albaRvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 236, febrero de 1999

La vuelta a la casa paterna

Este título es el grito de Papa para este fin de siglo y comienzo del año 2000. Quiere el Papa que este último año del siglo XX se consagre a Dios Padre para que se renueve en todos los hombres y especialmente entre los católicos el camino de la conversión que nos haga luz del mundo y sal de la tierra. Nuestra conversión será el agitador de la conversión de mundo entero que no conoce a Cristo. Es un mundo entero el que hay que reconstruir desde sus cimientos. El alma del Papa está en ascuas al contemplar desde su altura que sólo una pequeña parte da la Humanidad conoce a Cristo y que están cientos de millones de hombres separados de la Iglesia verdadera a pesar de llamarse cristianos.

Es una exigencia imprescindible nuestra conversión. Las palabras del Señor son contundentes: “Que sean una sola cosa en nosotros, como Tú, Padre, eres en Mí y yo en ti, para que crea el mundo que me has enviado” (Jn 17,21). De ahí la importancia decisiva de nuestra conversión a la caridad con Cristo y con el prójimo. De esa conversión nacerá la conversión del mundo. La llamada globalización de la economía, del horizonte social y político de todos los pueblos es el hecho más tangible de este fin de siglo. Pero si penetramos en el fondo de las cuestiones, comprobaremos que esa globalización, hoy por hoy, es la universalización, la industrialización masiva del imperio de Satanás.

Los pueblos, las naciones, los in grupos humanos, parecen luchar entre sí. Y verdaderamente disputan a muerte, pero por criterios materialistas, intramundanos. En realidad te, dos van a lo mismo, que es la posesión de los bienes de la tierra, con la i. apetencia del mayor botín de riqueza. Lo mismo pretende la burguesía capitalista liberal o socialista, que todos los demás Ismos” de las nacionalismos, internacionalismos o democratismos. Las pugnas que aparecen en la prensa o en la TV a escala mundial o nacional encubren aperturas materiales.

Todos invocan una democracia impotente pero todos persiguen el crimen del aborto, la disolución de las costumbres católicas, la rotura de la vida familiar, la degradación del hombre, especialmente de la juventud, por la pornografía, las sociedades secretas y la droga. Todos coinciden en la mentira de las derechas e izquierdas, progresistas y conservadores. Así consiguen el enfrentamiento entre los hombres con la siembra perpetua de odios y de utopías humanas. Pero nadie habla de los derechos de Dios y de la conquista del mundo para Jesucristo.