Contracorriente

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La Voz de los sin Voz XLI

03 jueves Oct 2013

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Pedro: Cada vez más, oímos la palabra tolerancia aplicada a mil casos distintos. La tolerancia o intolerancia hace relación a la práctica. Santo Tomás de Aquino, decía que en algunas circunstancias se podía tolerar la prostitución. Lo que no debemos ceder nunca es en los sanos principios. Debemos ser intransigentes en la defensa de la doctrina cristiana.

Salomé: El Cardenal Newman, definió la religión del Anticristo como una religión y sociedad sin bien y sin verdad, sin principios. Es la religión del indiferentismo que desarrolla la democracia en todos los ámbitos humanos.

Santiago: España luz de Trento y evangelizadora de medio mundo, se arruinó en la evangelización de Hispanoamérica. Según el profesor colombiano Luis Corsi Otálora, especialista en historia de la economía, América fue para España una sangría económica. Los hechos históricos así lo indican.

Judit: Los enemigos de Cristo y Su Iglesia son innumerables, san Juan los engloba a todos con el término “mundo”. El mundo ha declarado su independencia total y absoluta de Dios. Nosotros defenderemos hasta la muerte, contra el mundo y su dios, el demonio, la soberanía de Cristo Rey en todas las realidades humanas. ¡Viva Cristo Rey!

Pablo: ¡Viva María Reina! Nuestro Sumo Pontífice, Francisco, nos ha dicho que “la Mamá, la Virgen Santísima, nos hace fecundos”. La Iglesia tiene muchos enemigos. Nosotros vivimos entre ellos. Lo que supone hacernos cargo de ellos porque Dios no quiere “la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ezq. 32,11). Debemos combatir hasta conseguir que este mundo salvaje se convierta en humano y cristiano.

Rut: Hoy, que tanto se habla de las libertades democráticas y de los nuevos derechos humanos, tenemos el deber de recordar a nuestros coetáneos que vivimos dominados por políticas corruptas y tiránicas; por el estatismo ideológico progresista que asesina millones de niños y niñas inocentes e indefensas.

María: No conozco a ningún partido político que tenga como fin de su política el bien común de su patria. Los partidos políticos sólo se preocupan de su interés particular. Que cada ciudadano aguante su vela; los seis millones de parados que se aguanten también, pueden y deben tomar las medidas necesarias para que acaben tantas injusticias.

Mateo: El “ángel del Alcázar”, Antonio Ribera decía a sus compañeros: Disparad pero disparad sin odio. Sí, pacifistas míos, hay guerras justas. La guerra no implica necesariamente odio. Por amor a la Patria se debe luchar con las armas hasta la muerte. Y con el apostolado hasta la denigración, la calumnia y la “muerte”, ante los medios de comunicación social democráticos.

Sara: Los pacifistas de nuestros días, tan amantes de la partitocracia y tan enemigos del ejército, deben saber que no son los militares, sino los políticos, los que declaran las guerras contras sus enemigos.

José: La Iglesia no tiene ningún partido político, pero los católicos tenemos el sagrado deber, recordado por el Concilio Vaticano II, de cristianizar la política en todas las naciones.

Magdalena: Liberales, socialistas y toda clase de progresistas serán siempre enemigos de la Doctrina social y Política de la Iglesia. Porque la Iglesia enseña que el fin de la política es el bien común en el orden natural y sobrenatural. Y la partitocracia, es enemiga visceral del bien de los demás; sobre todo, del bien sobrenatural.

Magdalena, Presidenta

Deseos y Virtudes santos

12 jueves Sep 2013

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Nuestro nuevo doctor de la Iglesia, san Juan de Ávila, dice que hay personas que en sueños parece que hacen grandes cosas pero que despiertos lo hacen todo al revés. Los sueños, sueños son. No son verdaderos propósitos. El santo exclamaba: ¡Ay de estos que se pasan toda la vida en deseos, y les haya la muerte sin obras! Porque no sólo no les aprovecharán los deseos que tuvieron, antes serán castigados, porque no realizaron las buenas inspiraciones que el Señor les dio.

