Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

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Imitación de Cristo XVIII

07 martes May 2013

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Capítulo 24 (II)

Del juicio y penas de los pecadores

4. No hay vicio que no tenga su propio tormento.
Allí los soberbios estarán llenos de confusión, y los avarientos serán oprimidos con miserable necesidad.
Allí será más grave pasar una hora de pena que aquí cien años de amarguísima penitencia.
Allí no hay sosiego ni consuelo alguno para los condenados; mas aquí cesan algunas veces los trabajos y se goza del consuelo de los amigos.
Ten ahora cuidado y dolor de tus pecados, para que en el día del Juicio estés seguro con los bienaventurados.

5. Pues entonces «estarán los justos con gran constancia contra los que les angustiaron y persiguieron» (Sab 5,1).
Entonces estará para juzgar el que aquí se sujetó humildemente al juicio de los hombres.
Entonces tendrá mucha confianza el pobre y humilde; mas el soberbio, por todos los lados se estremecerá.
Entonces se verá que el verdadero sabio en este mundo fue aquel que aprendió a ser necio y menospreciado por Cristo.
Entonces agradará toda tribulación sufrida con paciencia, «y toda maldad no despegará los labios» (Sal 106,42).
Entonces se alegrarán todos los devotos y se entristecerán todos los disolutos.
Entonces se alegrará más la carne afligida que la que siempre vivió en deleites.
Entonces resplandecerá el vestido despreciado y parecerá vil el precioso.
Entonces será más alabada la pobre casilla que el palacio dorado.
Entonces ayudará más la constante paciencia que todo el poder del mundo.
Entonces será más ensalzada la simple obediencia que toda la sagacidad del siglo.
Entonces alegrará más la pura y buena conciencia que la docta filosofía.
Entonces se estimará más el desprecio de las riquezas que todo el tesoro de los ricos de la tierra.
Entonces te consolarás más de haber orado con devoción que de haber comido delicadamente.
Entonces te alegrarás más de haber guardado silencio que de haber conversado mucho.
Entonces valdrán más las obras santas que las palabras floridas.
Entonces agradará más la vida estrecha y la rigurosa penitencia que todos los deleites terrenos.

6. Aprende ahora a padecer en lo poco, para que entonces seas libre de lo muy grave.
Prueba aquí primero lo que podrás después.
Si ahora no puedes padecer levemente, ¿cómo podrás después sufrir los tormentos eternos?
Si una pequeña penalidad te hace tan impaciente, ¿qué hará entonces el infierno?
De verdad no puedes tener dos goces: deleitarte en este mundo y después reinar con Cristo.
Si hasta ahora hubieses vivido siempre en honores y deleites, y te llegase el instante de la muerte, ¿qué te aprovecharía todo lo pasado?
Todo, pues, es vanidad, sino amar a Dios y servirle a Él solo.
Porque quien ama a Dios de todo corazón, no teme la muerte, ni el tormento, ni el juicio, ni el infierno; pues el amor perfecto tiene segura entrada para Dios.
Mas quien todavía se deleita en pecar, no es maravilla que tema la muerte y el juicio.
Bueno es, no obstante, que si el amor aún no te desvía de lo malo, por lo menos el temor del infierno te refrene.
Pero el que pospone el temor de Dios, no puede durar mucho tiempo en el bien, sino que caerá muy pronto en los lazos del demonio.

 

Imitación de Cristo XVII

24 miércoles Abr 2013

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Capítulo 23

De la meditación de la muerte

 1. Muy presto será contigo este negocio; mira cómo te has de componer.
Hoy es el hombre y mañana no parece.
En quitándolo de la vista, presto se va también de la memoria.
¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa en lo presente y no se cuida de lo porvenir!
Así habías de conducirte en toda obra y pensamiento, como si hoy hubieses de morir.
Si tuvieses buena conciencia, no temerías mucho la muerte.
Mejor fuera evitar los pecados que huir de la muerte.
Si no estás dispuesto hoy, ¿cómo lo estarás mañana?
Mañana es día incierto, ¿y qué sabes si amanecerás mañana?

