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Rosa
«Que la ocupación de las cosas exteriores no disminuya el cuidado de las interiores, y el cuidado de las interiores no impida el proveer a las exteriores».
03 domingo Sep 2017
Posted in La voz de los santos
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Rosa
«Que la ocupación de las cosas exteriores no disminuya el cuidado de las interiores, y el cuidado de las interiores no impida el proveer a las exteriores».
16 miércoles Oct 2013
Posted in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized
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amabilidad, ángel de la luz, conocimiento de Cristo, diablo, estudiar, Filipenses, formarnos, ganar a Cristo, humildad, Imitación de Cristo, jesús, la verdad y la vida, la vida es una mala noche en una mala posada, luz del mundo, meta del cristiano, sal de la tierra, san ignacio de loyola, san juan de la cruz, san pablo, santa teresa de jesús, santidad, Santo Padre Francisco, servir a Cristo, yo soy el camino
San Pablo dice a los Filipenses: “Todo lo tengo por pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor; por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo” (Fil. 3,8). Conocer, amar y
servir a Cristo, esa es la meta del cristiano, la santidad. El mismo Señor lo dijo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Es Verdad que debemos estudiar y saber nuestra fe, formarnos bien en el dogma, la moral, la historia de la Iglesia, etc. Pero teniendo muy presente lo que dice la Imitación de Cristo: “el día del juicio no nos preguntarán que leímos, sino qué hicimos; ni cuán bien hablamos, sino cuán honestamente vivimos”. San Juan de la Cruz lo dice con estas palabras: “Al atardecer de la vida, seremos juzgados en el amor”.
Cristo nos dice que debemos ser sal de la tierra y luz del mundo. Y el Santo Padre Francisco, nos ha dicho que: “donde está Jesús hay humildad, amabilidad y amor”. Los discípulos del Señor tenemos que ser humildes y amables con el prójimo; tenemos que transmitir la luz de Cristo a este mundo donde reinan las tinieblas, ser testimonios vivos de Cristo. No basta con saber la doctrina evangélica, porque “se puede conocer todo, se puede tener ciencia de todo y de esta luz sobre las cosas. Pero la luz de Jesús es otra cosa” (Papa Francisco). Es la luz de la verdad, el amor, la misericordia… la luz divina.
El Papa nos advierte que “el diablo muchas veces viene disfrazado de ángel de la luz: a él le gusta imitar a Jesús y se simula bueno, nos habla tranquilamente como ha hablado a Jesús después del ayuno en el desierto”. Para no ser engañados por el diablo, viviremos siempre en compañía de la Virgen María. Ella aplasta la cabeza de Satanás y protege a sus hijos bajo su manto maternal.
San Ignacio de Loyola nos recuerda que hemos sido creados para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar el alma. Salvar eternamente nuestra alma y muchas más. Es lo único importante. A los setenta y dos discípulos que vuelven a Jesús llenos de alegría, diciéndole: “Hasta los demonios se nos sometían en Tu nombre” El Señor les dice: “No os alegréis de que los espíritus os estén sometidos; alegraos más bien de que vuestros nombres están escritos en los cielos”. Alegrémonos, porque esta vida temporal es “una mala noche en una mala posada”, como decía santa Teresa de Jesús. Lo único importante es la vida de eterna felicidad del Cielo.
P. Manuel Martínez Cano, mCR
25 miércoles Sep 2013
Posted in Padre Alba, Uncategorized
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La llave con la que abrimos los tesoros de Dios es la oración. La oración todo lo alcanza, y la fuerza de la oración es la confianza. ¿Qué mejor manera de excitar en nosotros la confianza que poner como medianera entre nosotros y Dios a la que es Madre de Dios y Madre nuestra?
Cuando oramos, cuando nuestra alma se pone en ese estado de intercambio de amor que es la oración, cuando se habla con Dios, como el amigo con el amigo, como el hijo con el Padre, está allí la Virgen María inspirando, dirigiendo y consumando nuestra oración. ¡Nada sin María! es el grito del alma cristiana, porque sabe que en María está la fuente de la Gracia y de la Vida ya que Ella está constituida por Dios como Madre Universal de todas las cosas.
