mariaIldefonso Rodríguez Villar
Puntos breves de meditación
sobre la vida, virtudes y advocaciones litúrgica
de la Santísima Virgen María
26ª edición, Valladolid, 1965

Externa. -Es la llamada penitencia corporal y se reduce al castigo de nuestro cuerpo y a la mortificación de sus sentidos. -Es ésta una virtud tan infiltrada en todas las demás, que no es fácil separarla de la inmensa mayoría de ellas.

El ejercicio de  la pobreza…, de la humildad…, de  la castidad y modestia, etc., ¿no es un ejercicio constante de mortificación interior y de penitencia exterior? -No obstante, conviene estudiarla separadamente, por su inmensa importancia en la vida de nuestra alma.

Más que importante, es completamente necesaria, tanto para preservarnos del pecado, como para satisfacer por los ya cometidos y para obtener del Señor abundantísimas gracias ¡Cuántas luces e inspiraciones especiales…, cuánta paz y alegría del alma…, cuánto amor de Dios…, no ha conseguido la penitencia a las almas santas! -No dudes que sin la penitencia, no hubieran llegado estas almas a las alturas de amor y santidad que llegaron… ¡Qué extraño que así amaran y se gozaran en la penitencia saboreándola como una cosa dulcísima!… -Recuerda a San Pablo castigando su cuerpo y gozándose de llevar en él las señales de la penitencia…, y a un San Juan de la Cruz, que decía: «Aunque viera hacer milagros a una persona, si no era penitente, no la creería»… y así todos los demás.

Pero mira, ante todo, el ejemplo de Jesús y de Ma­ría. -Ya quiso Jesús que su Precursor se señalara en esta virtud, y así, se fue al desierto a ayunar y a comer manjares silvestres, vestido de pieles de camello…, que no era sino un muy áspero cilicio…, y eso que el Bautista ya fue santificado antes de nacer, y no tenía por qué hacer penitencia… Menos tenían que hacerla Jesús y Ma­ría y, no obstante, ¡qué asperísima fue la que hicieron en  su dura y austera vida de Nazaret…, de Belén…, de Egipto…, del desierto…, de la Cruz!… Tanto más dura y dolorosa fue esta penitencia, cuanto  que el organismo de Jesús y de su Madre eran delicadísimos y muy sensibles, por tanto, a todo sufrimiento y dolor. -Analiza un poco más y profundiza en estas penitencias y encontrarás  lo que sigue:

Penitencias necesarias o impuestas…, aquellas que Dios enviaba a la Santísima Virgen y que Ella, sin buscarlas, las recibía y acataba amorosísimamente, esto es, no sólo resignadamente, sino gustosísima y alegremente… Las infinitas molestias de aquellos viajes, en las circunstancias que Ella tenía que hacerlos…; la escasez de medios para afrontar las dificultades…, las enormes incomodidades de posadas…, caminos…, cabalgaduras, etcétera…; las inclemencias continuas del tiempo, abrasándose unas veces con aquel sol que en aquellas regiones tanto quema…, pasando fríos e incomodidades en otras… y siempre expuesta a mil peligros y sobresaltos, que aumentaban sin cesar la dureza de aquella mortificación.

No obstante, penetra en su corazón y verás cómo se goza en estas penitencias que Dios la envía…, con qué avidez y deleite verdadero, se abraza con las privaciones…, olvidos…, desdenes…, malos tratos, etc., es decir, con más gusto que tú buscas algo que te apetece… y te gozas cuando lo encuentras, así Ella se gozaba en estos sufrimientos y mortificaciones que la venían de manos del Señor. -Y tú, ¿cómo llevas o aceptas estas penitencias necesarias que Dios te da, y que quieras o no has de sufrir… las molestias y trabajos… las incomodidades del tiempo… el sufrimiento de una enfermedad, quizás larga…, crónica…, dolorosa…, malestar de un viaje pesado y fatigoso…, de alguna cosa desagradable que te ocurra contra tu voluntad? -Mira entonces a la Santísima Virgen y pregúntate cómo lo llevaría Ella.

