Marcelino Menéndez y Pelayo
Cultura Española, Madrid, 1941
Tres pensamientos le dominaron desde el tiempo de su conversión: la cruzada a Tierra Santa, la predicación del Evangelio a judíos y musulmanes, un método y una ciencia nueva que pudiese demostrar racionalmente las verdades de la Religión, para convencer a los que viven fuera de ella. Aquí está la clave de su vida: cuanto trabajó, viajó y escribió, se refiere a este objeto supremo.
Para eso aprende el árabe, y retraído en el monte Randa, imagina su Arte universal, que tuvo de buena fe por inspiración divina, y así lo da a entender en el Desconort. Logra de Don Jaime II de Mallorca, en 1275, la creación de un colegio de lenguas orientales en Miramar, para que los religiosos Menores allí educados salgan a convertir a los sarracenos: fundación que aprueba [Juan XXI en el año primero de su pontificado.
¡Qué vida la de Raimundo en Miramar y en Randa! Leyéndola tal como él la describe en su Blanquerna, se cree uno transportado a la Tebaida, y parece que tenemos a la vista la venerable figura de algún padre del yermo. Pero Dios no había hecho a Raimundo para la contemplación aislada y solitaria: era hombre de acción y de lucha, predicador, misionero, maestro, dotado de una elocuencia persuasiva, que llevaba tras sí las muchedumbres. Así le vemos dirigirse a Roma para Impetrar de Nicolás III la misión de tres religiosos de San Francisco a Tartaria, y el permiso de ir a predicar él mismo la fe a los musulmanes, y emprende luego su peregrinación por Siria, Palestina, Egipto, Etiopia, Mauritania, etcétera, disputando en Bona con cincuenta doctores árabes, no sin exponerse a las iras del populacho que le escarneció, golpeó y tiró de las barbas, según él mismo dice.
Vuelto a Europa, dedicase en Montpelier a la enseñanza de su Arte; logra del Papa Honorio IV la creación de otra escuela de lenguas orientales en Roma permanece ,dos años en la Universidad de París, aprendiendo gramática y enseñando filosofía; insta a Nicolás IV para que llame a los pueblos cristianos a una cruzada; se embroca para Túnez, donde a duras penas logra salvar la vida entre los Infieles, amotinados por sus predicaciones; acude a Bonifacio VIII con nuevos proyectos de cruzada, y en Chipre, en Armenia, en Rodas en Malta, predica y escribe, sin dar reposo ala lengua ni a la pluma.
Nuevos viajes a Italia y a Provenza; más proyectos de cruzadas, oídos con desdén por el Rey de Aragón y Clemente V; otra misión en la costa de África donde se salva casi de milagro en Bugía; negociaciones con pisa sanos y genoveses, que le ofrecen 35.000 florines para ayudar a la guerra santa… Nada de esto le aprovechó, y otra vez se frustraron sus planes. En cambio la Universidad de París le autoriza en 1309 para enseñar públicamente su doctrina, verdadera maquina de guerra contra los averroístas, que allí dominaban.
En 1311 se presenta Raimundo al Concilio de Viena con varias peticiones: fundación de colegios de lenguas semíticas; reducción de las Ordenes militares a una sola; guerra santa, o por lo menos defensa y reparo a los cristianos de Armenia y Santos Lugares; prohibición del averroísmo y enseñanza de su arte en todas las Universidades. La primera proposición le fue concedida de las otras se hizo poca cuenta.
Perdida por Lulio toda esperanza de que le ayudasen los poderosos de la tierra, aunque el Rey de Sicilia, Don Fadrique, se le mostraba propicio, y determinado a trabajar por su cuenta en la conversión de los mahometanos, se embarcó en Palma el 14 de agosto de 1314 con rumbo a Bugía, y allí alcanzó la corona del martirio, siendo apedreado por los infieles. Dos mercaderes genoveses le recogieron expirante, y trasladaron su cuerpo a Mallorca, donde fue recibido con veneración religiosa por los jurados de la ciudad, y sepultado en la sacristía del convento de San Francisco de Asís.
La fecha precisa de la muerte de Raimundo es el 30 de junio de 1315.
El culto a la memoria del mártir comenzó muy pronto: decíase que en su sepulcro se obraban milagros, y la veneración de los mallorquines al doctor iluminado fue autorizada, como culto inmemorial; por Clemente XIII y Pío VI. En varias ocasiones se ha intentado el proceso de canonización. Felipe II puso grande empeño en lograrla; y hace pocos años que el Sumo Pontífice Pío IX, ratificando su culto, le concedió Misa y rezo propio, y los honores de Beato, como le llamaron siempre los habitantes de Mallorca.
Este hombre extraordinario halló tiempo, a pesar de los devaneos de su mocedad, y de» las incesantes peregrinaciones y fatigas de su edad madura, pata componer más de quinientos libros, algunos de no pequeño volumen, cuáles poéticos, cuáles prosaicos, unos en latín, otros en su materna lengua catalana. El hacer aquí catálogo de ellos sería inoportuno y superfluo: vea el curioso los que formaron Alonso de Proaza (reproducido en la Bibliotheca, de N. Antonio); el doctor Dimas (manuscrito en la Biblioteca Nacional), y el doctor Arias de Loyola (manuscrito escurialense).
Falta una edición completa; la de Maguncia (1731 y siguientes), en diez tomos folio, no abraza ni la mitad de los escritos lulianos. Ha de advertirse, sin embargo, que algunos tratados suenan con dos o tres rótulos diversos, y que otros son meras repeticiones (1).
(1) Ensayos de crítica filosófica, páginas 268 a 271.