Vamos a hablar acerca del Cuerpo Místico de Cristo. ¿No parece una materia muy conocida? Puedes haber oído esas palabras «cuerpo Místico» en un sermón, pero posiblemente no te llamaron mucho la atención. Ciertamente sabemos que la Iglesia es llamada el Cuerpo Místico de Cristo, pero ¿no sería mucho mejor perseverar en nuestras viejas y sencillas devociones y dejar esta hoja sin leer? No. ¿Por qué? Porque está escrita para ti.
Para ti
Precisamente porque no conoces muchas cosas acerca, de ello deberías intentar progresar en su inteligencia. Esta doctrina alienta y al mismo tiempo influye demasiado para que la tengamos como un tesoro escondido para nosotros. Te INTERESARÁ tan pronto como empieces a entenderla, porque es una revelación del amor de Dios hacia nosotros.
Una verdad fundamental
es que «existe una maravillosa y estrecha unión de todos los fieles con Cristo» (Pío XI en su Encíclica acerca de la Reparación debida al Sagrado Corazón). Por consiguiente, CRISTO Y LOS CRISTIANOS SON UNO. Todos los redimidos en Cristo forman una gran comunidad; un CUERPO MÍSTICO.
Esta doctrina no es una invención de nuestro tiempo. Podemos investigar pasando por los Santos Padres, especialmente San Agustín, San Juan Crisóstomo y San Cirilo de Alejandría, hasta los mismos comienzos del Cristianismo en el mismo Nuevo Testamento. Así, pues, la doctrina es
Tan antigua como la Iglesia
Comparativamente, pocos pasajes de los PRIMEROS TRES EVANGELIOS tratan de esta doctrina; con todo, su testimonio está claro: El Reino de Dios que Cristo vino a establecer sobre la tierra implica una presencia permanente de Jesús entre sus seguidores y aún más, una más íntima unión de Cristo con los fieles. (Cfr. Mat. XXV, 40; X, 40 Luc. X, 16.)
Así, pues, SAN PABLO concluye que Cristo y los fieles NO SON DOS, SINO UNO: Un organismo, un cuerpo, un hombre, un Cristo. «Así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo; y todos recíprocamente miembros los unos de los otros.» (Rom. XII, 5. Cfr. también: 1 Cor., XII, 12-27; Ef. 1, 22-23, etc.).
Y en el Evangelio de SAN JUAN encontramos la doctrina todavía más desarrollada: los Cristianos están unidos con Cristo: Yo soy la vid; vosotros los sarmientos (XV, 5); son humanos y divinos «hijos de Dios» (1, 12) en Cristo, el Verbo, hecho Carne (1, 14). Y la naturaleza de nuestra unión con Él, la reveló todavía más claramente Nuestro Señor en aquellas sublimes palabras de su último discurso: «Que todos sean uno, como Tú, Padre, en Mí, y Yo en Ti; que todos sean uno EN NOSOTROS (XVII, 21). Este es el límite del amor: Dios no podía posiblemente darnos más, pues, somos, en una manera que no podemos comprender del todo, participantes de su naturaleza divina.
Para expresar, por lo menos a nuestro modo, limitado y a distancia, este sublime misterio, hablamos del
Cuerpo místico
Esta expresión denota una semejanza de la Iglesia con nuestro cuerpo físico natural. Nuestro cuerpo es un sistema de órganos y miembros movidos todos ellos por un principio vital: nuestra alma. Las funciones más elevadas de nuestra alma son ejercitadas por nuestra cabeza, y de ella viene el orden de todas nuestras acciones.
Ahora bien, la Iglesia Católica es también cuerpo viviente del cual CRISTO es la CABEZA. Es llamado Cuerpo Místico porque la vida de este organismo no es natural, sino vida sobrenatural o mística, y porque su alma o su principio vital, encierra un misterio. Ya que el alma de este Cuerpo Místico de la Iglesia es el ESPÍRITU SANTO.
Distinción, no separación
Para entender esta doctrina en los textos del Nuevo Testamento debemos recordar que se habla de Cristo, en dos sentidos. Existe el CRISTO REAL, físico, humano, verdadero Dios y verdadero hombre, que nació de la Virgen María y vivió y murió por nosotros; que está en los Cielos y en el Santísimo Sacramento del Altar. Y existe el CRISTO MÍSTICO, que es la Iglesia, junto con el Cristo real, que es su Cabeza.
Y con todo, aunque pueden ser considerados separadamente, no hay distinción real entre la personalidad privada de Cristo y su personalidad pública, puesto que el mayor acto de Cristo en la tierra fue su acto de Redención. El Hijo de Dios ha unido de nuevo los hombres con su Padre, uniéndoles consigo mismo. Los hombres serán redimidos sólo en proporción a su incorporación a Cristo. Así pues, el Cristo completo es Cristo más todos los hombres que están redimidos por Él. Dios «le ha hecho Cabeza de toda la Iglesia, la cual es su Cuerpo, la plenitud de Cristo que recibe de ella su complemento total y universal» (Ef. 1, 23, 23). En realidad, hay únicamente UN CRISTO y -por el Bautismo- NOSOTROS somos sus MIEMBROS.
Unidad real
Y ahora podemos entender que la unión entre los miembros de Cristo es mucho más que una unión moral, como la que hay entre los miembros de una asociación o sociedad.
Porque todos nosotros debemos nuestra vida espiritual, sobrenatural, a un origen: El Espíritu Santo a través de Cristo; nosotros somos todos hermanos. Pero nuestro lazo de unión es aún más íntimo que entre los hermanos y hermanas en la vida natural. Porque ellos sólo tienen en común su origen, mientras que cada uno vive su vida separada. Pero en nuestra vida sobrenatural tenemos una participación eterna en UNA VIDA: la vida de Cristo, que también mantiene esta vida en nosotros, especialmente a través del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. No es, pues, meramente una fusión de ideas e ideales, sino una unión de vida basada en la VERDADERA REALIDAD DE LA GRACIA SANTIFICANTE. Por ésta adquirimos una vida nueva real, una vida sobrenatural, divina; somos hechos «participantes de la naturaleza divina» (11 S. Pablo, 1, 4).
Y esta gracia nos liga así íntimamente los unos a los otros, porque toda gracia es una participación, un tomar parte en la única plenitud de gracia que está en Cristo, nuestra Cabeza.
Pero diversidad real
El Cuerpo de Cristo es también un organismo verdadero. Existe una variedad de miembros, cada cual con sus funciones especiales, dirigidas, sin embargo, hacia el desarrollo del Cuerpo total. «Hay diversidad de operaciones…, pero todas estas cosas las realiza uno y el mismo Espíritu» (1 Cor. 12, 4-11). El Espíritu Santo es el principio inspirador y vivificador. Él es la energía interna que da vida y cohesión.
«El Espíritu Santo es el Espíritu de Cristo, está en Él y por Él se nos da a nosotros. Su obra es lograr la unidad, unidad entre los hombres, y con Dios» (S. Cirilo de Alejandría).
«EN VANO BUSCA NADA, QUIEN NO QUIERE BUSCARLO CON MARÍA», afirma san Buenaventura. Y se busca lo más importante -la salvación eterna- perseverando en el rezo de las TRES AVEMARÍAS cada mañana y cada noche.
