P.albacenaRvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 218, junio de 1997

Voy a citaros tres textos para que os ayuden a penetrar en el misterio de la Santa Misa y os fuercen amorosamente a asistir al Santo Sacrificio a ser posible todos los días.

San Francisco de Sales en su “introducción a la Vida devota” nos enseña que la Santa Misa es el “sol de los ejercicios espirituales, centro de la religión cristiana, corazón de la devoción, misterio inefable que comprende el abismo de la caridad divina y por el cual Dios aplicándose realmente a nosotros nos comunica abundantemente sus gracias y favores”. Y Kempis: “Con la Santa Misa se honra a Dios, se alegra a los Ángeles, se edifica los fieles, se ayuda a los que aún viven, se procura descanso a los difuntos y nos hacemos participantes de toda clase de bienes espirituales.” Por su parte el sagrado Concilio Vaticano 11 proclama que “Nuestro Salvador en la última Cena, en la noche en que le traicionaban instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre con el cual iba a perpetuar hasta el fin de los siglos, hasta su vuelta, el sacrifico de la Cruz”.

Asistamos a la Santa Misa como al acto más importante de nuestra vida. Somos más dichosos que los mismos apóstoles en el momento de la Santa Cena y como testigos del sacrificio del Calvario, porque nosotros podemos participar cada día en el misterio de la Santa Misa que es la reproducción del mismo sacrificio de Cristo. Podemos estar presentes en compañía de María con San Juan al pie de la cruz, oyendo con emoción las mismas palabras pronunciadas por Nuestro Señor Jesucristo en la última cena.

Bien sé que a veces las ocupaciones agobiantes de todos los días y los trabajos que nos sujetan a un horario severo, impiden que podamos disponer del tiempo oportuno para asistir a diario al Santo Sacrificio y recibir en Él la sagrada comunión, pero también veo que con sacrificio y , generosidad muchos jóvenes y muchos casados no dejan día sin participar en la Santa Misa, bien sea a primera hora de la mañana o al final de la tarde. En ocasiones de grandes partidos, no dejamos de encontrar tiempo para sentarnos ante el televisor y seguir la marcha de nuestro equipo favorito. ¿No será que somos tibios en el amor, lo que hace que no tengamos a la Santa Misa corno nuestra primera exigencia de caridad para con nuestro Dios? Cuando en Ejercicios Espirituales nos preguntamos ante Jesús Crucificado, qué he hecho por Cristo, qué debo hacer por Cristo, no le estamos pidiendo al Señor que no permita que llevemos una vida de mediocre vulgaridad para con Él. ¡Qué horror da pensar que una pereza, una desidia, un televisor, una lectura, un pasatiempo en un bar, puede más que la llamada a la Santa Misa!

Mi alma que anhela respirar a lo divino, la situación de la patria, la situación de la Iglesia me llaman a la misa diaria. ¡Caminemos mientras tengamos esa luz, antes de que las tinieblas nos rodeen!