P.Alba, SJ

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 211, noviembre de 1996

Para abrazarnos seriamente con la santidad, tenemos que huir también con toda seriedad del pecado venial. No querer huir del pecado venial por considerar que es cosa sin importancia, es condenarnos a la mediocridad religiosa, a vivir la vida cristiana sin grandeza y sin generosidad.

En este campo del pecado venial debemos distinguir tres niveles o grupos para poder atacar a los tres frentes. Es la lucha por la perfección, como hicieron los santos.

Un primer grupo son los pecados veniales que son propiamente mortales, pero que no lo son por falta de advertencia, o por falta de pleno consentimiento, o por una ligereza radical o momentánea. Tal ocurre con las murmuraciones del prójimo en las que sale dañada seriamente su fama. Lo mismo ocurre con las lecturas, películas, imágenes, escenas de TV. o de espectáculos que nos llevan a lo escabroso y claramente pecaminoso, y aunque no comenzamos con esa intención, nos hemos visto arrastrados y sin cortar a tiempo. Tal ocurre con deseos o impulsos de venganza, de desear algún mal al prójimo en arrebatos de ira. Pero es evidente que estos pecados veniales nos ponen en gran peligro de pecado mortal y nos arrastran a él de no romper enérgicamente con ellos.

La segunda clase de pecados veniales tiene también su gravedad, porque se cometen a sabiendas y con plena deliberación; aunque se sabe que son leves per naturaleza. Tales son las innumerables mentiras que se dicen en cosas no muy importantes, como disculpa, vanidad, obtención de ventajas; tales como el adular, molestar al prójimo, dejamos dominar de la gula, vanagloriamos, presunción, fatuidad, coquetería, ligerezas, respeto humano. Todo esto desagrada mucho a Dios Nuestro Señor, y quien no se esfuerza en vencerse en esto es que ha renunciado a la perfección evangélica.

Al tercer grupo de pecados veniales, pertenecen aquellos que se cometen más por debilidad que por malicia. Negligencia en la oración por sueño o fatiga, y por ociosidad respuestas ásperas a quien nos molesta, sin querer zaherirle inconsideradamente; flojedad en reprender a los subordinados para no perder su aprecio sin caer en la relajación de dejar de cumplir con la obligación de corregir; tristezas inmoderadas por penas o contratiempos, carácter taciturno, enfados momentáneos y mil casos más que proceden de nuestra flaqueza humana y que nos hacen caer en las setenta veces que nos dice el Señor. Pero también es verdad que, si queremos ser perfectos como nos pide Nuestro Padre celestial, no debemos casarnos con estos defectos, debemos luchar contra ellos y nunca desanimarnos por caer muchas veces en ellos.

Hemos de tener una liberación bien fundada de que tenemos que luchar contra toda clase de pecados veniales. Aplicar con toda diligencia el examen de conciencia y todos los medios naturales y sobrenaturales para poder volar libres hacia los gustos de Dios. El alma quiere volar y ha de romper lo mismo con las cadenas que le atan, como con los hilos finísimos de seda que impiden también su vuelo a las alturas de la generosidad con Dios Nuestro Señor.