P.Alba con Rafael Stern en el Colegio Corazón Inmaculado de

P.Alba con Rafael Stern en el Colegio Corazón Inmaculado de

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 210, octubre de 1996

Es doctrina común que los pecados veniales afean el alma y la debilitan. El desprecio de lo venial, el descuido de este punto, hace al alma cada vez más opaca a las cosas sobrenaturales. Por esa razón, hemos de luchar constantemente contra el desorden en nuestras operaciones, como nos enseña S. Ignacio. Tras este desorden se agazapan innumerables pecados veniales.

La tibieza en la oración, la sequedad, la inactividad en las cosas de Dios, la omisión, la pereza en nuestras obligaciones, pueden llevarnos a la ruina. Un buque puede hundirse, no solamente por un enorme boquete en su casco, sino por la multitud de pequeñas vías de agua que al final anegan su bodega. Las pasiones, cuando se las tiene a raya, son como cachorros de fieras que no hacen daño. Si crecen y las alimentamos, devorarán cuanto se les ponga por delante.

Que los afectos desordenados llevan a consentir en pecados veniales constantes y a vivir inmerso en una atmósfera de aceptarlos es cosa que vemos claramente en los demás, o en los casos más extremos y no vemos en nosotros. El enemigo nos ataca con disimulo, y al no percibirnos del peligro, nos tiene atados y con nuestras ataduras atamos también a nuestros hijos. Ése es el caso del deporte en la actualidad, con el que el diablo aplasta tantas almas y las incapacita para el verdadero sacrificio y los altos ideales.

A muchos, la necesidad social del deporte les ha obligado a ir a piscinas en promiscuidad, vestuarios en donde no se observa el pudor, exhibiciones deportivas de uno u otro sexo en donde se rinde culto a la belleza física y a la ostentación corporal de las formas. Todo ello les ha traído la pérdida de la modestia, la pérdida de las cautelas que hacen la vida de castidad más fácil. Y eso sin citar las ocasiones de pecado mortal que se presentan con las conversaciones, amistades, espectáculos que se producen en esos lugares, aparentemente inocuos.

Añadir en otros casos la entrega a la televisión para seguir las incidencias de los equipos favoritos, y el fomento de las cargas emotivas que ello conlleva, y que son fatales en la infancia y juventud. El resultado de todo esto es la división del corazón, el alboroto de la imaginación, y la ausencia de una verdadera vida interior.

Las afecciones desordenadas que engendran el deporte-espectáculo, y el deporte-competición, y los sentimientos y pasiones que cultivan, nos enseñan a ponernos en guardia para que superemos en la infancia, en la adolescencia y en la madurez la pluralidad deportiva. Ya advertía San Pablo a Timoteo, creado en el ambiente helénico de la vida lúdica: “El ejercicio corporal es bien poco útil: la piedad es útil para todo.” San Pablo habla, naturalmente, de ese llamado “deporte” que mata tanto piedad, caridad y el hacer cosas útiles.