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Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XIV

10 miércoles Abr 2013

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Parte Primera

DE LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
EN GENERAL

Modo de discernir la verdadera devoción a la Santísima Virgen,
de la falsa y aparente

TERCERA VERDAD

78. Nuestras mejores acciones suelen comúnmente ser sucias y corrompidas por el mal fondo que hay en nosotros. Cuando se pone agua pura y limpia en una vasija que huele mal, o vino en una cuba cuyo interior está maleado por otro vino que en ella hubo, el agua clara y el buen vino se malean y toman fácilmente su mal olor. Asimismo, cuando Dios pone en nuestra alma, maleada por el pecado original y el actual, sus gracias y celestiales rocíos o el vino delicioso de su amor, sus dones son ordinariamente maleados y corrompidos por la mala levadura y el mal fondo que el pecado ha dejado en nosotros; nuestras acciones, aun las virtudes más sublimes, se resienten de eso. Es, por tanto, de la mayor importancia, a fin de alcanzar la perfección, que no se adquiere sino por la unión con Jesucristo, vaciarnos de lo malo que hay en nosotros; no siendo así, Nuestro Señor, que es infinitamente puro y detesta infinitamente la menor suciedad en el alma, nos rechazará de ante sus ojos y no se unirá a nosotros.

79. Para despojarnos de nosotros mismos, es menester:
1.º Conocer bien, por las luces del Espíritu Santo, nuestro mal fondo, nuestra incapacidad para todo bien útil a nuestra salvación, nuestra debilidad en todo, nuestra inconstancia siempre, nuestra indignidad para toda gracia y nuestra iniquidad en todas partes. El pecado de nuestro primer padre nos ha maleado, agriado, fermentado y corrompido, como la levadura agría, fermenta y corrompe la maga en que se pone. Los pecados que actualmente cometemos, sean mortales o veniales, por más que estén perdonados, han aumentado nuestra concupiscencia, nuestra debilidad, nuestra inconstancia y nuestra corrupción, y han dejado en nuestra alma malas reliquias. Nuestros cuerpos están tan corrompidos, que el Espíritu Santo los llama cuerpos de pecado, concebidos en el pecado, alimentados del pecado, capaces de todo pecado; cuerpos sujetos a mil y mil enfermedades, que diariamente se corrompen y no engendran más que miseria y corrupción.
Nuestra alma, unida a nuestro cuerpo, ha llegado a ser tan carnal, que se la ha llamado carne: toda carne ha corrompido su camino (Gen. 6,12). -No tenemos por herencia más que orgullo y ceguera en el espíritu, endurecimiento en el corazón, debilidad e inconstancia en el alma, la concupiscencia, las pasiones rebeldes y las enfermedades en el cuerpo. Somos naturalmente más orgullosos que los pavos reales, más adheridos a la tierra que los reptiles, más envidiosos que las serpientes, más glotones que los animales inmundos, más coléricos que los tigres, más perezosos que las tortugas, más débiles que las cañas, más inconstantes que las nubes. No tenemos en nuestro fondo más que la nada y el pecado, y no merecemos de Dios más que su ira y el infierno eterno.

80. Después de esto, ¿debemos sorprendernos de que Nuestro Señor haya dicho que el que quiera seguirle debe renunciarse a sí mismo, y aborrecer su alma; que aquel que ame su alma, la perderá, y que el que la aborrezca, la salvará? (Jn. 12,25). Esta sabiduría infinita, que no establece mandamientos sin razón, no nos ordena aborrecernos sino porque somos dignos en alto grado de aborrecimiento; nada tan digno de amor como Dios, nada tan digno de aborrecimiento como nosotros mismos.

81. 2.º Para vaciarnos de nosotros mismos es menester morir a nosotros mismos todos los días; es decir, es menester renunciar a las operaciones de las facultades de nuestra alma y de los sentimientos de nuestro cuerpo; es menester ver como si no se viese, oír como si no se oyese, servirse de las cosas de este mundo como si no se sirviese uno de ellas, lo cual llama San Pablo morir todos los días: Quotidie morior (1 Cor. 15,31). Si al caer el grano de trigo en la tierra no muere, permanece solo y no produce fruto bueno (Jn. 12,24). Si no morimos a nosotros mismos y si nuestras devociones más santas no nos conducen a esta muerte necesaria y fecunda, no produciremos fruto alguno, y serán inútiles nuestras devociones; todos nuestros actos de justicia estarán mancillados por el amor propio y la propia voluntad, lo que hará que Dios tenga por abominación los mayores sacrificios y las mejores acciones que podamos ejecutar, y a nuestra muerte nos hallaremos con las manos vacías de virtudes y de méritos, y no tendremos una centella del amor puro que sólo se comunica a las almas muertas a sí mismas, cuya vida se esconde con Jesucristo en Dios.