2. ¿Qué aprovecha vivir mucho, cuando tan poco nos enmendamos?
¡Ah! La larga vida no siempre nos enmienda; antes muchas veces añade pecados.
¡Ojalá hubiéramos vivido siquiera un día bien en este mundo!
Muchos cuentan los años de su conversión; pero muchas veces es poco el fruto de la enmienda.
Si es temeroso el morir, puede ser que sea más peligroso el vivir mucho.
Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte delante de sus ojos y se dispone cada día a morir.
Si has visto alguna vez morir un hombre, piensa que por aquella carrera has de pasar.

3. Cuando fuere de mañana, piensa que no llegarás a la noche; y cuando fuere de noche, no te atrevas a prometerte la mañana.
Por eso está siempre prevenido y vive de tal manera que nunca te halle la muerte inadvertido.
Muchos mueren de repente, porque «en la hora que no se piensa vendrá el Hijo del Hombre» (Lc 12,40).
Cuando viniere aquella hora postrera, de otra suerte comenzarás a sentir de toda tu vida pasada y te dolerás mucho de haber sido tan negligente y perezoso.

4. ¡Qué bienaventurado y prudente es el que vive de tal modo cual desea lo halle Dios en la muerte!
Porque el perfecto desprecio del mundo, el ardiente deseo de aprovechar en las virtudes, el amor de la observancia, el trabajo de la penitencia, la prontitud de la obediencia, la abnegación de sí mismo, la paciencia en toda adversidad por amor de Cristo, gran confianza te darán de morir felizmente.
Muchas cosas buenas puedes hacer cuando estás sano; pero cuando enfermo, no sé qué podrás. Pocos se enmiendan en la enfermedad; y los que andan en muchas romerías, tarde se santifican.

5. No confíes en amigos ni en vecinos, ni dilates para después tu salvación, porque más presto de lo que piensas estarás olvidado de los hombres.
Mejor es ahora, con tiempo, prevenir algunas buenas obras que envíes adelante, que esperar en el socorro de otros.
Si tú no eres solícito para ti ahora, ¿quién tendrá cuidado de ti después?
Ahora es el tiempo muy precioso; «ahora son los días de salud; ahora es el tiempo aceptable» (2Cor 6,2).
Pero, ¡ay dolor!, que lo gastas sin aprovecharte, pudiendo en él ganar con qué vivir eternamente.
Vendrá cuando desearías un día o una hora para enmendarte, y no sé si te será concedida.

6. ¡Oh hermano! ¡De cuánto peligro te podrías librar, y de cuán grave espanto salir, si estuvieses siempre temeroso de la muerte y preparado para ella!
Trata ahora de vivir de modo que en la hora de la muerte puedas más bien alegrarte que temer.
Aprende ahora a morir al mundo, para que entonces comiences a vivir con Cristo.
Aprende ahora a despreciarlo todo, para que entonces puedas libremente ir a Cristo.
Castiga ahora tu cuerpo con penitencia, porque entonces puedas tener confianza cierta.

7. ¡Oh necio! ¿Por qué piensas vivir mucho, no teniendo un día seguro?
Cuántos se han engañado y han sido separados del cuerpo cuando no lo esperaban!
¿Cuántas veces oíste contar que uno murió a cuchillo, otro se ahogó, otro cayó de lo alto y se quebró la cabeza, otro comiendo se quedó pasmado, a otro jugando le vino su fin? Uno murió con fuego, otro con hierro, otro de peste, otro pereció a manos de ladrones; y así la muerte es fenecimiento de todos, y la vida de los hombres se pasa como sombra rápidamente.

8. ¿Quién se acordará de ti, y quién rogará por ti después de muerto?
Haz ahora, hermano, haz lo que pudieres, que no sabes cuándo morirás; no sabes lo que te acaecerá después de la muerte.
Ahora que tienes tiempo, atesora riquezas inmortales.
Nada pienses fuera de tu salvación y cuida solamente de las cosas de Dios.
«Granjéate ahora amigos», venerando a los santos de Dios e imitando sus obras, «para que cuando salieres» de esta vida «te reciban en las moradas eternas» (Lc 16,9).

9. Trátate como huésped y peregrino sobre la tierra a quien no le va nada en los negocios del mundo.
Guarda tu corazón libre y levantado a Dios, porque aquí «no tienes domicilio permanente» (Heb 13,14).
Allí endereza tus oraciones y gemidos, cada día con lágrimas, porque merezca tu espíritu, después de la muerte, pasar dichosamente al Señor. Amén.