Piensa, además, que éstas son las mejores penitencias, pues en  ellas no se puede pecar por indiscreto o imprudente…, ni por ostentación o espíritu de vanidad…, ni, en fin, por deseo de singularizarte y hacer cosas extraordinarias… No dudes, que en estas penitencias, agradarás mucho al Señor y sacarás un fruto inmenso para tu alma, si las haces con verdadero espíritu de mortificación y resignación.

Penitencias voluntarias. -No hay duda que el ansia de sufrir en la Santísima Virgen a imitación de su Hijo, no pudo contentarse con aceptar aquello que Dios la enviaba, sino que Ella misma se imponía muy frecuentemente otras penitencias muy duras y ásperas… Aquella oración prolongada tantas veces durante la noche, a costa del descanso y del sueño que necesitaba después del trabajo incesante del día… ¡Cuántas noches las pasaría enteras en oración!… Aquella postura devotísima, de rodillas…, postrada…, y así horas y horas… Aquellos ayunos tan repetidos y tan rigurosos a pan y agua…, y a veces ni esto… Pues qué, ¿no iba Ella a imitar el ayuno del desierto de su Hijo?… ¿Cómo pasaría Ella aquellos cuarenta días, puesto que no ignoraba la penitencia que Jesús estaba haciendo en el desierto? -Y aleccionada con este ejemplo, ¿cuántas veces lo repetiría Ella después, y se lo enseñaría a hacer a los Apóstoles…, a los discípulos…, a los primeros cristianos? -Si Judit…, y Ester…, etc., y otras mujeres del Antiguo Testamento, se señalaron en sus vigilias…; -ayunos…, en sus vestidos de saco y cilicio…, ¿qué no haría la Santísima Virgen, ya que aquéllas no fueron sino una sombra y figura de Ella? -Aprende de tu Madre a castigar tu cuerpo y mortificar tu carne voluntariamente, ya que voluntariamente tantas veces has pecado…

Distingue en esto varias clases de penitencias que debes hacer: unas indispensables, son las que consisten en mortificar los sentidos y tenerlos a raya para que no sean puertas de tentación…; en una palabra, esta penitencia consiste en la abstención de todas las cosas ilícitas y prohibidas por la ley de Dios o que lleven más o menos directamente a quebrantarlas.

Pero debe parecerte esto muy poco: las otras penitencias son de consejo, es verdad, pero muy útiles y fructíferas, consisten en abstenerte también aún de lo licito y permitido, mortificando tus sentidos en esas cosas para que cuando llegue la ocasión… o la sugestión diabólica, estén bien dispuestos a la lucha. -Y debes tener en cuenta, en esta materia, aquella admirable regla de San Ignacio, cuando dice: «Cuando nos abstenemos de lo  superfluo, eso no es penitencia, sino templanza…; la penitencia verdadera, consiste en quitar o en abstenerte de algo conveniente y cuanto más y más se quite de esto, mayor y mejor será dicha penitencia.»

Por último, mira cómo además de estas penitencias que podemos llamar negativas, que consisten en negarse algún gusto lícito o ilícito…, hay otras positivas o aflictivas, que consisten en castigar positivamente tu cuerpo causándole algún dolor…,  alguna pena sensible… y son las penitencias ejercitadas por todos los santos y almas fervorosas, que quieren, con esto, demostrar su grande  amor a Cristo inventando mil medios…, ingeniándose de muchísimas maneras para mortificarse.

No olvides que eso debe ser, en último término la penitencia, una manifestación de amor…, de desagravio y reparación al Señor por sus pecados y por los ajenos… y cuando se hace así la penitencia, por puro amor de Dios, sin mezcla de amor propio, es cuando tiene todo su mérito y eficacia… y es cuando puedes decir que imitas el amor purísima y mortificadísimo de tu querida Madre la Santísima Virgen.