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Posted Artículos - Contracorriente
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in02 Jueves Jul 2020
Posted P. Manuel Martínez Cano
inPadre Manuel Martínez Cano mCR.
San Agustín vivió gran parte de su vida alejado de Dios. Su conversión a la fe cristiana ha hecho un bien inmenso a la Iglesia. Ateos y católicos deberíamos leer su autografía, “Las confesiones”. El santo dice: “Nos hiciste Señor ante Tí y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Tí”. San Agustín experimentó que, lejos de Dios, vivía angustiado. Cuando se convirtió vivió en paz y feliz.
San Ignacio de Loyola nos recuerda que: “El hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor y mediante esto salvar almas”.
Y nuestro Señor Jesucristo: “Al Señor tu Dios, adorarás y a Él solo darás culto” (Mateo 4, 10). Dios es nuestro Padre. Dios es nuestro fin. Aquí, en la tierra, conocido, servido, amado. En el Cielo, lo veremos cara a cara, gozaremos eternamente, felicidad sin fin.
Casiano dice que alabar a Dios es narrar sus maravillas. El Salmo 136 es un cántico de acción de gracias al Señor:
“Dad gracias al Señor porque es bueno: porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Dios de los dioses: porque es eterna su misericordia.
Dad gracias al Señor de los señores: porque es eterna su misericordia.
Solo él hizo grandes maravillas: porque es eterna su misericordia.
Él hizo sabiamente los cielos: porque es eterna su misericordia”.
Demos continuas gracias a Dios, alabándolo por todos los dones y gracias que nos ha concedido.
Con la reverencia interior y exterior a Dios reconocemos su grandeza infinita y nuestra pequeñez. Sentirse anonadados ante el Señor que nos ama como hijos suyos que somos. Rendirle culto como nos enseña nuestra Santa Madre Iglesia.
Servimos a Dios haciendo su santísima voluntad en todas las circunstancias de nuestra vida. Servir a Dios es reinar. Vivir como hijos de Dios. Hacer lo que Él quiere, como quiere que lo hagamos y porque Dios quiere: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo”. Servir a Dios rezando, trabajando, estudiando, descansando… que nuestra voluntad sea cumplir siempre la voluntad de Dios.
El Papa Benedicto XV dijo: “La santidad consiste propia y exclusivamente en la conformidad con el divino querer, manifestada en el constante y exacto cumplimiento de los deberes del propio Estado”.