada que empezó en mí desde los cinco años con muchísima viveza, y que siempre más la he tenido muy presente, no se me olvidará jamás, es el resorte y aguijón de mi cielo para la salvación de las almas”(nº15).

Además de la pena de sentido, el condenado sufre un remordimiento continuo que le produce una tristeza horrible, insufrible. La tristeza es una amargura, un desaliento y un desasosiego continuo. San Juan Crisóstomo nos dice: “La tristeza es la más perniciosa de todas las emboscadas del demonio; porque aquellos a quienes el demonio domine, serán dominados por la tristeza”.  “Lo que más odia Dios después del pecado es la tristeza” (san Agustín). San Francisco de Asís: “La tristeza sienta bien al diablo y a sus miembros; a nosotros nos cuadra la alegría en el Señor”.

Son tres las causas de la tristeza en esta vida:

1)    El recuerdo de un bien perdido: la salud, familia… que se va llevando pedazos del alma que destrozan nuestra presente vida.

2)    La presión de un mal presente: un dolor que nos atormenta, una deshonra que nos hunde, una persecución que nos perturba y no nos deja sosegar ni encontrar la paz en nada.

3)    El temor de un mal futuro: malas noticias que prevemos, los negocios que, con la crisis, van mal, unos bultitos en nuestro cuerpo, prenuncio de un cáncer…

El condenado en el infierno no puede rehacer su pasado ¡Todo lo ha perdido para siempre! No puede volver a iniciar el camino del cielo que inició en el Santísimo; rechazó todas las gracias actuales que Dios le concedió día a día, minuto a minuto. En el presente eterno del infierno experimenta todos los males y sufrimientos, sin gozar de bien alguno; no experimenta ni el más pequeño alivio, ni descanso. El futuro lo ve claro el condenado: ¿sufrir, sin alivio y sin fin!

Más terrible que la tristeza que sufren los condenados es su desesperación: “Los hombres buscarán en aquellos días la muerte, y no la hallarán, y desearán morir. Y la muerte huira de ellos” (Apoc. 9,6). En la tierra, junto al sufrimiento, Dios nos da algún alivio que conforta y alienta y, con ese sufrimiento, ofrecido a Dios puedo ganarme el Cielo. Nunca perdamos la esperanza, Dios nos da todos los medios que necesitamos para salvarnos. Dante, en la Divina Comedia, pone en las puertas del infierno: “Dejad toda esperanza los que aquí entráis”. Pero más terrible aún es que en el infierno se pierde la caridad, allí ni se espera, ni se ama ¡Todo es desesperación y odio!

El hombre que ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar su alma, para vivir eternamente feliz en el Cielo, si muere en pecado mortal no verá jamás a Dios cara a cara y vivirá sufriendo eternamente en el infierno: “Apartaos de mi malditos al fuego eterno” (Mt. 25,41). Ansia de ver a Dios jamás satisfecha, el más horrible de los tormentos; pena de daño de la que san Agustín dice: “es tan grande cuán grande es Dios”. ¡Rechazado por Dios por toda la eternidad! “Qué cosa más horrible que estar siempre queriendo lo que nunca se ha de lograr y rechazando lo que nunca se ha de tener” (san Bernardo).

Cristo dice que el infierno es eterno. ¿Qué es la eternidad? Fácil de definir, “es duración sin término”, imposible de comprender. Es un día que no tiene tarde, una noche que no tiene aurora. Sin la eternidad, los justos y los pecadores serían iguales, Judas y santa Teresita del Niño Jesús lograrían la misma felicidad. Si el infierno no fuera eterno, como lo es, los hombres despreciarían la ley divina y Dios no sería Soberano y Señor. El condenado no se arrepiente nunca de su pecado y por eso sufre eternamente. San Agustín: “Me estremece el fuego eterno, tiemblo de temor, os daría seguridadinfierno si la tuviese para mí”. San Juan Crisóstomo: “Ninguno de los que tienen ante sus ojos el infierno, caerá en él; y ninguno de los que lo desprecian escaparán de él”. Santa Faustina Kowalska, Mensajera de la Divina Misericordia, que vio lo que sufren los condenados en el infierno, dice que muchos de los que están en el infierno es porque no creyeron en la existencia del infierno.

