En las parábolas dedicadas a la misericordia, Jesús revela la naturaleza de Dios como la de un Padre que jamás se da por vencido hasta tanto no haya disuelto el pecado y superado el rechazo con la compasión y la misericordia […]. En estas parábolas, Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona. En ellas encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón.
[…] La misericordia en la Sagrada Escritura es la palabra clave para indicar el actuar de Dios hacia nosotros. Él no se limita a afirmar su amor, sino que lo hace visible y tangible. El amor, después de todo, nunca podrá ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se verifican en el vivir cotidiano. La misericordia de Dios es su responsabilidad por nosotros. Él se siente responsable, es decir, desea nuestro bien y quiere vernos felices, colmados de alegría y serenos. Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser misericordiosos los unos con los otros.
(Papa Francisco, Misericordiae vultus, n. 9)
Oh Jesús, qué lástima me dan los pobres pecadores. Oh Jesús, concédeles el arrepentimiento y la contrición. Recuerda tu dolorosa Pasión. Conozco tu Misericordia infinita, no puedo soportar que perezca el alma que te costó tanto. Oh Jesús, dame las almas de los pecadores. Que tu Misericordia descanse en ellas, quítame todo, pero dame estas almas. Deseo convertirme en la hostia expiatoria por los pecadores, que el cuerpo oculte mi sacrificio, ya que Tú también ocultas tu Sacratísimo Corazón en la Hostia, a pesar de ser la inmolación viva. Transfórmame en Ti, oh Jesús, para que sea una víctima viva y agradable a Ti; deseo satisfacerte en cada momento por los pobres pecadores, el sacrificio de mi espíritu se oculta bajo la envoltura del cuerpo, el ojo humano no lo alcanza, por lo tanto es puro y agradable a Ti. Oh Creador mío y Padre de gran Misericordia, confío en Ti, porque eres la Bondad misma. Oh almas, no tengan miedo de Dios, sino que tengan confianza en Él, porque es bueno y su misericordia dura por los siglos.
(Santa Faustina Kowalska. Diario, 908)
Cuánto deseo la salvación de las almas. Mí queridísima secretaria, escribe que deseo derramar mi vida divina en las almas humanas y santificarlas, con tal de que quieran acoger mi gracia.
Los más grandes pecadores llegarían a una gran santidad si confiaran en mi Misericordia. Mis entrañas están colmadas de Misericordia que está derramada sobre todo lo que he creado.
Mi deleite es obrar en el alma humana, llenarla de mi Misericordia y justificarla. Mi reino en la tierra es mi vida en las almas de los hombres.
Escribe, secretaria mía, que el director de las almas lo soy Yo mismo directamente, mientras indirectamente las guío por medio de los sacerdotes y conduzco a cada una a la santidad por el camino que conozco solamente Yo.
(Diario de Santa Faustina, 1784)
Pecar, ¡qué mala cosa es, qué cosa tan amarga! ¡Oh, qué seductoras son las avenidas que llevan al pecado y qué obscuras sus salidas! Pecadores, ¿dónde entráis? ¿En qué cerrojos os encerráis? Comprended qué gran mal y cuánta amargura hay en abandonar al Señor. Vosotros que habéis pecado, volved a Él; vosotros que queréis pecar, no lo hagáis. No lo hagáis, no, no lo hagáis.
(San Anselmo de Canterbury)
Algunos dicen: «He hecho demasiadas obras malas, Dios no puede perdonarme». Esto es una vulgar blasfemia. Significa poner un límite a la misericordia de Dios. Pero ésta no los tiene: es ilimitada. Nada ofende tanto al buen Dios como dudar de su misericordia.
(San Juan Mª Vianney)
Si en la Iglesia no existiera el perdón de los pecados, no tendríamos ninguna esperanza en la vida eterna ni en la liberación eterna. ¡Demos gracias a Dios que ha regalado tal don a su Iglesia!
(San Agustín)
¡Ama a Jesús! ¡No tengas ningún miedo! Aunque hubieras cometido todos los pecados de este mundo, Jesús te repite a ti las palabras: Se te han perdonado muchos pecados porque has amado mucho.
(San Pío de Pietrelcina)
A quienes aman a Dios, Él les convierte todo en bien, también sus caminos equivocados y sus errores permite Dios que se conviertan en bien.
(San Agustín)
La Penitencia es el segundo Bautismo: el bautismo de las lágrimas.
(San Gregorio Nacianceno)
Sólo quien ha pensado seriamente lo pesada que es la Cruz puede comprender la gravedad del pecado.
(San Anselmo de Canterbury)
Si Dios recibe con gozo a la oveja extraviada, ¿por qué el pecador arrepentido temerá ser rechazado a su vuelta o abandonado en sus debilidades? Si Dios siguió amándome cuando yo le perseguía, ¿cómo podrá odiarme cuando vuelva a Él con un corazón humilde y contrito? Si me buscaba cuando de Él me alejé, ¿cómo me rechazará cuando me arroje en sus brazos?
(P. Chaignon, S.J.)
Por numerosos y enormes que fuesen tus crímenes, no desesperes jamás del perdón. ¿Caíste? Pues levántate y acude al médico de tu alma; las entrañas de su caridad están siempre abiertas. ¿Volviste a caer? Vuelve a levantarte, llora, clama, eleva al cielo tu voz, y la misericordia del Redentor te recibirá. ¿Caíste tres, cuatro, mil veces? Levántate otras tantas, arrepiéntete, humíllate y Dios no te abandonará. Nunca dejó de oír ni jamás se hará sordo a los clamores de un corazón contrito y humillado; nunca rechazó ni rechazará jamás a los que sinceramente vuelven a Él; si siempre te levantares, siempre te perdonará. Aun cuando, después de haber recibido inmensos beneficios de su amor, hubieses llegado, lo que Dios no permita, a renegarlo, a profanar sus sacramentos, reconoce tu crimen, detéstalo; propón firmemente no volver a pecar; resuélvete a vivir una vida santa, y no dudes obtener el perdón; pues nunca tu debilidad o malicia será mayor que la divina misericordia, la cual no conoce término ni medida.
(BLOSSIO)
