Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”
La Iglesia sintonizaba con una evidente adhesión del pueblo a Franco. Ya durante la guerra el Cardenal Gomá informaba secretamente a la Santa Sede: «Franco cuenta con la adhesión de todo el pueblo católico». Poco después, en un momento de tirantez diplomática, el Cardenal avisaba que el pueblo estaría aliado de Franco. Este respaldo popular volvió a darse en 1966, sobre un fondo de minoritarias agitaciones clericales.
Hay quienes hablan de «poder personal» como si la expresión fuese por sí misma descalificadora. Un eclesiástico comentó en 1976: «Los que hemos vivido desde niños en la entraña del pueblo llano no ignorábamos que ese poder estaba al servicio real del pueblo; que se proponía establecer la participación de éste, estimulado en ello por la Iglesia, aunque preocupado -y no le faltaban razones-por evitar las ficciones suplantadoras o anarquizantes. En todo caso, nadie pone en duda que ese poder promovió paciente y apasionadamente, por motivaciones religiosas, un desarrollo de bienes económicos y culturales que, a pesar de los desajustes… constituyen un patrimonio fecundo para todos».
Transcurridos treinta años en la Jefatura del Estado, el respaldo del pueblo se manifestó cuando se sometió a referéndum en 1966 la Ley Orgánica del Estado. Sea lo que quiera de la «libertad de propaganda en contra», es evidente que -de sentirse cansado, reprimido, etc.- el pueblo pudo emitir papeletas en blanco o nulas, y realizó un plebiscito masivo en favor de la persona, que según expresión de un comentarista aún vigente fue para Franco un «himalaya» de popularidad. (Cabe aquí recordar que, dentro de la democracia actual, el Estatuto de autonomía para una de las «nacionalidades históricas» se implantó por referéndum (también sin propaganda en contra) con menos del 20 por cien de los votos del censo).
Muerto ya Franco, se pudo ver en Madrid el desfile de una muchedumbre emocionada, que fue a despedirse pasando junto a su cuerpo, uno a uno, tras aguantar a la intemperie largas colas, a veces hasta diez horas. Cuando a las 48 horas el desfile, incesante, hubo de ser interrumpido, había pasado medio millón de personas y eran innumerables las que esperaban. De toda edad y condición, con prevalencia de familias modestas y abundancia de jóvenes.
Si ese tipo de poder personal logró tantos decenios de identificación con el pueblo, sólo se explica por la confluencia de dos factores: 1. porque era un poder que quería subordinarse a la Ley de Dios, por lo que llevaba en sí el antídoto contra las tentaciones de la arbitrariedad; 2. porque, depositario de la confianza del pueblo, sus decisiones tenían auténtico valor representativo.