Si un condenado lograra salir del infierno ¿Cómo ordenaría su vida? Cumplamos los Mandamientos de la Ley de Dios y de la Santa Madre Iglesia; fidelidad a las Reglas y Constituciones; cumplimiento fiel de los votos de pobreza, castidad y obediencia. Huir de las ocasiones de pecado ¡A cumplir con el deber y abrazarnos con el sufrimiento! Jesús murió en la Cruz para salvarme, que no sea vana en mi la pasión y muerte en Cristo en el Calvario.

Para la Historia XX: Respuesta de los Obispos Rumanos a la Carta Colectiva del Episcopado Español

03 miércoles Jul 2013

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Eminentísimo Príncipe Primado:

Desde que estalló en el catolicísimo Reino de España la horrible guerra civil hemos seguido, tristes y condolidos, la valiente lucha de los fieles españoles contra las hordas diabólicamente organizadas del comunismo ateo internacional, empeñado con tesón satánico y artero en desgarrar del seno de la Santa Madre Iglesia un Reino célebre por su catolicismo y en destruir en el corazón de los fieles el Reinado de Cristo Rey. Ni un día hemos cesado de implorar la divina clemencia por nuestros hermanos de España, en la atroz prueba que padecen en defensa de la fe heredada y de sus patrias libertades; asimismo hemos exhortado a nuestros niños inocentes a hacerlo también con instancia, a la vez que por medio de nuestra prensa católica poníamos ante los ojos de nuestros diocesanos la verdad de lo que en España acaecía y el grave peligro que se cierne sobre la civilización cristiana entera.

Pero desde que recibimos la Carta Colectiva de Vuestra Eminencia y de los demás Excelentísimos Prelados españoles, fecha de 1° de Julio, vemos aún con más claridad lo que de antes nos decía nuestro instinto católico: los horrendos crímenes y atrocidades en España cometidos; los millares de templos venerados por su antigüedad, incendiados y asolados; los nuevos mártires españoles, diez Obispos, innumerables sacerdotes, religiosos y vírgenes consagradas a Dios; los cientos de miles de héroes, conocidos o no, que han dado su vida intrépidamente por defender la religión de sus padres. Al recordarlo y meditarlo no es posible ni contener la admiración ante tamaño heroísmo ni dejar de llorar con Vosotros tanta ruina, fruto del odio satánico.

Con estos sentimientos de fraterna caridad, los Obispos rumanos del Rito Latino, al juntarnos en la Conferencia Episcopal, deseamos de lo íntimo del alma manifestar a V. Emma. la compasión fraterna y el dolor al ver tan cruelmente desgarrado en vuestra patria el Cuerpo de Cristo, y al propio tiempo aseguraros que no hemos de cesar en nuestras asiduas oraciones, para que la Divina Misericordia se digne poner fin cuanto antes a la guerra fratricida de España. Mientras tanto, confiamos firmemente en que la Divina Clemencia, que suscitó en la nobilísima nación española tantos y tan grandes santos: Ignacio, Juan de la Cruz, José de Calasanz, Santa Teresa; y por el celo español trajo a la fe toda la América española, también en nuestros días, por las súplicas y heroicos ejemplos de los católicos españoles, y principalmente por la sangre de los nuevos mártires, derramada en honra de Cristo, traerá el triunfo católico en el mundo entero cristiano.

Dígnese Vuestra Eminencia aceptar grato esta prueba de cordial compasión, en nombre nuestro y de nuestros fieles, y hacerla llegar a los Venerables Hermanos los Obispos y a todo el cristiano pueblo español.

Bucarest, en las Conferencias Episcopales del 30 de noviembre y 1° de diciembre de 1937. De V. Emma. Rvdma., devotísimo hermano y servidor en Cristo.-Alejandro T. Cisar, Arzobispo y Metropolitano de Bucarest; Miguel Robu, Obispo de Jasi; Leopoldo Fiedber, Obispo de Satumare y Oradea; Agustín Pacha, Obispo de Tiurisoara; Adolfo Vorbnchuc, Obispo Auxiliar de Alba Julia.

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Meditaciones y Pláticas del P. José María Alba Cereceda, S.I.

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"Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. (Salmo 127, 1)"

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"Es necesario que los católicos españoles sepáis recobrar el vigor pleno del espíritu, la valentía de una fe vivida, la lucidez evangélica iluminada por el amor profundo al hombre hermano." San Juan Pablo II.

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