Introducción a la Meditación de las tres Potencias sobre los Tres Pecados

17 miércoles Abr 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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La primera meditación de la primera semana de los Ejercicios Espirituales es la A-Mayor-Gloria-de-Dios-una-de-_54278646725_53389389549_600_396aplicación de la memoria, entendimiento y voluntad al pecado de los ángeles, de Adán y Eva al pecado particular. Contiene en sí, después de una oración preparatoria y dos preámbulos, tres puntos principales y un coloquio.

El pecado es la rebelión de la criatura contra su creador; la negación del dominio absoluto del Creador sobre la criatura, la desviación completa del camino del Cielo, el abuso irracional de las criaturas que Dios me ha dado para que me ayuden a salvarme. El pecado es la negación práctica del Principio y Fundamento.

La actividad del ejercitante en estas meditaciones sobre el pecado, que propone San Ignacio, ha de ir dirigida a conocer profundamente la malicia del pecado y el envilecimiento y vileza del pecador, conocida en lo más profundo del corazón.

Si el principio de todo pecado está en la soberbia (Ecles. 1015) es justo que el principio del perdón y la reparación del pecado sea la humillación. Si el ejercitante no llega a avergonzarse y confundirse, por los pecados cometidos, no está capacitado para adquirir el dolor de corazón necesario que le haga cambiar de rumbo en su vida hacia la perfección cristiana. Mil veces morir antes que pecar.

Si he merecido el infierno por mis pecados, jamás me pondré en ocasión de pecado. Si, por una gracia especial, no he cometido un pecado mortal en mi vida: “es mayor merced dar Dios la inocencia, no dejando caer en pecado, que al caído darle perdón. La Virgen Santísima ponía a cuenta de deuda propia y agradecía a Dios, como si los hubiera cometido y fuera perdonada, todos los pecados que pudiera haber cometido y que otros hacían” (San Juan de Ávila).

San Ignacio empieza todas sus meditaciones con la oración preparatoria, que es siempre la misma:”Pedir gracia, a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Su Divina Majestad”. Para que todo mi querer, aspiraciones, intenciones y determinaciones; acciones, ocupaciones exteriores, sea todo ordenado a la mayor gloria de Dios.

El primer preámbulo es composición viendo lugares. Aquí es de notar, que en la contemplación o meditación visible, así como contemplar a Cristo nuestro Señor, el cual es visible, la composición será ver con la vista de la imaginación el lugar corpóreo, donde se halla la cosa que quiero contemplar. Digo el lugar corpóreo, así como un templo o monte, donde se halla Jesucristo o Nuestra Señora, según lo que quiero contemplar. Aquí será ver con la vista imaginativa y considerar mi alma que está encarcelada en este cuerpo corruptible en este valle, como desterrado entre brutos animales. Digo todo el compuesto de alma y cuerpo.

El segundo preámbulo es pedir a Dios nuestro Señor lo que quiero y deseo. Aquí será pedir vergüenza y confusión de mi mismo, viendo cuantos han sido condenados por un solo pecado mortal y cuantas veces yo merecía ser condenado para siempre por tantos pecados míos.

Los tres puntos del pecado de los ángeles, de Adán y Eva y el pecado particular los veremos las próximas semanas, Dios mediante.

San Ignacio termina siempre sus meditaciones con un coloquio entre el alma y su Creador, Jesucristo, el Espíritu Santo, la Virgen María, los santos. El coloquio es una conversación entre amigos, entre el hijo y el padre, entre un siervo y su señor, pidiendo alguna gracia, arrepintiéndose de sus pecados, pidiendo consejo sobre las cosas de su alma, etc.

El coloquio que propone san Ignacio en esta meditación, se hace: “imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz, hacer un coloquio, cómo de Criador ha venido a hacerse hombre, y de vida eterna a muerte temporal, y  ha venido a morir por mis pecados. Hacer otro tanto, considerando lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo y por fin viéndole tal y colgado así en la cruz, ir expresando lo que espontáneamente se ofreciere”. Terminar con un Padrenuestro.

Sólo ante Cristo crucificado por nuestro amor puede entenderse la malicia del pecado: “Cada pecado renueva en cierto modo la pasión de Nuestro Señor, puesto que crucifican de nuevo en sí mismo al Hijo de Dios”(Pío XII).

