virgen mariaIldefonso Rodríguez Villar
Puntos breves de meditación
sobre la vida, virtudes y advocaciones litúrgica
de la Santísima Virgen María
26ª edición, Valladolid, 1965

Crecimiento en el alma. -Considera, en fin, algunos frutos que la oración de la virgen producía en su alma santísima. -La oración, es verdadero alimento del alma y de ahí que su fruto primero sea el propio del alimento, dar vida…, fuerza…, crecimiento y desarrollo.

No es posible, por lo tanto, que un alma se desarrolle debidamente y crezcan en ella las Virtudes si no es mediante el espíritu de oración…, y así mira a la Santísima Virgen crecer y aumentar en ella prodigiosamente la vida siempre robusta y fuerte de sus grandes virtudes.­­-En la oración aprendió Ella a obedecer exactísimamente los movimientos e impulsos de la gracia…; en la oración, conoció la voluntad de Dios, aun en sus mas manimos detalles, e inmediatamente, considerándolos como un precepto gravísimo, los ejecutaba fidelísimamente…; a veces eran cosas duras…, humillantes…, dolorosas.

Penetra en su corazón y mira, en algunas ocasiones, qué fuerte y qué duro era el sacrificio que Dios la pedía…, y, no obstante, en la oración se sometía a todo…, aceptaba todo y se levantaba de ella dispuesta a obedecer en todo, costara lo que costare, sin detenerse nunca por ello. -Por ese mismo deseo de cumplir en todo la voluntad divina, nunca tomaba por Sí misma una determinación o resolución…; aún lo más pequeño e indiferente al parecer, lo cotejaba en la oración con la voluntad de Dios, para luego hacer lo que Él la inspirase… ¡Qué magnífica y perfecta obediencia la que así se -apoya y crece en la oración! ¿Haces tú algo semejante?

Con ella, a la vez, crecía su compañera inseparable, la humildad. -Ma­ría aprendió en la oración a conocer a Dios y a conocerse a Sí misma… y como ya hemos dicho otras veces que de este doble conocimiento brota espontáneamente la humildad…, allí veía Ella, clarísimamente, su nada…, su distancia infinita de Dios…, su necesidad de acudir a Él…, de esperarlo todo de Él… y como definitivamente se convencía que todo lo recibía de Él, le tributaba, agradecida, sin cesar sus alabanzas y ardía en deseos de que todas las criaturas le conocieran y le alabaran como Él se merecía… ¡Qué Magníficat más sublime entonaría a cada paso en su oración la Santísima Virgen!… ¡Qué deseos los suyos de convertir su vida en un continuo y perpetuo Magníficat de gratitud…, de alabanzas… y de humildad perfectísima… Muy alta y sublime era su oración, pero cuanto más alta y más elevada, más profunda se hacía su humildad. -Piensa en la necesidad que tienes de esta virtud y vete a buscarla, en la oración…y en ella, sin duda, encontraras los Cimientos hondos en que ella se asienta.

También crecía en su oración su amor grande y su reverencia a Dios…, porque. Allí, al mismo tiempo que aumentaba en conocimiento del Señor, se empapaba, cada vez más, en el amor infinito de Dios a sus criaturas, y en particular el que había tenido con Ella, ¡su esclava!… Allí aprendía apreciar mejor los dones con que la había enriquecido y las gracias y privilegios de que la había datado.

Ante esta consideración, su agradecido corazón ardía y se consumía cada vez más, en nuevo fuego siempre creciente de amor, y de deseos de corresponder a aquella Majestad, que así se dignaba poner sus ojos en Ella.- Imagínate como se la iría, por así decirlo, el alma tras de aquella hermosura y santidad divina…, tras de aquella luz dulcísima y amabilísima que derramaba…, tras de aquel Señor todo bondad…, todo amor a los hombres.

Efectivamente, amamos muy poco a Dios porque no le estudiamos…, no le conocemos… Y este estudio y este conocimiento no se adquiere si no es en la oración…, no en el estudio frio de los libros.

Los mismos santos, aun los más sabios, como un Santo Tomás, no fue sino en la oración donde aprendieron a estudiar la ciencia de Dios… ¡Ah, y cuántas almas indoctas e incultas, según el mundo, han tenido también esta divina ciencia!-Mira pues, si la falta de tu amor, no brotara de la falta de este conocimiento…, de esta ciencia, que se da en la oración.

