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El diccionario de la Lengua Española nos dice que “libertad es la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. Acciones que pueden ser buenas o malas, según estén o no, conformes con la ley moral. La libertad no es arbitrariedad o libertinaje. La libertad no es para pensar y hacer lo que uno quiera. La libertad está supeditada a la verdad y el bien.
Dios ha manifestado en su Revelación divina, que quiere que todos los hombres se salven; el Señor respeta siempre la libertad que le ha dado a las personas y los que quieran, en su soberbia, usar mal de su libertad pecando se condenarán, porque Dios, en su justicia divina no puede perdonar al pecador que libremente no quiere arrepentirse de sus pecados.
Los que mueran en pecado mortal, sin acogerse al amor misericordioso de Dios Padre, permanecerán eternamente separados de Dios para siempre por su propia y libre elección: “Según la común ordenación de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal, inmediatamente después de la muerte, bajan al infierno, donde son atormentados con suplicios infernales” (Constitución Dogmática Benedictus Deus)
Dios no predestina a nadie al infierno. Para condenarse eternamente es necesaria una aversión voluntaria a Dios, cometiendo pecados mortales, y persistiendo en ellos hasta la hora de la muerte. La doctrina de la Sagrada Escritura y las enseñanzas de la Iglesia, sobre el infierno, son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar su libertad en relación con su destino eterno. Nuestro Señor Jesucristo nos dice: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición; y son muchos los que entran por ella; más ¡qué estrecha es la puerta y que angosto el camino que lleva a la vida; y pocos son los que la encuentran” (Mt.7, 13-14)
Nadie puede dudar de la infinita misericordia de nuestro Dios y Señor, que se entregó y murió por nosotros en la cruz, para que gozáramos eternamente con El en el cielo, pero tampoco los hombres deben usar su libertad para ofender a Dios pecando. Quien desconfía de la infinita misericordia de Jesús que ha muerto por nosotros en la cruz, se cierra a sí mismo la única puerta que hay de salvación eterna.
El Concilio Vaticano ll nos recuerda que “como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con El en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandará ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes”
María, madre mía amantísima ¡llévanos contigo al Cielo!
P. Manuel Martínez Cano mCR






