Ven y sígueme
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº Extra, abril de 1980
En la entrada de la ciudad de Cafarnaúm junto a la puerta, en su mesa de recaudación está Leví. Entre el gentío pasa Jesús, y sólo Leví oye la voz del Maestro: “Ven y Sígueme”. Los demás siguieron con sus monedas y su recaudación. Así nació la vocación de San Mateo.
Junto al mar de Galilea pasa Jesús, y mientras dos hermanos pescadores remiendan sus redes en la ribera. Es un amanecer de Primavera. Jesús les invita a seguirle. Y ellos dejadas las barcas, las redes y a su padre, siguieron a Jesús. Toda su vida fue ya Primavera: eran Santiago y Juan.
Y así uno a uno los apóstoles y los discípulos. Y así los sucesores de los apóstoles, San Ignacio de Antioquía, San Policarpo de Esmirna, San Clemente de Roma y San Fructuoso de Tarragona. Y siglo tras siglo llega la voz de Jesús hasta nuestros días, en la invitación a seguirle.
Antonio y Manuel escucharon en su corazón la dulzura de su llamada. La voz de Jesús es inconfundible. Y dejadas todas las cosas, le siguieron.
Como la suave brisa que acaricia las flores no se deja ver en la tempestad, tampoco la voz de Jesús puede ser escuchada en medio de los ruidos mundanos y las tormentas de las pasiones. Dichosa la asociación que tiene este ideal: que en medio de ella se pueda oír siempre la voz de Jesús que llama a darse, a entregarse, a buscar con lealtad la santidad, a seguir a Jesús.
Jesús en medio de ella llamará a muchos jóvenes para el sacerdocio. Y ellos dejadas las redes, las carreras, los “goces” del mundo los estudios, los atractivos de la tierra, seguirán a Jesús.
Hoy es día de acción de gracias a Jesús porque quiso llamar para ser sus íntimos amigos, y para confiarles sus secretos a dos de entre nosotros. Que su ejemplo y su acción en el momento sublime del Santo Sacrificio del altar alcancen para la asociación juvenil de San Luis Gonzaga la gracia de nuevas vocaciones al sacerdocio. Y que los que no fueron llamados a la divina vocación de ser sacerdotes de Cristo, tengan la mayor ilusión por un matrimonio en el que el fruto de su amor cristiano sea dar hijos que se entreguen en cuerpo y alma al apostolado de las almas, hijos con su vida consagrada a Dios, hijos suyos para Dios, hijos SACERDOTES.