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En sus Ejercicios Espirituales, en la meditación del infierno, san Ignacio de Loyola, opta por dar los puntos sobre la pena de sentido. Después de la oración preparatoria y la composición de lugar, el santo inicia la meditación con la petición: “demandar lo que quiero. Será aquí pedir interno sentimiento de la pena que padecen los dañados (condenados), para que si del amor eterno del Señor eterno me olvidare por mis faltas, a lo menos el temor de las penas me ayude para no venir (caer) en pecado”.
En esta meditación no nos hace pedir el santo “conocimiento interno”, como suele hacerlo, sino interno sentimiento. El Señor se lo concedió a Santa Teresa de Jesús: “En esta visión del infierno quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo”. Y confiesa que entendió “ser gran merced”; una de las mayores mercedes” que el Señor le había hecho.
“El primer punto será ver, con la vista de la imaginación, los grandes fuegos y las almas como en cuerpos ígneos” (incandescentes). Grandes fuegos que aterrorizaron a las tres videntes de Fátima. Dice santo Tomás de Aquino que: “no habrá allí más claridad que la precisa para acrecentar los tormentos”. Santa Teresa de Jesús lo explica en su autobiografía: “No hay luz en el infierno todo tinieblas oscurísimas. Yo no entiendo como puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista ha de dar pena, todo se ve”. San Buenaventura afirma: “La desesperada muchedumbre de condenados, viven en estado cadavérico exhalando un hedor insoportable”.
Hay que hacer un pacto con los ojos para no mirar lo que no puede ver la Virgen Santísima. Quien guarde bien la modestia de la vista se salvará (Job 22,29).
El segundo punto es oír con las orejas llantos, alaridos, voces, blasfemias contra Cristo Nuestro Señor y contra todos sus santos. “Allí será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt, 18,12). Unos condenados maldecirán a otros. La hija a la madre que le consintió todos los caprichos; el hijo al padre que no lo educó; los fieles a los sacerdotes que cayeron disimulando… A san Ignacio, le parecía insoportable oír blasfemias contra su Rey y Señor.
Otro pacto con nuestros oídos de no ir nunca lo que no puede oír el Señor: “Haz para tus palabras balanza y pesas y para tu boca puerta y cerrojo” (Job 28,29).
El tercer punto es oler con el olfato humo, piedra azufre (azufre quemado), sentina (posos fétidos), y cosas pútridas (en putrefacción). Dice san Alfono María de Ligorio: “El condenado ha de estar siempre entre millones de réprobos, vivos para la pena y cadáveres hediondos por la pestilencia que arrojarán de si”.
Un pacto con nuestra voluntad para no mundanizarnos y degradándonos.
El cuarto punto es gustar con el gusto cosas amargas, así como lágrimas, tristeza y el verme de la conciencia. San Alfonso María de Ligorio, afirma: “Serán atormentados los condenados con tan abrasadora sed, que toda el agua de la tierra no la apagará. La gula será igualmente castigada con un hambre devoradora” recodemos la parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro.
Propósito firme mantenernos sobrios en este mundo para no condenarnos en el infierno. La Imitación de Cristo nos dice que si frenamos nuestra gula, refrenaremos más fácilmente toda inclinación desordenada de la carne.
El quinto punto es tocar con el tacto, es a saber, como los fuegos tocan y abrasan las almas. Nuestro Señor Jesucristo dice que en el infierno hay: “fuego eterno, suplicio eterno” (Mc. 9,43). El tacto es el sentido que más sufrirá porque es el más extendido en nuestro cuerpo; el alma del condenado también sufre el fuego del infierno.
Propósito firme de no darle al cuerpo gustos viles y momentáneos que pueden llevarme al infierno. La Virgen dijo en Fátima que la mayoría de los que se condenan son por los pecados de la carne: “¿Cuánto duran los placeres, puesto que la misma vida dura tan poco?” (San Agustín).
En el coloquio final de la meditación con Cristo Nuestro Señor, san Ignacio dice que recordemos las almas de los que están condenados y como nosotros aún estamos vivos. Como el Señor ha tenido siempre tanta piedad y misericordia con nosotros, acabando con un Pater Noster.
Quizás he merecido el infierno por mis pecados. Soy un condenado escapado del infierno, gracias la infinita misericordia de Dios. Tengo que aprovechar los días de mi vida para ganarme el Cielo.