El Señor quiere que tengamos grandes deseos de practicar las virtudes porque, lo que se desea poco, cuando se recibe, se le tiene en poco. Así las almas se van enfriando hasta caer en la tibieza. San Buenaventura dice que hay personas que tienen buenos propósitos pero que nunca se vencen a sí mismas. En realidad, no son auténticos propósitos sino veleidades: quieren, pero no quieren. “Desea el perezoso, pero nada logra” (Prov. 13, 4)

Si los buenos deseos y propósitos no se pueden realizar sin culpa propia, el Señor los tiene muy presentes y los acepta como realizados. Estamos en las manos y en el corazón de nuestro Padre del Cielo, infinitamente misericordioso. Nada hay que debamos temer:  “El que tenga sed que venga a Mí, y beba” (Jn 7, 37) Sólo tenemos que dar los pasas necesarios. Porque más desea el Señor comunicarnos sus gracias actuales que nosotros recibirlas.

Los santos nos dicen que en el camino de la virtud el no avanza retrocede. Debemos andar al ritmo que nos marca el Señor: “Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo”. (1 Jn 2, 6) Siempre contracorriente como nos exhorta el Santo Padre Francisco. Sobrealimentando  el alma con la oración, el sacrificio y la frecuencia de los sacramentos. Combatiendo los nobles combates de la fe como lo hicieron todos los santos: “El Reino de los Cielos padece violencia y los esforzados son los que lo arrebatan” (Mt. 11, 12) Contra las pasiones desordenadas, la práctica de las virtudes cristianas.

Santo Tomás de Aquino recuerda a los religiosos que viven en estado de perfección, por sus votos de pobreza, castidad y obediencia, que no son perfectos, sino que están obligados a aspirar a la perfección cristiana mediante la práctica de las virtudes teologales y morales. Religiosos, sacerdotes y seglares, estamos creados a imagen y no nos bastan los bienes temporales para calmar el deseo innato de ser felices. Necesitamos los bienes espirituales que nos alcanza la eterna bienaventuranza del Cielo.

Que la Virgen Santísima nos coja de una mano, y nos proteja, bajo su manto, para que nos enseñe a practicar las virtudes sobrenaturales que necesitamos para alcanzar la perfección cristiana a la que hemos sido llamados.

 

P. Manuel Martinez Cano mCR

Vida de San José II: Patria, Parientes y Profesión

26 miércoles Jun 2013

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La patria de San José

Se ha discutido si nació en Belén o en Nazaret. Los Evangelios no particularizan. Los que son del parecer que nació en Belén, se apoyan en estas razones:

1. Que San José al terminar el destierro de la Sagrada Familia en Egipto, su propósito era volver a Belén, según el relato de Mateo: «Y levantándose tomó al niño y a su madre y partió para la tierra de Israel. Mas, habiendo oido que en Judea reinaba Arquelao, en lugar de Herodes, su padre, temió ir allá y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, yendo a habitar en una ciudad llamada Nazaret…» (Mt. 2. 21-23).

2. El testimonio de San Justino, mártir del siglo I, quien nos dice que José subió de Nazaret a Belén «donde era oriundo».

3. El tenerse que empadronar en Belén pudiera ser otra nueva prueba, porque podía él haber nacido allí.

Los que están a favor de que José nació en Nazaret dicen:

1. Que los relatos de los Evangelios favorecen esta opinión, pues allí vivía cuando tuvieron lugar los esponsales (aunque esto solo también nos podría decir que allí vivía la Virgen cuando se conocieron), y que en Nazaret pasaría sin duda su infancia y juventud.

2. En Nazaret también vivía un hermano de Jesús.

3. Porque no se explica que si era oriundo de Belén, no hallase ningún pariente o amigo que les abriesen las puertas cuando fueron a empadronarse y tuvieran que refugiarse en un establo.

No ha faltado otra opinión, la de los que dijeron que había nacido en Jerusalén; pero ésta ha sido desechada por no tener otro fundamento que una afirmación de los Evangelios apócrifos.

Sus parientes

En los Evangelios hallamos expresiones como éstas:

Jesús «viniendo a su patria, les enseñaba en la sinagoga de manera que, atónitos, se decían: ¿De dónde le viene a éste tal sabiduría y tales poderes? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su madre no se llama María, y sus hermanos Santiago y José, Simón y Judas? Sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?» (Mt. 13,54-56).

