Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”
El desenlace de toda esta agitación en la vida interior de la Iglesia no es el momento de explicarlo, pero debe ser señalado. Tras el Concilio Vaticano 11, la mayoría del pueblo católico procuró mantener la fidelidad a su vocación. Innumerables creyentes silenciosos, numerosos sacerdotes y personas consagradas perseveraron con solicitud apostólica y creativa en el servicio a la Iglesia. Pero por la campaña de los activistas se encontraron envueltos en desorientación y divisiones, sacudidos por una tempestad de ideas doctrinales, criterios y actuaciones pastorales y laxismo moral en oposición al Magisterio de la Iglesia. En el período que va desde 1965 a 1980 se registran como hechos mensurables las pérdidas siguientes: a) Una quinta parte del clero abandona el ejercicio de su ministerio. -b) Los misioneros del clero secular en América bajan un 75 por cien, y apenas hay relevo para los religiosos. c) Las vocaciones a la vida consagrada caen en picado. Los candidatos al sacerdocio en los Seminarios diocesanos bajan de un número próximo a los 9.000 antes del año 1962 a menos de 1.500 hacia el año 1980: pérdida de más del 80 por cien en cifras absolutas, y de más del 90 por cien si se atiende al aumento de población; caída por debajo del nivel del año 1940. -d) Dirigentes de algunos movimientos apostólicos con «compromiso político» confesaron en 1971 que la mayoría de sus pocos militantes habían «perdido la fe», al desanimarse frente a proyectos revolucionarios con los que se les había inducido a identificarla. -e) Después de 1975 varias ramas de Acción Católica desaparecen prácticamente en la mayoría de las Diócesis, mientras algunos miembros se ascriben a comunidades extra-jerárquicas. Hasta 1960 el número total de socios inscritos y cotizantes en los distintos Movimientos de la Acción Católica, sin contar los de otras sesenta organizaciones nacionales, había sido de cerca de 600.000; en 1978 había bajado a unos 14.000: descenso superior al 97 por cien en el promedio de España. Como compensación parcial habría que contar, además, grupos parroquiales varios y otros movimientos no ligados a los órganos nacionales de la Acción Católica, cuyo caudal pudo verse con ocasión del viaje del Papa a España en 1982.
En la vida pública el resultado fue que cuando, después de Franco, se estableció un nuevo orden político, los católicos influidos por la turbia agitación precedente no supieron llevar al mismo lo que son exigencias irrenunciables de la Doctrina de la Iglesia para cualquier ordenamiento. Y mientras la mayor parte de la Jerarquía estimó oportuno apoyar el nuevo orden, tampoco acertó a orientar de modo eficaz a los ciudadanos católicos: de modo que el llamado «desenganche» de un Estado confesional terminó siendo en gran medida para la Iglesia un «desenganche» de sí misma.
El vacío de orientación fue ocupado por una serie de mentores «teológicos», que pasaron socialmente como portavoces de la Jerarquía. Y propalaron una moral política del permisivismo ligada a determinadas eclesiologías deficientes. Por razón de las eclesiologías, parte de ellos están siendo desautorizados en los últimos años por la Santa Sede y la misma Jerarquía española.
Las consecuencias de tantos años con déficit de criterio católico, y con la inercia social que han producido, preocupan en el momento actual.