Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Publicaciones de la categoría: Guerra Campos

El octavo día 107 – CRISTO, LUZ PARA LOS HOMBRES Y PARA LOS PUEBLOS (VI)

17 martes May 2022

Posted by manuelmartinezcano in Guerra Campos

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Madre Teresa de Calcuta

D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973

Se nos habla de respeto al pluralismo. Respondemos que, sin duda, merece respeto la libertad creadora en el ancho campo de lo opinable, y que no hemos de restringir arbitrariamente este campo; pero tampoco hemos de caer en el escepticismo absurdo. Ante las desviaciones manifiestas, sobre todo, contra el bien máximo, el respeto y el servicio a la libertad de los demás no consiste en la aceptación ecléctica de un pluralismo caótico. Hay que favorecer la libertad para el bien; y en cuanto a lo demás, la esencia razonable y cristiana de la libertad social o civil importa tres posturas:

La primera, no coaccionar, no violentar a quienes no perciben o no viven los valores; ser pacientes con quienes están en su búsqueda.

La segunda, que tendemos, desgraciadamente, a omitir, proponerles el bien, estimular la atención de los interesados hacia ese bien.

La tercera, defenderse y defender a los hermanos, particularmente a los más débiles, contra la agresión injusta de quienes traten de proyectar su propia oscuridad o su propia turbulencia sobre los demás.

Jesús nos dijo emocionadamente hablando de la oración: ¿si tu hijo te pide pan, le darás una piedra?; ¿si tu hijo necesita un pez, le darás una serpiente?; ¿si tu hijo necesita un huevo, le darás un escorpión? (Cfr. Lc. 11, 11-12).

Hermanos, que nuestro respeto sincerísimo a la libertad de los demás no consista nunca en esta operación monstruosa de dar escorpiones a nuestros hermanos, especialmente a los pequeños, los que respecto de la patria son de verdad hijos. Y que en esta labor de servicio a las exigencias auténticas de la libertad, camino del bien, no dejemos solas a las autoridades o no nos limitemos a reclamar de ellas, sino que cooperemos todos, conscientes de que se trata no de una limitación de la libertad, sino de su defensa, del ejercicio de un deber y de un derecho.

El octavo día 106 – CRISTO, LUZ PARA LOS HOMBRES Y PARA LOS PUEBLOS (V)

10 martes May 2022

Posted by manuelmartinezcano in Guerra Campos

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D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973

Nosotros sabemos –y esta tarde pedimos al Señor nos lo confirme- que el único modo válido de considerar ese patrimonio común de valores humanos, al que se nos quiere rebajar, eludiendo lo que tiene de don peculiar la fe, es apreciarlos ciertamente como bienes, pero, según explica el Concilio, bienes referidos a Dios como a su fuente, a su meta, y, por lo mismo, aprovecharlos, no para una reducción a niveles inferiores, sino para una elevación. Que sirvan de disposición para acoger lo que es la plenitud de todos los valores, la revelación de Cristo, respuesta y sentido a las aspiraciones e ideales humanos; raíz y cúpula de todos los valores que asoman en el corazón de nuestros hermanos.

Sí, sin duda el hombre ha de asimilar las motivaciones de su vida de modo libre; pero pedimos al Señor que no se disipe en nuestras mentes la evidencia de que la libertad no es indeterminación arbitraria o escéptica; es camino hacia bienes superiores, que son los que dan consistencia y anchura al vivir de cada uno. Por eso experimentamos que la libertad sin norma es esclavitud para el que la padece y es tiranía para los demás. Por eso experimentamos con gozo la gran definición de la libertad: «Servir a Dios es reinar». Y en aplicación práctica a la vida social, a la vida comunitaria en todos los pueblos, y en nuestra patria, sabemos que el servicio de la sociedad a la libertad, porque no hay libertad sino en la sociedad, consiste en promover positivamente las condiciones favorables para que los hombres descubran y vivan los valores fundamentales, para que puedan conocer y amar a Cristo.

El octavo día 105 – CRISTO, LUZ PARA LOS HOMBRES Y PARA LOS PUEBLOS (IV)

03 martes May 2022

Posted by manuelmartinezcano in Guerra Campos

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D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973

Ahora bien, es una preocupación en estos tiempos para los hijos de la Iglesia, para los hijos de la patria, contemplar una especie de eclipse de la fe, que queda rebajada al nivel de aspiraciones y valores puramente humanos, patrimonio común de creyentes y de ateos, y el eclipse de la caridad, que se reduce a exaltar la libertad de los hombres y, acaso, a una cierta solidaridad entre los mismos.

En realidad, sabemos muy bien que, en algunos sectores, incluso eclesiásticos, se aboga decididamente por la muerte de Dios, so pretexto de favorecer así mejor la convivencia y la cooperación entre los hombres. Se difunde por todas partes, también entre nosotros, una manera turbia de considerar esos bienes divinos que son la libertad y los valores humanos como si fuesen simple expresión de la autosuficiencia del hombre y como si esta autosuficiencia fuese salvadora. Se supone que, rebajándonos todos a ese nivel de patrimonio común, se obtendrá más fácilmente la unidad entre los hombres. Se piensa, por tanto, que las sociedades civiles deberían abstenerse de toda motivación trascendente, e incluso se le pide a la misma Iglesia que se limite a promover esos valores o, al menos, que los cultive como condición previa, omitiendo o posponiendo su evangelio específico, su evangelio revelado, porque éste es causa de división. La consecuencia es que muchos, dentro de la Iglesia misma, patrocinan en nuestro tiempo una especie de inhibición misionera. Ya no aprecian como valor primario la fe, la comunicación consciente con el Dios que se nos ha revelado en Cristo, en la oración, en los sacramentos; la acción misionera, que es humilde, gozoso ofrecimiento de la fe, considerada como el bien máximo.