Hemos de decir que la expresión «hermanos y hermanas» de Jesús, de que tanto se han valido los protestantes para negar la virginidad de María, no tiene otro significado que el de ser sólo primos o próximos parientes de Jesús, pero no eran propiamente sus hermanos, ni hijos, por tanto, de San José.

Hegesipo, historiador de la Iglesia del siglo II, nos dice que San José tenía un hermano llamado Cleofás.

Este era, pues, tío de Jesús, el cual estaba casado con María, una de las mujeres que estaban presentes a la muerte de Jesús y junto a la cruz. y es la que San Juan llama «la de Cleofás» (19,25). Los hijos de este matrimonio fueron Santiago el Menor y José (Me. 15,40), y por lo que dice Hegesipo también lo eran Simón y Judas y varias hijas (Mt. 13,55-56).

En consecuencia: los llamados «hermanos de Jesús» no son hijos de San José ni de la Virgen María, sino de Cleofás y la otra María, pariente también de la Virgen (Véase mi libro: LA VIRGEN MARÍA EN LA BIBLIA Y LA TRADICIÓN, donde tengo aclarada esta cuestión de los «hermanos de Jesús»…).

Profesión de San José

Según la Sagrada Escritura, San José (ateniéndose al significado de la palabra griega té/don, en latín faber) fue carpintero, ebanista, escultor, herrero, obrero de construcción o artesano en general; más según reza la tradición apoyada a su vez en el Evangelio se le suele designar con el oficio de carpintero, y los Padres de la Iglesia son de este parecer.

San Justino, mártir del siglo II, escribió: «Jesús pasaba por ser hijo del carpintero José y era él mismo carpintero, pues mientras permaneció entre los hombres, fabricó piezas de carpintería como arados y yugos».

Los Evangelios apócrifos lo llamaron faber lignarius, o sea, obrero de la madera…; sin embargo, no han faltado algunos que como San Hilario y San Veda el Venerable dijeran que había tenido el oficio de herrero, y San Isidoro dijo que era «obrero en hierro y en metal»; más santo Tomás de Aquino escribió: «José no fue herrero, sino carpintero», y a partir del siglo XIII la opinión general es que este fue su oficio.

No obstante lo dicho, si nos atenemos a las palabras de San Justino de que «fabricó piezas de carpintería como arados y yugos», como los arados suelen llevar su reja de hierro, bien pudiéramos decir que San José era el artesano del pueblo, que no sólo confeccionaba las piezas de madera que entraban en la construcción de las casas, sino también arados, ruedas de carros, etc., pudiendo sin duda trabajar a la vez la madera y el hierro, si bien con preferencia lo propio de la carpintería.

Lo que si se desprende de los Evangelios es que San José fue un humilde trabajador y en su rudimentario taller de carpintería pudo emplearse en todos los menesteres que este oficio lleva consigo. Por eso decían los judíos, según refiere San Mateo (13,55): «¿No es éste el hijo del carpintero?». También Jesús ejerció este oficio en compañía de José, como testifican sus paisanos de Nazaret: «¿No es acaso el carpintero hijo de María…?» (Me. 6,3).

San José vivía como un artesano pobre y honrado que ganaba lo necesario para sustentar a su esposa María y al niño Jesús. El Evangelio nos refleja su estado de pobreza y honradez. De pobreza, porque, al hablarnos de la purificación de María y la presentación de Jesús en el templo, ofrecieron al sacerdote en lugar de un cordero primal, dos palominos que eran la ofrenda de las familias pobres y humildes. De honradez, porque él era como veremos, el «varón justo» que vivía conforme a la ley de Dios.

 

El Pecado de los Ángeles II

24 miércoles Abr 2013

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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«El primer punto será traer la memoria sobre el primer pecado, que fue de los ángeles, y luego sobre el mismo entendimiento discurriendo, luego la voluntad, queriendo todo esto, memorar y entender, por más avergonzarme y confundir; trayendo en comparación de un pecado de los ángeles tantos pecados míos, y donde ellos por un pecado fueron al infierno, cuántas veces yo lo he merescido por tantos. Digo traer en memoria el pecado de los ángeles; cómo siendo ellos criados en gracia, no se queriendo ayudar con su libertad para hacer reverencia y obediencia a su Criador y Señor, veniendo en superbia, fueron convertidos de gracia en malicia, y lanzados del cielo al infierno; y así, consequenter, discurrir más en particular con el entendimiento, y consequenter moviendo más los afectos con la voluntad».

