«No bajemos los ojos sin humillar el corazón al mismo tiempo; no demos a entender que queremos el último lugar sin quererlo verdaderamente».
San Francisco de Sales Sigue leyendo
27 martes Sep 2016
Posted in La voz de los santos
«No bajemos los ojos sin humillar el corazón al mismo tiempo; no demos a entender que queremos el último lugar sin quererlo verdaderamente».
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27 martes Sep 2016
Posted in Historia de España
Marcelino Menéndez y PelayoNo pudo alcanzar, por tanto, el inesperado florecimiento que siguió a estos tan humildes principios, y que si no arrebató a Lérida el monopolio de los Estudios jurídicos que tenía desde el tiempo de D. Jaime II, ni a Valencia, verdadera Atenas de la corona de Aragón, la palma que siempre tuvo en Humanidades, en Filosofía y en Medicina, produjo, sin embargo, en todos estos ramos del saber un número de hijos ilustres capaces de envanecer a cualquier Academia, y vio ennoblecidas sus cátedras por insignes profesores forasteros, como el aragonés Juan Costa, autor del Gobierno del ciudadano, y el peripatético helenista de Valencia Pedro Juan Núñez, y por discípulos tan famosos como el sevillano Juan de Mal-Lara. Este período de esplendor universitario comienza para Barcelona en la segunda mitad del siglo XVI, y acompañó dignamente al movimiento arqueológico e histórico que en Tarragona se amparaba bajo el manto arzobispal de Antonio Agustín. El verdadero restaurador de la Universidad de Barcelona, el que a despecho de la tacañería concejil la hizo vivir en los fastos de la ciencia, fue el teólogo humanista Cosme Damián Hortolá, abad de Vilabertrán, nombrado Rector en 1543; helenista y hebraizante; alumno de las Universidades de Alcalá, París y Bolonia; discípulo de Vatablo; protegido del cardenal Contareno; teólogo asistente al Concilio de Trento; versado en el estudio de los padres griegos y en la filosofía de Platón; émulo de Melchor Cano en la pureza de la dicción latina. Sigue leyendo
27 martes Sep 2016
Posted in Guerra Campos
Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”
2-b) Juicio de la Iglesia sobre el ordenamiento político que se iba constituyendo.
Sin prejuzgar lo opinable, y vista la voluntad operante de salvaguardar principios irrenunciables, la Iglesia aceptó sin dificultad el tipo de organización política que se iba configurando. Comprendía que, en circunstancias tan complejas, el ritmo de la institucionalización debía acompasarse con la creación de condiciones económicas, sociales y pacificadoras. Era lógico que, tras la crisis y ruina dramática de los partidos políticos, el Poder Constituyente intentase fórmulas de participación popular no «partidistas», que era el deseo de muchedumbres de ambos bandos y de amplios sectores de Europa. Sigue leyendo