Imaginemos que a un «marciano», de pronto, en la tierra, se le invitara a presenciar un partido de fútbol. Y que él nunca hubiera visto un balón. Ciertamente sería para él un auténtico galimatías el danzar de la pelota, en una serie de inverosímiles vericuetos, empujones y arranques geniales. Para disfrutar en un partido de fútbol, hay que tener algunas nociones de este deporte, y cuanto más hincha competente se es, mayor será el desfogue, entusiasmo y comentarios que suscitará.
Asistir a la Santa Misa únicamente porque es un acto de devoción, una práctica piadosa, precepto dominical, es cosa buena. Pero existe el peligro de quedarse al margen de lo que realmente es la Santa Misa. Entonces la Misa resulta larga, aburrida, sin sentido, y con peligro de quedarse sin entender realmente lo que sucede. Esto explica que muchos cristianos no participen de verdad de la Santa Misa. ¡Ah! Participar de la Santa Misa no es simplemente hacer unos mismos gestos, repetir unas palabras, unirse a unos cantos. Esto está bien, y hay que hacerlo adecuadamente. Pero no está aquí el meollo de lo que se entiende por participar en la Santa Misa.
Doctrina católica
¿Qué es la Santa Misa? La Iglesia enseña que la Santa Misa es la conmemoración, representación y aplicación del Sacrificio del Calvario. En la cruz, Jesucristo entregó su vida, libremente, lo que por ser Dios tiene valor infinito. Y este Sacrificio es el que nos merece el perdón de los pecados, los Sacramentos y todas las cosas buenas que los hombres han recibido y pueden recibir. Y el Sacrificio de Cristo en el Calvario es el que se conmemora, o sea, que se hace memoria, pero no una memoria muerta, sino una memoria con tanto realismo como si ahora Cristo muriera otra vez en la cruz. Y por esto la Misa representa, o sea, presenta de nuevo lo que en el primer Viernes Santo sucedió. Y por el mismo Sacrificio, se nos aplica, se nos concede los méritos de la Pasión. Cuando la Misa se entiende así, ya todo cambia.
Personajes en torno de la Pasión del Señor
En el Calvario estaban los enemigos de Cristo, los que le crucificaban. También para ellos era provechosa la Pasión, aunque sus disposiciones eran pésimas. Había la multitud de los indiferentes que, en torno de la cruz, divisaban únicamente lo que exteriormente estaba ocurriendo. Y al pie de la cruz, la rodeaban la Virgen María, otras mujeres y Juan, el Evangelista. Estos captaban la gran maravilla y compadecían y se unían a Cristo en una participación cordial y verdadera con su Pasión. Y esto se viene repitiendo. Algunos -los que sean- desprecian la Misa, no asisten. Otros, hacen acto de presencia. Solamente los que tienen viva fe, pueden participar de la Santa Misa. Pues, por encima de todo lo aparente, incluso de gestos y cantos, palabras y otras circunstancias, participan de la Misa más y más, los que durante la misma, interiormente, por la fe, están seguros de que se unen; se comprometen y se actualiza para ellos, lo mismo que sucedió en el Calvario, con los mismos sentimientos de cooperación que tuvo la Virgen María. Y esto no es una figuración imaginativa, ésta es la única manera seria de asistir a la Santa Misa.
Un nuevo horizonte
Si no se asiste con este ánimo a la Santa Misa, nos perdemos en un incomprensible crucigrama como el supuesto «marciano» en un campo de fútbol. ¿Será ésta la razón de que nuestra vida cristiana sea tan floja y tímida, después de haber asistido tantas veces durante nuestra vida a la Santa Misa? No lo dudemos, la flojedad en la comprensión de la Misa es la clave de la rutina, contradicción y miseria de muchos cristianos. Un convertido famoso, Julien Green, tiene esta página grávida de dogma hecho vida y emoción hablando de la Misa:
«Las personas que vuelven de la Misa hablan y ríen; creen que no han visto nada extraordinario. Nada sospechan porque no se han tomado la molestia de mirar. Se diría que acaban de asistir a una cosa simple y natural, cuando en realidad, se trata de algo que, si hubiese acontecido una sola vez, sería capaz de arrebatar en éxtasis al mundo apasionado. Vuelven del Gólgota y hablan del tiempo. Esa indiferencia impide que se vuelvan locos. Si se les dijera que Juan y María bajaban del Calvario hablando cosas frívolas, dirían que era imposible; sin embargo, ellos no obran de otro modo. Acaban de asistir a la ejecución de una pena capital. Al cabo de unos instantes no piensan más en ella; esta falta de imaginación impide que sean presas del vértigo y que mueran. Se diría que aquello que no ven sus ojos no tiene importancia; en realidad, para ellos no cuenta más que lo que poseen y se palpa. Han estado veinticinco minutos en una iglesia, sin comprender lo que allí ha pasado… Algunos han permanecido sentados. Algunos están de pie durante la elevación; yo no sé qué es más asombroso, si la elevación misma o la actitud de los que la contemplan. ¡Si la elevación no fuera más que un símbolo! Pero es la verdad misma presentada en aspectos adecuados a la debilidad humana. Los judíos no pudieron resistir el resplandor de la faz de Moisés y Moisés no era más que un hombre. Maniaj temió morir por haber visto la cara de su Creador, cuando, en realidad, no había visto más que un ángel (Jueces, XIII, 22). ¿Qué hay escondido bajo las especies de pan y vino? Algo más que un ángel y más que Moisés, ciertamente. Una de las características más extrañas de la Misa es que no mate a las personas que asisten a ella. Escuchan tranquilamente la Misa, sin lágrimas, sin commoción interior; es admirable. ¿Qué necesitan para conmoverse? Cualquier cosa vulgar. La religión la convierten en un hábito más, es decir , en una cosa natural y vulgar. Este es el hábito que condena al mundo.»