Por eso Dios la hizo exenta del pecado original, y la hizo base sobre la que se ha de construir toda santidad. Toda la felicidad de los individuos y de los pueblos dependen de María.
Tristemente para nosotros en Cataluña la fiesta de la Inmaculada será laborable y se borrará su fiesta en su dimensión social. La ofensa que las autoridades del Principado de Cataluña dirigen a la Virgen, no puede ser mayor y sin embargo los reyes de la Corona de Aragón desde el siglo XIV instituyeron la Cofradía de la Inmaculada. El Ayuntamiento de Barcelona desde ese mismo siglo consagraba anualmente a la Inmaculada la ciudad y le entregaba las llaves como muestra de su soberanía.
No podemos tolerar en lo íntimo de nuestro corazón la ofensa que se dirige a nuestra alma de hijos de la Virgen, el ofender a nuestra Madre, y a la misma España toda, de la que es Patrona bajo la advocación de Inmaculada. Por eso la fiesta de la Inmaculada ha de ser para nosotros más entrañable, más querida, más llena de espíritu de reparación y súplica. Reparación por el pecado social que la negación de la fiesta supone. Súplica para que se acelere pronto el triunfo de su Corazón Inmaculado y el fin de esta persecución religiosa, legal e hipócrita que va arrancando de la juventud el amor a la Virgen y la celebración gozosa de sus privilegios y fiestas.
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 54, diciembre de 1981
30 martes Jul 2013
Posted in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized
A un joven que le preguntó al Santo Padre Francisco que debía hacer para seguir a Cristo, el papa le dijo: “¡Avanzar! Siempre”. Aunque tropecemos y caigamos, siempre seguir adelante. Avancemos por el camino de la santidad. Alimentemos el alma con la oración, los sacramentos, el sacrificio, la limosna…; qué puedo hacer por Cristo? ¿Qué voy a hacer por la salvación de las almas? San Ignacio de Loyola, nos dice: “Todos nos animemos para no perder punto de perfección que con la divina gracia podamos alcanzar”
San Juan, dice: “El justo sea más justo y el santo santifíquese más” (Apc.22, 11). La batalla para alcanzar la santidad no acaba nunca; es un combate continuo. Ni el mismo san Pablo lo alcanzó, como escribe a los filipenses, pero corría tras ella con todo su corazón, olvidándose de su pasada vida. El que quiera ser santo, debe olvidar su vida pasada. Es el primer paso para subir al monte de la perfección: olvidar el bien y el mal que hizo para emprender el nuevo camino de la santidad en compañía de Jesús y de la Virgen María. Y no es cuestión de puños o voluntarismo, como algunos despistados atribuyen a la espiritualidad ignaciana. Se trata de estar largos ratos a solas, tratando de amistad con quien sabemos nos ama” (Santa Teresa de Jesús). Santa Teresita del Niño Jesús lo dice así: “El se conforma con una mirada, con un suspiro de amor… la perfección es algo muy fácil de practicar, pues lo único que hay que hacer es ganar a Jesús por el corazón sin olvidar, claro está, lo que la misma santa dice: “el sufrimiento me acompañó siempre, desde la cuna”
En el camino de la santidad debemos tener mucho cuidado y diligencia porque nos jugamos la felicidad temporal y la eterna. Siempre avanzando, siempre más. San Ignacio es el santo del “magis,” del más. Todo lo hacía a la mayor gloria de Dios. Por Cristo, por María, y por España, más, más, más. Si lo hacemos, no cometeremos ni un solo pecado mortal, con la gracia de Dios, que no nos faltará. No limitarnos a cumplir los Mandamientos de la ley de Dios y de la Santa Madre Iglesia, sino también los consejos evangélicos. Así combatimos eficazmente a los enemigos del alma: mundo, demonio y carne. Y no caeremos en la tibieza que tanto mal hace a las almas y a la Iglesia, como ha dicho el Santo Padre Francisco.
Bajo la maternal protección de la Virgen Santísima alcanzaremos la santidad.