El octavo día 104 – CRISTO, LUZ PARA LOS HOMBRES Y PARA LOS PUEBLOS (III)

26 martes Abr 2022

Posted by manuelmartinezcano in Guerra Campos

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D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973

Cristo, luz de los hombres en comunidad, de los pueblos, se hace visible en todos los tiempos por medio de la Iglesia, que es nuestra Madre porque nos da la vida de Dios que baja del Cielo; pero, al mismo tiempo, la Iglesia somos nosotros mismos. Nosotros hemos de ser ante los demás la señal visible de la presencia salvadora del Señor. Ciertamente, aun en un país en que gracias al Señor coinciden casi del todo los miembros de la Iglesia y los miembros de la comunidad civil, ella –como dice el Concilio- no se confunde con la comunidad política, porque la Iglesia (aquella dimensión de nosotros mismos, miembros de la patria, por la que somos Iglesia) es signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana. La Iglesia, por medio de nosotros, propone lo trascendente y, a su luz, inspira y anima las soluciones del orden temporal, pero sin reducirse jamás a ser una solución temporal. Y por eso hay -y todos reconocemos y exigimos– autonomía del orden temporal respecto de la jurisdicción de la Iglesia. Aquel tiene sus fines, sus leyes, sus fuerzas, su organización, su autoridad. Autonomía respecto de la jurisdicción de la Iglesia, pero nunca en relación con la autoridad de Dios, porque, como dice el decreto conciliar sobre el apostolado seglar: «El orden temporal se ha de ajustar a los principios superiores de la vida cristiana» (Aa., 7). Y, como dice también el episcopado español en un documento de 1966, recién terminado el Concilio: «La Iglesia aporta al orden temporal, supuestas la autonomía, fuerzas, leyes y organización de dicho orden, el espíritu del Evangelio, es decir, la ordenación final a Cristo; la iluminación del sentido del hombre por la revelación del misterio de Dios Padre en Cristo resucitado; la defensa sincera y la garantía revelada de la libertad y la dignidad de la persona; la promoción decisiva de la unidad, elevando la vida social a una comunión en la caridad; la orientación del dinamismo humano hacia una actitud de servicio y de esperanza; en una palabra, “la energía que la Iglesia puede comunicar a la sociedad humana consiste en la fe y la caridad aplicadas a la vida práctica, no en un dominio externo, ejercitado con medios puramente humanos» (GS., 42).

El octavo día 103 – CRISTO, LUZ PARA LOS HOMBRES Y PARA LOS PUEBLOS (II)

19 martes Abr 2022

Posted by manuelmartinezcano in Guerra Campos

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D. José Guerra Campos
El octavo día
Editorial Nacional, Torrelara, Madrid, 1973

Hace menos de dos años, el episcopado español, evocando el cincuentenario de una solemne consagración de nuestra patria al Sagrado Corazón de Jesús, exhortaba a renovar algunas de las exigencias actualísimas de esa consagración:

La primera de ellas, la profesión pública de la fe; con palabras del episcopado, “la proclamación valiente y gozosa de la fe que Dios nos ha concedido. No podemos esconder la luz de la verdad, sino levantarla sin temor para que ilumine los caminos de hoy”.

La segunda, la aceptación incondicional y también gozosa del Reinado de Cristo en todas sus dimensiones, temporales y eternas, y el compromiso de procurar y pedir que este reinado, este señorío vivificante, sea reconocido por todos los hombres; que Dios siga siendo de verdad venerado y servido, esto es, que la vida humana se ordene conscientemente, con subordinación filial, al Dios que se ha revelado en Cristo, de quien viene coda luz, toda esperanza, la plenitud del sentido para roda la vida, tanto en lo que tiene de esfuerzo durante la peregrinación, como en lo que tiene de gracia, objeto de contemplación y de esperanza.

Muchos años antes, el episcopado español, en la carta colectiva que dirigió a todos los obispos del mundo en 1937, afirmó este deseo, que era también propósito y esperanza: “Quiera Dios ser en España el primer bien servido, condición esencial para que la nación sea verdaderamente bien servida”.

La tercera, que el amor de Cristo y a Cristo dé su plenitud a la comunidad humana. Es obligación de la comunidad patria la restauración progresiva del orden social, que “no podrá hacerse con la generosidad, la profundidad y la integridad requeridas si no está inspirada por el amor que brota del Corazón de Cristo”. “Desde Él procuraremos renovar a las personas y las estructuras sociales con amor, que es decir con fecunda eficacia y no con irritada y disolvente violencia; podremos defender la justicia, sin convertir esa defensa en la máxima injusticia; impulsaremos el desarrollo en todas sus dimensiones, sin truncar el crecimiento de los valores eternos del hombre” (Exhortación citada).

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