El beato Juan Pablo II dijo: “que el hombre contemporáneo experimenta la amenaza de una imposibilidad espiritual y de la muerte de la conciencia y esta muerte es algo más profundo que el pecado: es la eliminación del sentido del pecado”. San Ignacio quiere que el ejercitante alcance un conocimiento vital y profundo del pecado con la meditación del pecado de los ángeles, de Adán y Eva y el pecado particular. Nuestro nuevo doctor de la Iglesia, san Juan de Ávila, pregunta: “¿Pecaste y no temes? No has conocido a Dios; ¿Ofendiste a Dios y no tienes el corazón partido de dolor? No lo has conocido”. San Ignacio de Loyola decía: «Daría por muy bien empleada mi vida por evitar un solo pecado mortal”.

Es dogma de fe que existen los ángeles, sustancias intelectuales, inferiores a Dios, superiores al hombre, puramente espirituales: “Por su bondad y virtud omnipotente… desde el principio del tiempo, creó (Dios) de la nada a una y otra criatura, la espiritual y la corporal, esto es, la angélica y la humana” (Concilio IV de Letrán; 428). El mismo concilio dice que: “El diablo y demás demonios, por Dios ciertamente fueron creados buenos por naturaleza; más ellos por sí mismos se hicieron malos” (428). Un espíritu puro no puede cometer otro pecado que el de la soberbia, apetecer desordenadamente su propia excelencia. Según santo Tomás de Aquino, el diablo habría apetecido para si la unión hipostática, o negado su obediencia al Verbo encarnado. “Viniendo en  superbia” los ángeles pecaron, dice san Ignacio.

“Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que, precipitados en el tártaro, los entregó a las cavernas tenebrosas” (2 Pd, 2-4). En un instante cayó sobre ellos el rayo de la Justicia Divina: “fueron convertidos de gracia en malicia, y lanzados del cielo al infierno” (San Ignacio). ¡Horrible transformación! Belleza- fealdad, bondad-malicia, sabiduría-ignorancia…” y así consecuenter discurrir más en particular con el entendimiento, queriendo todo esto memorar y entender” (san Ignacio).

Los ángeles fueron creados para alabar, hacer reverencia y servir a Dios en el Cielo. Dios les concedió la libertad para que usándola ordenadamente, pudieran merecer la vida eternamente feliz. “¡Non serviam!” fue su respuesta, ¡no quiero obedecer, no quiero servir a Dios! Si en el primer pecado mortal que cometí, Dios me hubiera privado de la vida, hubiera caído en el infierno eternamente. ¡Y he pecado tantas veces! Mi alma ha estado podrida, corrompida ¿Dios mío, quién soy yo para Ti? A los ángeles aplicó su justicia; a mí, su misericordia infinita ¿Cómo voy a presentarme en  su presencia? : «Avergonzado y confundido, en haberle mucho ofendido, de quien primero recibí muchos dones y mercedes” (san Ignacio).

¿Qué será el pecado que tiene un castigo eterno? ¿Qué efectos han producido en mi memoria, entendimiento y voluntad mis muchos pecados? ¡Dios mío, perdóname! Dame tu gracia para jamás volver a ofenderte. ¡Jesús en ti confío! ¡Virgen Santísima bajo tu amparo nos acogemos! “El diablo, a quien os sujetáis cuando pecáis, ¿Quién os parece que es? Es la más malaventurada criatura del mundo, enemigo de Dios, condenado, maldito, espantable enemigo de todo bien, contrario a Dios. El diablo es un gran pecador; los que pecan son sus hijos” (San Juan de Ávila).

Santa Teresa de Jesús: “Pareceros a, hermanas, que a estas almas a quienes el Señor se comunica tan particularmente, que estarán ya tan seguras de que han de gozar para siempre, que no tendrán que temer ni que llorar mis pecados, y será muy grande engaño, porque el dolor de los pecados crece más mientras más recibimos de nuestro Señor”.

El gran teólogo Romano Guardini en su obra el Señor, dice: “Comprenderemos a Cristo en la medida en que comprendamos el pecado”, que es lo mismo que decir: quien no reconoce su pecado, no conocerá a Cristo de verdad, ni lo amará de verdad.

P.Manuel Martínez Cano, mCR

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