P. Manuel Martínez Cano mCR
02 jueves May 2013
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El segundo: hacer otro tanto, es a saber, traer las tres potencias sobre el pecado de Adán y Eva; trayendo a la memoria
cómo por el tal pecado hicieron tanto tiempo penitencia, y quánta corrupción vino en el género humano, andando tantas gentes para el infierno. Digo traer a la memoria el 2º pecado, de nuestros padres, cómo después que Adán fue criado en el campo damaceno, y puesto en el paraíso terrenal, y Eva ser criada de su costilla, siendo vedados que no comiesen del árbol de la sciencia, y ellos comiendo, y asimismo pecando, y después vestidos de túnicas pellíceas, y lanzados del paraíso, vivieron sin la justicia original, que habían perdido, toda su vida en muchos trabajos y mucha penitencia; y consequenter discurrir con el entendimiento más particularmente, usando de la voluntad como está dicho.
Pero la serpiente, la más astuta de cuantas bestias del campo hiciera Yavé Dios, dijo a la mujer: “¿Conque os ha mandado Dios que no comáis de los árboles del paraíso”?. Y respondió la mujer a la serpiente “Del fruto de los árboles del paraíso comemos, pero del fruto del que está en medio del paraíso nos ha dicho Dios: “No comáis de él ni lo toquéis siquiera, no vayáis a morir”. Y dijo la serpiente a la mujer “No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal”. Vio, pues, la mujer que el árbol era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él la sabiduría, y tomó de su fruto y comió, y dio de él también a su marido, que también con ella comió. Abriéronse los ojos de ambos, y viendo que estaban desnudos, cosieron una hojas de higuera y se hicieron unos cinturones. Oyeron a Yavé Dios, que se paseaba por el jardín al fresco del día, y se escondieron de Yavé Dios el hombre y su mujer, en medio de la arboleda del jardín.
El Papa Benedicto XVI dijo que en nuestro tiempo se habla muy poco del pecado. Los santos sí predicaban y escribían mucho sobre el pecado. San Juan de Ávila: “¿Por qué ofendes a Dios y le haces combate con las piedras suyas? Diote sentidos, ojos, oídos, gusto, manos, pies, con que le sirvieses y le honrases y con todo ello le ofendes”. “¡Oh pecado! ¿Quién no se espantará de ti, de que puedas tornar a Dios de manso en airado, de amoroso en aborrecedor, y que envíe al infierno y para siempre castigo a quien creó a su imagen y semejanza, y a quién había tomado por hijo y prometido la herencia del Cielo? ¿Quién habrá que no te aborrezca?”
Adán y Eva fueron creados por Dios en estado de santidad y justicia, perfectos. Les concedió los dones preternaturales que perfeccionan la naturaleza, sin elevarla al orden sobrenatural, pero si sobre lo que de suyo exige la naturaleza humana: ciencia infusa, inmoralidad corporal, inmunidad de concupiscencia (dominio de las pasiones), inmunidad de dolores y achaques corporales. Y, sobre todo, les concedió la gracia santificante, que es un don absolutamente sobrenatural, que les hizo participes de la naturaleza divina.
Por el pecado original, Adán y Eva perdieron los dones preternaturales; perdieron la santidad y justicia en que habían sido creados. Perdieron el don de integridad: “viendo que estaban desnudos” (Gen. 3, 7); el don de inmortalidad:”Hasta que vuelvas a la Tierra, pues de ella has sido tomada, ya que polvo eres y al polvo volverás” (Gen. 3,9); el don de impasibilidad: “Multiplicaré los trabajos de tus preñeces, parirás con dolor tus hijos” (Gen 3,16); “comerás el pan con el sudor de tu frente” (Gen. 3,19) “Y le arrojó Dios, Yavé, del jardín de Edén…Expulsó a Adán…” (Gen 3,23-24).
Adán y Eva perdieron la gracia santificante, que solo se pierde por el pecado mortal. Todos los descendientes de nuestros primeros padres nacemos con el pecado original, privados de la gracia santificante y demás dones sobrenaturales. Los Santos Padres nos dicen que el pecado de Adán fue el más grande de todos los pecados porque es el de más graves consecuencias, tanto para Adán y Eva, como para sus descendientes, ya que con el pecado original, también perdimos nosotros la justicia y la santidad.