El Hombre y la Sociedad sin Dios

10 miércoles Abr 2013

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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                 La Historia enseña que cuando el hombre se olvida de Dios, Él se aleja del hombre y se Sin-Diosimpone la ley del más fuerte, la ley de la selva. La revolución contra Dios, lleva al hombre ha crear sociedades antinaturales. El hombre ha sido creado para amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo, por amor a Dios. Las sociedades que se encierran en sí mismas que se olvidan del amor de Dios, están destinadas a la tragedia de la lucha del hombre contra el hombre. El hombre sin Dios, se hace lobo contra el hombre. Estamos viendo como se asesinan a millones de niños y niñas inocentes enfermos y ancianos.

                  Los revolucionarios que se enfrentan a Dios y al hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, han intentado e intentan establecer paraísos en la tierra. Tenemos la experiencia histórica del paraíso marxista en los países esclavizados por los comunistas y presente está el paraíso del bienestar democrático, que ha creado una clase política capitalista y una pobreza que se va extendiendo por todas las naciones occidentales. El secretario general de Cáritas española, Sebastián Mora, ha alertado de la realidad social que vive España: “La brecha que se ha abierto entre las personas empobrecidas y los que tienen acceso a bienes y servicios es cada vez mayor, es alarmante porque en estos momentos la desigualdad y la fractura social en España son de una importante proporción. La desigualdad es un escándalo ético y político”. Es la imposición del capitalismo salvaje propiciado por la democracia condenada por el beato Juan Pablo II. Con  Franco, ocurría exactamente lo contrario, pleno empleo y los obreros protegidos por leyes naturales y cristianas.

                  El Magisterio social político enseña que el fundamento de la ética universal es la ley natural, que es la participación de las personas racionales en la ley eterna. La ley natural escrita por Dios en los corazones de los hombres y mujeres, determina normas objetivas y suscita conductas virtuosas en los ciudadanos honrados. La acción revolucionaria actual se concentra en corromper las mentes y los corazones para que los hombres y mujeres, alejados de Dios, no oigan la voz de su conciencia.

                  La acción apostólica de los católicos, no debe circunscribirse a ordenar una sociedad donde abunden los bienes materiales, sino que esos bienes ayuden a los ciudadanos para su propia perfección moral, su santificación y como medios, para alcanzar la eterna bienaventuranza del Cielo: El Reinado Social de Jesucristo en la Tierra y el Reino eterno de Dios Padre, Dios Hijo y Dios espíritu Santo.

                  El Cardenal Bergoglio, Su Santidad Francisco, alertaba a los católicos de Buenos Aires para que no se dejaran engañar por el diablo y las ideologías endiabladas. Son las ideologías creadas y difundidas por los partidos políticos agnósticos y anticristianos. No se puede ser católico y liberal, católico y socialista, católico y democrático… porque esas ideologías están fundamentadas en principios opuestos diametralmente a la ley natural y a la ley divina. La fe católica no puede confundirse ni mezclarse con ideologías políticas mundanas.

                  El Cardenal Bergoglio, en una carta a los cuatro monasterios carmelitas de Buenos Aires, les decía: “Estamos en la guerra de Dios”. Nosotros estamos en la guerra de Dios, combatiendo los nobles combates de la fe, contracorriente.

P. Manuel Martínez Cano mCR

Catecismo Social VIII

10 miércoles Abr 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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19 -Así, pues, ¿el cristiano puede limitarse a una vida de fe privada?

No, también el orden social es de Dios. No hay tierra de nadie en las actividades ni en los planos de la política, de la cultura, de la economía. Aunque en sí tengan autonomía estas actividades, jamás son independientes de Dios. El cristiano debe santificarse en su vida personal, familiar, profesional. Pero, también, en la órbita de sus posibilidades, debe proyectarse a la vida social. Porque sin Jesucristo, ni la política, ni la cultura, ni la economía, solucionan los problemas humanos, antes bien los agravan y los complican. Pío XII lo recordó el 13 de abril de 1953, con palabras que restallan como un desafío permanente: «Mirad bien, desde que la humanidad ha efectuado su progresiva apostasía lejos de Jesús, muchos maestros han pretendido sustituirse a El para instruirla y guiarla; muchos constructores han tratado de suministrarle las estructuras necesarias; muchos médicos se han empleado en curarle las enfermedades y llagas. Pero todos, al fin, se han encontrado delante de la humanidad desorientada, desanimada, sin fuerza. Sin embargo, es necesario, con tanta mayor premura, llevar a los hombres a la persuasión de que hay un único maestro, que es Cristo (Mt., XXIII, 11), Y de que sólo en El se puede encontrar la salud del mundo con sus estructuras y del hombre con sus problemas. No hay en ningún otro salud. Un tal estado de cosas reclama la intervención no sólo -como es evidente- de la Iglesia docente y jerárquica, sino también de todos los cristianos empeñados en el campo social. Se trata de subrayar la necesidad de impregnar de sentido cristiano todos los campos de la vida humana. Tal ha sido siempre la voluntad de Cristo y es la expectativa de una parte de la humanidad, cansada de vivir en las construcciones ruinosas del mundo de hoy».