Disminución de faltas y pecados. –Es consecuencia natural del primer punto… A mayor fuerza en la Vida sobrenatural…, a mayor crecimiento en virtudes, ha de corresponder, en nuestras almas, mas y mayor carencia de faltas y defectos. -La Santísima Virgen no pudo, ciertamente, obtener, en rigor de la palabra, este efecto y este magnífico fruto en su oración…

Ella no tenía pecados que quitar, ni defectos que corregir… No obstante en cierto sentido también participó Ella de este bien de la oración…: porque en ella adquirió y aumentó cada vez más su cocimiento de lo, que era el pecado…, de lo muchísimo que ofendía a Dios por pequeño que a nosotros nos parezca… y espontáneamente brotaba y se acrecentaba en Ella, el deseo de repararlo, aun a costa de los mayores sacrificios… ¿Qué no estaría Ella dispuesta a hacer por evitar ese mal espantoso del pecado? -Ella, que veía tan claramente el daño que el pecado hace a las almas y el dolor y pena que causa al corazón de Dios…, ¡cómo admiraría la bondad y misericordia del Señor al esperar…, al llamar…, al buscar a los pecadores…, al ofrecerse Él mismo para sacarles de ese estado tan lastimoso…, al sacrificarse por ellos!

Y penetraría en el castigo del pecado, muy justo, en verdad, pero infinitamente horrible…; el apartamiento para siempre de Dios…, la separación eterna…,

La condenación del alma… ¿Cómo concebiría la Virgen estas ideas en su corazón?… ¿Qué efecto causarían en Ella?… ¡Qué dolor, qué lástima y compasión hacia los pobrecitos desgraciados que viven en pecado!… ¡Cómo sentiría Ella el deseo de ser Madre de los pecadores, para cooperar, con su Hijo, a esa obra divina de su salvación!… Aquí tienes este fruto tan precioso de la oración…, tan utilísimo y necesario para ti.- Tu también en la oración, debes crecer en conocimiento del pecado…, para aumentar tu odio práctico hacia él…, tu deseo de evItarlo a todo trance…, de repararlo sea como sea de lanzarte con ansias apostólicas a salvar almas…, la tuya primeramente… y luego las de los demás… Lánzate a declarar la guerra al pecado…, a esforzarte por evitar las faltas más insignificantes que deliberadamente y frecuentemente cometes y así estar muy lejos de pecados mayores. –No te olvides de que éste será siempre uno de los mayores frutos de tu oración.

Aumento de santidad. – A esto se reduce, en fin, lo que puedes pensar sobre el fruto de la oración… Ma­ría acrecentó, en grado casi infinito, su santidad con el crecimiento incesante de sus virtudes… La «llena de gracia» veía aumentarse ésta considerablemente en su oración… La que era tan acepta y agradable a los ojos de Dios, se hacía cada vez, más y más agradable…; cada vez, le daba más gloria…; cada vez, se perfeccionaba más… y era mejor instrumento para los planes que el Señor tenía sobre Ella, con relación a la obra grandiosa de la Redención.

Ella había de ser la Corredentora de los hombre…, la Madre de los pecadores…, la Omnipotencia suplicante… y por eso se ejercitaba y se preparaba para estos fines altísimos y divinos con su fervorosa oración. – Consideraba la oración como una parte necesaria e indispensable para el desempeño de su vocación de Madre de Dios y Madre nuestra.

Por eso oraba con tanto fervor…, con tanto interés…, con, tanto gusto…, con tanta frecuencia y con tan admirable constancia y perseverancia…; por eso encontraba todo lo que quería en la oración. Ahí tienes el ejemplo que has de seguir… También tu vocación, cualquiera que sea, te pide oración… La perfección y santidad propia de tu estado, te obliga a orar… También tú debes acostumbrarte a buscarlo todo…, a esperarlo todo…, a conseguirlo todo en la oración. –Todas las virtudes se arraigarán profundamente en tu alma y te elevaras insensiblemente a una altura insospechada de santidad, si sabes ser alma de oración.

Tus vencimientos del amor propio, del genio o del carácter que has de reformar…; tus desasimientos de las cosas de la tierra…, todos los movimientos santificadores de tu alma…, todos tus proyectos y empresas de apostolado…, toda la eficacia de tus suplicas en bien tuyo propio o de los demás…, la conversión de pecadores…, el remedio de escándalos que pretendas evitar…, la unión de las familias…, la salvación de tus seres queridos… y hasta tus cosas temporales, sobre todo en cuanto que se relacionan con la vida del alma…, todo eso, llévalo a la oración…; negócialo en la oración… y ya verás el resultado…, especialmente si haces tu oración mirando a María…, en compañía de María…, por intercesión de María.