Satanás que odia a Dios y a los hombres y mujeres hechos a su imagen y semejanza, anda en torno nuestro mirando a quién devorar. Eva se dejo llevar por la curiosidad: el fruto prohibido “era muy hermoso a los ojos” (Gr 3,8). La vanidad de Eva, alagada con el “seréis como dioses”, le hizo alargar la mano; su sensualidad, excitada por el suave gusto de lo prohibido, le hizo caer. Y Adán, por complacer a su esposa, también desobedeció a Dios ¡Cuántas almas caen por los mismos pasos! Debemos refrenar nuestra curiosidad, fundarnos en humildad, mortificar nuestra sensualidad y jamás estar ociosos, aprovechando siempre el tiempo en la oración, el apostolado, los trabajos…
“La tentación nunca nos coge tan flacos como cuando estamos ociosos… No dejéis que se entretenga vuestro espíritu en pensamientos varios e inútiles; si se acostumbra a estos, luego pasará más allá, deteniéndose en los malos y nocivos” (San Francisco de Sales). Y nuestro doctor de la iglesia, san Juan de Ávila, nos advierte: “Combates tendréis y no pequeños, porque nuestros enemigos son muchos y muy crueles, por tanto no os descuidéis; si no, luego sois perdidos. Si los que velan aún tienen trabajo en guardarse, qué pensáis será de los descuidados, sino ser vencidos”. “Un santo nos dice que el hombre que se cree a sí mismo no ha menester demonio que lo tiente, que él es demonio para sí”.
Beata María Pilar Izquierdo: “Las tentaciones son como el abono que hace producir las flores más hermosas de las virtudes. Cada vez que se resiste una tentación se hace un acto de virtud consolidándose más el alma. ¡Oh!, que hermosos ramilletes de mil variadas flores podría ofrecer cada noche a Jesús después de un día de lucha y fidelidad”. “Las tribulaciones, las tentaciones, todo hay que bendecirlo, porque de esos males se sacan grandes bienes”. Nuestra doctora de la Iglesia, santa Teresa de Jesús, dice: “Son tantas veces las que esos malditos demonios me atormentan, y tan poco el miedo que yo los he, con ver que no pueden menear si el Señor no les da licencia… Sepan que cada vez se nos da poco de ellos quedan con menos fuerza y el alma muy mas señora… Porque son nada sus fuerzas si no ven almas rendidas a ellos y cobardes que aquí muestran ellos su poder”.
La tentación sólo puede incitar a pecar, pero nunca nos puede obligar a pecar, porque la voluntad permanece siempre dueña de su libertad. La tentación es pecado, no cuando la sentimos, sino cuando voluntariamente la consentimos. Las tentaciones se vencen con la frecuencia de los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia; con la oración y la mortificación de los sentidos; con la agregación del entendimiento y de la voluntad; con la huida de las ocasiones de pecar y, sobre todo, con la devoción a la Santísima Virgen. Estamos en buenas manos, estamos en el Corazón divino de nuestro Salvador, Jesucristo: “Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito para que podáis resistirla” (1 Cor 10,15).
“¡Cuanta corrupción vino al género humano andando tantas almas al infierno!” (san Ignacio). Y en mi alma ¿qué ha ocurrido? En el bautismo fuimos adornados por la gracia de Dios, las virtudes infusas, los dones del Espíritu Santo, hechos hijos de Dios, herederos del Cielo y templos vivos de la Santísima Trinidad. Y si pecamos, lo perdemos todo. Nuestros primeros padres pecaron una sola vez, yo tantas veces ¿qué penas no he merecido yo? ¿Cómo es la fealdad de mi alma con tantos pecados manchada? Yo soy mayor culpable que Adán y Eva, merezco mayor castigo. Y, sin embargo, la Misericordia divina ha purificado mi alma y vive en ella. Misterio insondable del amor de Dios a sus criaturas.