Lo más grande
La Santa Misa es el don máximo de Dios a los hombres. Y por la Misa ofrecemos a Dios el amor que se merece. ¿Nos hemos fijado que en nuestras iglesias se concentra toda la naturaleza? El mundo mineral está sirviendo a Dios con sus piedras, bronces, plomos, agua … El mundo vegetal con maderas, telas, flores, aceite… El mundo animal con la cera, pieles, lanas. Y como rey de toda la Creación, el hombre. Y el hombre sublimado por el mismo Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, ofreciendo el Sacrificio del Calvario con estas cuatro grandes finalidades: la adoración a Dios, la acción de gracias más plena, la reparación por los pecados de los hombres y de toda la historia y la súplica por todos los beneficios espirituales y materiales que necesitamos. Esto es la Misa. Por esto los que han entendido este misterio se embeben en el amor a ella. Y los que andan con una fe enferma, débil, no saben qué hacer en la Misa.
Hablan los profesionales
Entendemos que son profesionales competentísimos de la Misa los santos. San José Benito Cottolengo -el campeón de mantener y sostener a millares y millares de enfermas sin otra ayuda que la caridad voluntaria- decía: «SI SE COMPRENDIESE EL VALOR DE UNA MISA, SE ANDARÍA HASTA EL FIN DEL MUNDO PARA ASISTIR A ELLA». San Juan Bosco, uno de los mayores pedagogos de toda la historia de la humanidad, repetía: «NO MORIRÁ DE MALA MUERTE EL QUE OYE DEVOTAMENTE Y CON PERSEVERANCIA LA SANTA MISA». Contardo Ferrini, profesor de Derecho Romano, exclamaba que asistía cada día a la Santa Misa porque para él era la «FIESTA DE LOS SANTOS PENSAMIENTOS», Y Manuel García Morente, profesor convertido del kantismo al sacerdocio, tenía tanta delicadeza para celebrar la Santa Misa que incluso se calzaba unos zapatos que únicamente utilizaba para este fin.
Un desafío maravilloso
Probemos de asistir a Misa todos los domingos y fiestas de guardar con nuevas disposiciones interiores. No nos quedemos en la hojarasca, la ceremonia, la fachada. Todo esto es pariente de la hipocresía y de la ligereza. La vida cristiana se fortifica en la medida en que se aprecia, se vive, se participa de la Santa Misa. Lo más importante de la naturaleza está resumido en el hombre Pero el hombre sólo se dignifica en Cristo. Y Cristo es nuestro Redentor. Y la Redención de Cristo se hace presente, viva e indubitable en la Santa Misa. Decía San Juan María Vianney que si entendiéramos lo que es la Misa, lo que es la Eucaristía, nos moriríamos de amor. Y esto se aprende cuando de alguna manera asistimos a la Santa Misa, participamos en ella, como María al pie de la Cruz.
«PIENSA EN MARÍA, INVOCA A MARÍA, Y ESTÉ: ELLA SIEMPRE EN NUESTROS LABIOS Y EN NUESTROS CORAZONES», decía San Bernardo. A lo menos, cada mañana y cada noche, hemos de pensar en invocar a María. El que lo hace no perderá la fe. Porque la fe se pierde cuando no se reza, como se asfixia el que no respira. Parece poca cosa, pero el que reza cada mañana y cada noche TRES AVEMARÍAS a la Virgen María, recibe una ayuda cierta que le protegerá en todos los peligros y le ayudará para la salvación eterna. No olvides nunca las TRES AVEMARÍAS.
