franco1Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”

  1. La solicitud por la mejora económica y social del pueblo, por su salud moral y por otros beneficios

Lo más urgente e indiscutible, que la Iglesia alabó y apremió, fue la solicitud eficaz por satisfacer las necesidades primarias de un pueblo que estaba en difíciles condiciones materiales. La economía de guerra en la zona nacional, la más pobre, había sido ejemplar: un modesto paraíso por la abundancia de alimentos y la estabilidad de los precios. Terminada la guerra, la carga de la deuda fue liquidada de modo feliz; pero hubo que absorber el caos, la escasez y la enorme inflación de la zona roja. Esto, juntamente con la interrupción de suministros, créditos y ayudas del extranjero, al sobrevenir la guerra mundial, hizo que la penuria de la zona roja se extendiese en los años cuarenta a toda España (si bien el «hambre» era mayor en Italia y Francia), con obstáculos ingentes para los programas de reconstrucción y desarrollo. El racionamiento y el inevitable «mercado negro», la escasez y el nivel de los salarios inquietaron a los Pastores. Desde 1945 el Episcopado adoctrina con intensidad, dando aldabonazos para despertar la conciencia social de los ciudadanos y para estimular a los que más pudieran contribuir a la transformación económica y social del país a ser generosos y a llenar con sus iniciativas el cauce de las leyes e instituciones oficiales. Pocas veces se ha fustigado tanto como en los años cincuenta a los cristianos españoles. Al mismo tiempo se reconocía la obra del Gobierno: el Cardenal Arzobispo de Tarragona afirmaba en 1950 que en toda la Historia Moderna de España no se conocían tantas realizaciones sociales como las que bajo signo católico se producían desde 1936.

Porque desde la primera hora Franco impulsa tenazmente la creación de fuentes de energía y de infraestructuras, secundado por algunas iniciativas privadas. Ejerce una acción catalizadora del dinamismo social. En medio de la impaciencia por tocar los frutos con las manos, se logró mantener tensa la esperanza y se fue multiplicando la inventiva y el esfuerzo de los ciudadanos. Desde 1948 se inicia un despegue, ya través de los años 50 y 60 (dejando, por no ser del caso, los distintos planes y problemas) la condición material del pueblo y su protección social fueron mejorando de manera extraordinaria: desaparición del hambre, seguridad social con subsidios familiares y novísima red de instalaciones sanitarias, pleno empleo, escolarización completa, máximo acercamiento proporcional a la renta media de la Comunidad Económica Europea, máxima participación del factor «trabajo» en el producto interior bruto; en los últimos quince años, más de cuatro millones de viviendas construidas con apoyo del Gobierno (casi el doble de las conseguidas en los cuarenta primeros años del siglo)…

Un buen día los españoles -a muchos de los cuales se les había inducido a mirar con envidia al «paraíso soviético»- comprobaron que, mientras éste se saldaba con un fracaso, ellos mismos en una España limitadísima en medios, y a pesar de sus propias quejas y defectos, habían logrado un grado de desarrollo y prosperidad admirables. Y saben a quién se debe el rumbo y la continuidad del proceso que condujo a un éxito de tal magnitud histórica.

Es un deber del Estado vigilar contra las agresiones a la moral en la vida pública. Antes del Concilio, en el Concilio y después del Concilio la Iglesia sostiene que los abusos de la libertad de publicar y de exhibir conculcan un triple derecho: el de las familias a la educación de los hijos, el de los jóvenes a la estimulación positiva y el de todos a un ambiente propicio para el bien. Pablo VI insistirá en el deber de los gobernantes de evitar la difusión de lo que menoscaba los valores fundamentales de la vida moral. Y, como el Papa, los Obispos españoles estimaban que la acción del Estado en defensa de la salud moral del pueblo no era menos exigible que la que reprime la difusión de drogas o fármacos nocivos o la apología del terrorismo; y no era menos protectora de la libertad. Lo mismo sustancialmente reafirmó la Conferencia Episcopal en 1971.

Aun antes del éxito económico, Franco atrajo la gratitud de toda España y de la Iglesia por la lucidez y prudencia con que, en circunstancias dificilísimas y entre presiones externas e internas logró mantener a España fuera de la guerra europea y mundial.

Y cuando se supo, fue admirada en España y fuera de España la obra de acogida y protección dispensada a tantos miliares de judíos, tan acosados en la Europa de entonces.