 

20 -¿Cuál es la actitud que debe tener el católico de hoy?

La que nos recuerda Pablo VI: «El cristianismo tiene la virtud de infundir esperanza y de dar vida, y no solamente en su orden propio, el religioso y sobrenatural, sino de infundirla también en el orden profano y natural» (20-XII-1968). y el orden natural y profano está malogrado, destrozado, pervertido principalmente por el liberalismo, en el orden político, y por el marxismo. De ahí que un cristiano no pueda ser ni liberal ni marxista, como ideologías que son incompatibles con la fe. Y que su profesión entraña pecado grave. El ideal católico, en lo personal y en lo social, se expresa para siempre con estas palabras de San Pablo: «Nadie, pues, se gloríe en los hombres, que todo es vuestro; ya Pablo, ya Apelo, ya Cefas; ya el mundo, ya la vida, ya la muerte; ya lo presente, ya lo venidero, todo es vuestro; y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios» (1 Cor., III, 22). O sea, todo es para el hombre, pero los hombres somos para Cristo. Ni la vida personal ni la colectividad tienen salvación fuera de Jesucristo, como intentan el liberalismo y el comunismo. Estas doctrinas -simbolizando en ellas todos los errores- son mentiras, barbarie, catástrofe y frente a tanta apostasía, que arranca desde el Renacimiento, pasando por el protestantismo, el liberalismo, el comunismo, Jesucristo triunfará y vencerá a los aliados del Anticristo. Así lo dice San Pablo: «Por lo que hace a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con El, os rogamos, hermanos, que no os turbéis de ligero, perdiendo el buen sentido, y no os alarméis ni por espíritu, ni por discurso, ni por epístola, como si fuera nuestra, como si el día del Señor estuviera inminente. Que nadie en modo alguno os engañe, porque antes ha de venir la apostasía y ha de manifestarse el hombre de la iniquidad, el hijo de la perdición, que se opone y se alza contra todo lo que se dice Dios o es adorado, hasta sentarse en el templo de Dios y proclamarse dios a sí mismo. ¿Nos os recordáis que, estando entre vosotros, ya os decía esto? Y ahora sabéis qué es lo que le contiene hasta que llegue el tiempo de, manifestarse. Porque el misterio de iniquidad esta ya en acción; sólo falta que el que le retiene sea apartado del medio. Entonces se manifestará el inicuo, a quien el Señor Jesús matará con el aliento de su boca, destruyéndole con la manifestación de su venida. La venida del inicuo irá acompañada del poder de Satanás, de todo género de milagros, señales y prodigios engañosos, y de seducciones de iniquidad para los destinados a la perdición por no haber recibido el amor de la verdad que los salvaría. Por eso Dios les envía un poder engañoso, para que crean en la mentira y sean condenados cuantos, no creyendo en la verdad, se complacen en la iniquidad. Pero nosotros debemos dar incesantes gracias a Dios por vosotros, hermanos amados del Señor, a quienes Dios ha elegido desde el principio para haceros salvos por la santificación del Espíritu y la fe verdadera. A ésta precisamente os llamó por medio de nuestro evangelio, para que alcanzaseis la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Manteneos, pues, hermanos, firmes y guardad las tradiciones que recibisteis, ya de palabra, ya por nuestra carta. El mismo Señor nuestro Jesucristo y Dios, nuestro Padre, que de gracia os amó y os otorgó una consolación eterna, una buena esperanza, consuele vuestros corazones y los confirme en toda obra y palabra buena» (II Tes., II,1-17).

 

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