La causa principal de todo pecado es nuestro egoísmo, el amor desordenado a uno mismo y es que, hay un amor ordenado a nosotros mismos, exigido por el mismo Dios.
La causa interna del pecado son las heridas que el pecado original ha dejado en nuestra naturaleza humana, que nos ofuscan para no conocer la ley moral, impresa por Dios en nuestra conciencia. El pecado es la rebelión de la carne contra el espíritu, la triple concupiscencia que crece con los pecados personales; es la herida, o heridas, de nuestra voluntad que busca intencionadamente el pecado o se deja llevar por las tentaciones sin oponer resistencia alguna.
Las causas externas del pecado son: el demonio y todas las cosas que usamos desordenadamente. Pecado es apartamiento de Dios al recrearse desordenadamente en las criaturas (Sto. Tomas). Y San Agustín nos recuerda que: el extravío de la vida está en usar y gozar mal de las criaturas… mi mayor iniquidad es el dejarme dominar de las cosas que he de usar.
San Pedro advertía a los primeros cristianos: Sed sobrios, estad alerta, que vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, anda buscando a quien devorar; resistidle firmes en la Fe” (AP 5, 8-9).
Y el Apóstol Santiago nos dice: Someteos a Dios y enfrentaos con el diablo, que huirá de vosotros. Acercaos a Dios y Dios se acercará a vosotros (Santiago 4, 7-8). Nuestro Señor Jesucristo llama al diablo pecador y homicida desde el principio, padre de la mentira (Jn 8: 44). Mentira que se va propagando por todos los medios de comunicación del mundo. No olvidemos nunca que el mundo todo está bajo el maligno (1 Jn. 5, 19).
Los últimos sumos pontífices nos han dicho muchas veces que el mundo ha dado la espalda a Dios. Aunque también hay un resto del pueblo de Dios fiel en todo a una ley divina. Del olvido de Dios, fomentado por ideologías democráticas, han venido todos los crímenes y corrupciones sobre el mundo moderno. Soljenitsin, premio Nobel de Literatura, profundo conocedor de la ideología marxista, que le hizo sufrir terriblemente, de la ideología democrática, que conoció en sus últimos años, dijo: el mal del mundo moderno procede de que los hombres han olvidado a Dios, pues la conciencia humana olvidada de lo divino se deprava, y esa depravación determina la mayoría de los crímenes de nuestro siglo. El jefe supremo de las ideologías marxistas y demócratas es el diablo.
El intelectual francés André Monsois, no dudó en afirmar que: El signo de nuestro tiempo es la vuelta de Satanás. Y el Beato Juan Pablo II nos advirtió que: el demonio está vivo y trabaja en el mundo (…). De su obra depende el mal y los desórdenes presentes en el hombre y en la sociedad. Y,
también en la Iglesia de Cristo, porque el humo de Satanás ha penetrado en la Iglesia (Pablo VI).
La mejor arma para luchar contra el demonio es la devoción a la Virgen Santísima que pisa siempre la cabeza de la serpiente infernal. Y, como el diablo es soberbio, debemos despreciarlo siempre: no hay cosa que más lastime al demonio –como es soberbio- que el despreciarlo. Tan despreciado que ningún caso hagamos de él, ni de lo que nos trae. No hay cosa tan peligrosa como trabar razones con quien presto nos puede engañar (San Juan de Ávila).
P. Manuel Martínez Cano mCR
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