82. 3.º Es menester escoger entre todas las devociones a la Santísima Virgen, la que más nos lleve a esta muerte propia, como que es la mejor y más santificante, porque ni es oro todo lo que reluce, ni miel todo lo dulce, ni lo más factible y practicado por la mayoría es lo más perfecto.
Como en el orden de la naturaleza hay operaciones que se hacen a poca costa y con facilidad, asimismo en el de la gracia hay secretos que se ejecutan en poco tiempo, con dulzura y facilidad, operaciones sobrenaturales y divinas que consisten en vaciarse de sí mismo y llenarse de Dios, y lograr así la perfección.
La práctica que quiero enseñar es uno de los secretos de la gracia, desconocido de la mayor parte de los cristianos, conocido por pocos devotos, practicado y gustado por menos. Para comenzar a descubrir esta práctica, he aquí una cuarta verdad que es consecuencia de la tercera

Tratado de la Verdadera Devoción a a Santísima Virgen XII

20 miércoles Mar 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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aparente, apóstol, devoción, discernir, falsa, jesucristo, modo, santísima virgen, tratado, Verdad, verdadera

Modo de discernir la verdadera devoción a la Santísima Virgen,
de la falsa y aparente

SEGUNDA VERDAD

68. Es preciso deducir, en vista de lo que Jesucristo es para nosotros, que nosotros no somos en manera alguna dueños de nosotros mismos, como dice el Apóstol, sino que somos completamente cosa suya, miembros suyos, esclavos que ha comprado infinitamente caros, a precio de toda su sangre. Antes del bautismo éramos del demonio, como sus esclavos; el baustismo nos ha hecho verdaderos siervos de Jesucristo, siervos que no debemos vivir, ni trabajar, ni morir más que para trabajar por este Dios-hombre, glorificarle en nuestro cuerpo y hacerle reinar en nuestra alma, porque somos su conquista, su pueblo adquirido y su herencia. Por lo cual, el Espíritu Santo nos compara: 1.º, a árboles plantados a la orilla de las aguas de la gracia, en el campo de la Iglesia, y que oportunamente deben dar su fruto; 2.º, a los sarmientos de una viña, en que Jesucristo es la vid que ha de dar buenos frutos; 3.º, a un rebaño cuyo pastor es Jesucristo, rebaño que debe multiplicarse y dar leche; 4.º, a una tierra fértil de la que Dios es el labrador, y cuya semilla se multiplica y produce treinta, sesenta, ciento por uno. Jesucristo lanzó su maldición a la higuera infructuosa y condenó al servidor inútil porque no hizo producir su talento (Ps. 1,3; Jn. 15,1; Jn. 10,11; Mt. 13,3; Mt. 21,19; Mt. 25,27).
Todo esto nos prueba que Jesucristo quiere recabar preciosos frutos de nuestras pobres personas, a saber: conseguir buenas obras, que pertenezcan a El únicamente. Creados en buenas obras en Jesucristo (Ephes. 2,10). Palabras que demuestran que Jesucristo es el único principio y debe ser el único fin de todas nuestras buenas acciones, y que debemos servirle, no solamente como servidores mercenarios, sino como esclavos de amor. Me explicaré más claramente.

69. Hay dos modos, acá abajo, de pertenecer a otro y depender de su autoridad; a saber: el simple servicio y la esclavitud, que es lo que constituye lo que llamamos un criado y un esclavo.
Por el servicio común entre los cristianos, un hombre se obliga a servir a otro durante cierto tiempo, mediante un estipendio o retribución.
Por la esclavitud depende un hombre de otro enteramente y por toda su vida, y debe el esclavo servir a su dueño sin opción a ninguna recompensa, como una de sus bestias sobre que tiene derecho de vida y muerte.

70. Hay tres clases de esclavitud: una esclavitud de naturaleza, otra de temor y otra voluntaria. Bajo el primer concepto, todas las criaturas son esclavas de Dios: Del Señor es la tierra y su plenitud (Ps. 23,1). Lo son bajo el segundo los demonios y los condenados; y bajo el tercero, los justos y los santos. La esclavitud voluntaria es la más gloriosa a Dios, que mira al corazón, que pide el corazón, y que se llama el Dios del corazón o de la voluntad amorosa, porque por esta esclavitud se elige a Dios y su servicio por encima de todo lo demás, aunque no estuviéramos naturalmente obligados a ello (Prov. 23,26; Ps. 72,26).

71. Hay una total diferencia entre un servidor y un esclavo:
Primero, en que un servidor no da todo lo que es, todo lo que posee y todo lo que puede adquirir por otro o por sí mismo, mientras que el esclavo se da todo en absoluto, con todo lo que posee y puede adquirir, sin excepción alguna. Segundo, en que el servidor exige retribución por los servicios que hace a su dueño, y el esclavo no puede exigir nada por asiduo, más industrioso y fuerte que sea para el trabajo. Tercero, el servidor puede abandonar a su amo cuando quiera, o al menos cuando expire el plazo de su servicio, y el esclavo no posee ese derecho. Cuarto, el dueño del servidor no tiene sobre él ningún derecho de vida y de muerte, de modo que si le matase como a una de sus bestias de carga, cometería un homicidio injusto; pero el dueño del esclavo tiene (o tenía, según las leyes antiguas) derecho de vida o muerte sobre él, de modo que puede venderle a quien quiera, o matarle, ni más ni menos que como podría hacerlo con su caballo. Quinto, en fin, el servidor no está más que temporalmente al servicio de su amo, y el esclavo para siempre jamás.

 

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